Héroes del humo

Por: Alberto Barrera Tyszka

  Lo escuché en la radio.

  Probablemente fue en una estación de servicio público. Había estado oyendo una vieja salsa cuando el animador de turno, después de dar las señas del tema cantado por Ismael Miranda, de pronto comenzó a hablar sobre la tragedia de Amuay. Tenía una vehemencia particular. Un tono, un no sé qué que me llamó la atención. Se refirió a las víctimas de la tragedia de manera grandilocuente, como si hubieran participado en una guerra. Como si el accidente hubiera sido una apuesta personal. Habló de «los caídos», de la larga tradición de combatientes que han luchado por «la patria grande». Dijo que el país tenía que honrar a aquellos que habían «dado su vida por la independencia».

  Me detuve de pronto frente a un semáforo invisible.

  No pasaron dos segundos sin que se expresara esa contundente marca de nuestra identidad que es el corneteo. Sentí en mis oídos altas dosis de venezolanidad. Pero no me importó. Yo estaba en otra dimensión. Al menos, eso creía.

  Pensé que en esa esquina de la avenida Francisco Solano se había producido una fuga.

  Mientras escuchaba, estaba viajando en el tiempo y en el espacio. Había entrado en una existencia distinta, en otro formato de lo real.

  ¿Cómo puede una fuga de olefinas convertirse en un hecho heroico? ¿Cómo pueden las víctimas de un terrible accidente transformarse de pronto en militantes de la libertad? La respuesta la hemos visto esta semana. Está en la acción oficial. Ese tránsito es el gobierno bolivariano. La revolución es, sobre todo, una operación simbólica.

  Para cualquier político, un accidente es una eventualidad difícil de manejar. No hay control y eso siempre es peligroso. Sobre todo en una campaña electoral. Probablemente, por eso Chávez tampoco salió de inmediato, ante el público, a atender la emergencia.

  Casi parecía que, antes, necesitaba un guión, un libreto para ordenar y pronunciar la realidad. Las primeras líneas, sin embargo, se escribieron en otro lado, con demasiada rapidez. Lo primero que hizo el oficialismo fue distribuir la sospecha, promover la suspicacia, tratar de poner de moda ­¡nuevamente!­ las teorías del sabotaje y de las conspiraciones.

 A Chávez le irritan los periodistas porque sus preguntas, precisamente, se salen del guión. Él no fue a Paraguaná a ver qué pasaba, a enfrentar la tragedia, a encontrarse con la realidad. Él fue a llevar otra realidad, a proponer una nueva versión de la realidad.

 La infeliz frase de «la función debe continuar» hay que ubicarla en este contexto. No está pensando en las víctimas, en lo ocurrido, en la industria petrolera… Está pensando en él mismo y en su campaña.

  Esa es la historia importante, la historia que vale la pena contar.

  A partir de ese momento, casi todas las comunicaciones del gobierno incorporaron la tragedia a su eficaz estrategia de propaganda. Amuay dejó de ser Amuay y se incorporó a la campaña. Fue despojada de su sentido original y fue puesta al servicio de un nuevo contenido, de otra dirección. Chávez, el «candidato de la patria», llegó incluso a afirmar que «los muertos resucitan con la victoria de la patria». No hace falta haber estudiado semiótica del discurso en Francia para hacer una lectura crítica de estas palabras. Ni siquiera ante la fatalidad y la muerte, el poder abandona su lenguaje publicitario. Esa es su naturaleza.

  Su definición.

  Con un descaro increíble, el Gobierno trata de imponer las cadenas como verdaderos espacios informativos, diferenciados de la ficción intencionada de las televisoras privadas. El periodismo con iniciativa, con preguntas inquietantes, es descalificado de inmediato. Chávez propone las cadenas como un sustituto de los noticieros. Así como ha tratado su enfermedad, como controla y administra el saber y el silencio sobre su enfermedad, quisiera también tratar todas las otras informaciones del país. Sería lo ideal. Que sólo él pudiera decirnos qué pasó y qué no pasó en Amuay. Las televisoras privadas representan una diversidad difícil de controlar. Pueden decir o no decir la verdad.

  A veces dicen la verdad a medias. Con un sesgo o con otro.

  Tienes demasiadas versiones.

  Esa es la diferencia. Las cadenas, en cambio, son la verdad.

  Estuve paseando por las distintas señales de la radio, saltando por diferentes emisoras públicas y comunitarias. Todas decían cosas similares. Era el mismo discurso, encadenado detrás de voces diferentes.

  Por un momento, sentí que Venezuela era un parque temático, dedicado a recrear los años sesenta. Pasen y vean: no son víctimas. Son nuestros nuevos héroes del humo. Que nadie pregunte qué pasó. Que nadie investigue. La realidad también puede ser un eterno simulacro.

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