Publicado en: El Nacional
Por: Fernando Rodríguez
La mayoría de los opositores a la tiranía, más canalla que de costumbre a causa del miedo a fenecer, mariacorineros pues, tienen la absoluta seguridad de que va a ganar el respetable Edmundo. Todas las encuestas, menos Hinterlaces y otros bucaneros debutantes, lo dicen de manera estruendosa. La última es, para mí la más creíble, Seijas-UCAB, que le da 59 a Edmundo y 24 a Maduro. De manera que todo indica que el juego está ganado de calle para la democracia. Porque a las encuestas sume las fotos y otros testimonios de la campaña –algunos testimonios aseguran que María Corina se ha convertido en algo así como la madre Teresa de Calcuta, pero bonita- le piden poco más o menos la bendición y un destino feliz para sus pequeños hijos. Pero además la bárbara respuesta del madurismo es signo inequívoco de desesperación: más de cien presos, bloqueo de los votos de los migrantes del hambre, rechazo de una observación internacional efectiva, una propaganda de odio en que MC va a regalarle el petróleo a los gringos y a propiciar una guerra civil. Para no extendernos sobre los crímenes electorales de ayer que apuñaló a los partidos políticos e inhabilitó a todo cristo que pudiera ganar y creó una oposición para su uso, el denominado alacranismo. Y los vicios esenciales, uso de los fondos públicos con fines proselitistas y el monopolio más descarado y brutal de los medios de comunicación. Todo eso indica lo mal que se sienten ante la avalancha popular. Cosas sabidas, bien sabidas.
Y sin embargo la gente no está feliz, no está confiada en la merecida victoria. Cuando uno habla con el vecino, o el primo, o la novia, siempre se termina con la pregunta por lo que va a pasar. Incertidumbre, duda, angustia. No por el número de votos sino por la reacción de los tiranos que de tan desalmada conducta exhiben sin pudor. Acostumbrados a mandar por tanto tiempo, un-cuarto-de-siglo amigo, una barbaridad continuista, y además llenos de pecados de toda laya, pero sobre todo de corrupción, posiblemente la mayor que pueda imaginarse. Y por más que Edmundo les prometa villas y castillas políticos ellos saben que algo de justicia habrá que haber para los que destruyeron un país. Si a esto se le suma un ejército que es invisible como el interior de una roca y tienen a la cabeza, por lo visto para la eternidad, al general Padrino que no hace sino repetir amenazas patrioteras y burdamente revolucionarias, llenas de plomo y de rabia. No hay que olvidar, nunca, que como decía el presidente Mao “el poder está en la punta del fúsil”.
Todo esto, más el desoír la opinión internacional, hasta de los izquierdistas vecinos Lula y Petro muy empeñados en el asunto, hace que nazca esa incertidumbre con la que titulamos. La gente, sobre todo la buena gente que ha sufrido lo indecible, la que se quedó a pasar hambre o la que se fue sin rumbo, sabe que tiene la mayoría gruesa de los votos, lo que no sabe, lo que se pregunta, es qué van a hacer los tiranos y sus dientes carnívoros y sus armas de fuego y su vicioso apego al poder bien o mal habido y el terror de perderlo.
Por mi parte, confieso mi incertidumbre de 82 años. En este caso de irme en este infierno de cleptómanos y botas. Pero entiendo a los que tienen más vida que yo por delante, mis hijos para empezar, su deseo vehemente de reconstruir este desecho triste que es por hoy este país. Y, carajo, la vaina tiene que salir bien, es merecido, la dialéctica histórica no puede, no debe, ser tan cruel.