Por: Jean Maninat
A Luiggi y Many con aprecio…
En Kagemusha, la sombra del guerrero, (1980), Akira Kurosawa relata las peripecias de un señuelo político (un kagemusha, en japonés) escogido para suplantar a un señor feudal -de nombre Shingen, herido de muerte en una emboscada- dado su tremendo parecido físico. El kagemusha se toma la tarea en serio y logra suplantar de tal manera a Shingen que engaña a su círculo más íntimo, incluidos los guardaespaldas, sus avezadas concubinas y hasta un avispado nieto. Sus hijos y los generales del clan pactan sostener la tramoya para mantener a sus enemigos alejados, a pesar de que estos ya sospechan que hay señuelo encerrado. El señor feudal de repuesto se encariña con el cargo -y los placeres que conlleva-, incluso dirige y gana batallas y… hasta aquí el cuento, para no infligir spoilers a quien no tenga la suerte de haber visto la película.
En México, tierra de tapados, el presidente López Obrador ha inventado una manera de reproducirse a sí mismo creando sus kagemushas, a quienes ha denominado corcholatas, que en buen mexicano es el nombre popular de las “chapitas” de metal que cierran herméticamente las botellas que contienen bebidas gaseosas y suelen llevar la marca de fábrica estampada. Las corcholatas ocupan su puesto en el tablero electoral, se mueven cautelosas siempre mirando de reojo hacia el Jefe, y, eso sí, nada de madreaderas entre ellas, que se comporten hijas de la chinchada si quieren seguir jugando a ganar. Como el kagemusha quieren ser más López que el propio Obrador, y que en la carrera electoral la gente no distinga entre el original y su copia oficial.
¿Y cómo quedarse atrás en la Pequeña Venecia? En Maracaibo, capital zuliana de la oposición venezolana, con motivo de las primarias, se patentó el método de la “chapita” para asegurar un puesto en el predespacho electoral, en caso de que la providencia tuviera en mente otro precandidato que los ya adelantados. El kagemusha escogido (cuyo nombre mantenemos a resguardo por política de respeto editorial en esta columna) ha asumido la tarea con toda discreción y no ha hecho valer su condición de leal cancerbero partidista para buscar notoriedad. Es un ejemplo notable de disciplina partidista como ya no se encuentran en la díscola política de nuestros días.
Ni siquiera por cortesía fue invitado al debate o presentación de los precandidatos opositores. A ocupar su puesto, callado, pero presente como corresponde a su condición de guardián del espacio de su partido. Eso habría sido lo genuinamente democrático. Y ya en modo conspiranoico, hemos elucubrado que quizás se trate de un acuerdo soterrado para mantener afuera de la contienda al único precandidato que nadie conoce, el verdadero outsider, a la sorpresa que todos esperan, el eventual pura sangre que despunta de la nada para terror de los otros jinetes, que lo ven pasar al lado como un rayo y tratan de paralizarlo con las fustas furiosas por el atrevimiento. ¡Epa, eso no se vale! ¡Lo tuyo, es de mentira! ¡Impostor!
¿Y si el fantasma de Kurosawa está recorriendo Maracaibo en estos momentos a la búsqueda del kagemusha perfecto?