La antipolítica como desafío – José Rafael Herrera

Publicado en: El Nacional

Por: José Rafael Herrera

“La libertad del hombre consiste en saber lo que lo determina”. G. W. F. Hegel

Todo estudioso de la formación del historicismo dialéctico sabe bien que uno de los ensayos más representativos de su peculiar itinerario filosófico fue publicado en 1844 por el joven Karl Marx en los Anales Franco-Alemanes. Se trata de la conocida -aunque no siempre bien leída y casi siempre mal interpretada- Introducción a la crítica de la filosofía del Derecho de Hegel. No será esta, por cierto, la última vez que Marx intente explicar -en vano- al gran público el penetrante, sutil y, a los efectos del entendimiento abstracto, volátil movimiento inmanente de la oposición correlativa de los términos, centro neurálgico de todo pensamiento dialéctico. Quizá semejante anhelo de transmisión del fuego de las ideas entre los hombres permita explicar porqué sus colegas del “Doktorklub” decidieran colocarle el apodo de “el Prometeo de Tréveris”, conociendo bien la suerte de todo aquel que osara robar la llama sagrada del templo de los olímpicos. No por casualidad, Jean Paul Sartre llegó a afirmar en alguna oportunidad que el Manifiesto, de 1848, es “el intento de vulgarización de un pensamiento”. Fracturar la gruesa cáscara que recubre al entendimiento abstracto no es tarea fácil. Además, el propósito en cuestión suele generar la mayor ingratitud. Algo de ingenuidad o de excesiva confianza hay entre quienes han llegado a suponer que, sin la necesaria educación estética, es posible comprender -y superar- las abstracciones, fijadas y convertidas en cuentas de una camándula infinita, para brindar tributo a la fe positiva y, consecuentemente, al desgarramiento.

En todo caso, y a pesar de los usos y abusos que la vulgata bolchevique ha hecho -y sigue haciendo- del ensayo en cuestión, la contundente exposición de los argumentos que presenta exhorta, en primera instancia, a abandonar de una buena vez el pesado fardo tejido con las ficciones dejadas tras su letargo por los sueños del dogmatismo. Y, en última instancia, convoca a transitar por las oblicuas curvaturas que, en su recto andar, el entendimiento obvia de continuo, y por las que, más bien, explícitamente prohíbe andar, calificándolas anticipadamente bajo el rubro de “desviaciones infaustas”, cuando no de  “sendas perdidas”. No obstante, son esas curvaturas las que, via negationis, permiten comprender el orden y la conexión entre aquellos elementos que la lógica de la identidad no logra, no puede, no permite llegar a concebir: “El hombre que ha encontrado sólo el reflejo de sí mismo en la fantástica realidad del cielo, donde buscaba un superhombre, no se sentirá más dispuesto a encontrar sólo la apariencia de sí mismo, sólo la negación del hombre, donde indaga y debe buscar su verdadera realidad”.

En efecto, con la Einleitung, el joven filósofo alemán logra penetrar -en virtud de la desinversión de la relación del hombre con la religión- en el ámbito de lo propiamente humano, en “el mundo del hombre”, cabe decir: en el Estado y la sociedad. Su objetivo consiste en develar el “misterio de la religión”: “La religión es la conciencia y el sentimiento que de sí posee el hombre, una conciencia invertida del mundo, porque ella es un mundo invertido”. Es “la interpretación general de este mundo, su resumen enciclopédico, su lógica en forma popular, su punto de honor espiritualista, su exaltación, su sanción moral, su solemne complemento, su consuelo y justificación universal. Es la realización fantástica del ser humano, porque el ser humano no tiene verdadera realidad”. Por eso mismo, la miseria religiosa es expresión de la miseria real y la protesta contra ella. Es el “sollozo de la criatura oprimida, el significado real de un mundo sin corazón, el espíritu de una época que ha sido privada de espíritu”. Pero si con Feuerbach se ha logrado sorprender la autoconsciencia religiosa como la autoproyección e inversión del hombre, corresponde ahora precisar el deber de la filosofía comprometida con el devenir de la historia: “la crítica del cielo deviene crítica de la tierra, la crítica de la religión en crítica del derecho, la crítica de la teología en crítica de la política”.

He aquí, en breves líneas, el logos que permite comprender la inseparable relación -por lo demás, reflexiva- que está presente entre política y anti-política. Relación de factura inescindible. Bastaría con parafrasear algunas de las líneas del ensayo juvenil de Marx para dejar sin argumentos al más avezado de los especialistas o de los teóricos de la actual ciencia política posmoderna, prestigiosos asesores de una connotada dirigencia que se ha ido quedando sin seguidores, precisamente, porque se ha quedado sin ideas, sin valores y sin virtudes ciudadanas. Seguir repitiendo las consabidas recetas de un accionar desgastado y anacrónico, ajeno a las exigencias de este complicado tiempo de desgarramientos y miserias, sólo lleva a una dirección segura: la derrota y consecuente consolidación hegemónica de lo anti-político. Los recientes ejemplos de Duque en Colombia y Bolsonaro en Brasil deberían ser una señal de alerta. Fue la política, ni más ni menos, la que plantó la semilla de la anti-política. Siempre bajo la conducción del entendimiento abstracto, dividió la sociedad en compartimientos estancos y aisló de la res-publica a los individuos, porque, en su opinión, y a diferencia de ellos -de “los políticos”- poco o nada entendían de estos asuntos. Lo público de un lado y lo privado del otro. La esquizofrenia llevada al paroxismo. De hecho, todavía hay quienes suponen que los partidos políticos no forman parte de la sociedad civil. Pero en la medida en la cual la política se trastoca en anti-política, en esa misma medida la anti-política se trastoca en política. Atizaron las fogatas que ahora sostienen las llamas de la hoguera. Y el viento va esparciendo las cenizas de la vanidad. Lo que la política pretende negar y condenar la determina, la niega y condena, la sentencia al sofocamiento y la extinción. No es un asunto de encuestas. Se trata de su mayor desafío histórico.

 

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