Por: Jean Maninat
La alta jerarquía roja comienza a dar muestras de agobio, el discurso luce cada día más ajado, las ojeras de los principales, los mandamases, cada día más marcadas mientras las señoras del régimen empiezan a exhibir sus trapos comprados en las capitales de los centros del capitalismo mundial, como si aprovecharan las últimas oportunidades para exhibirse en las pasarelas gubernamentales. (Cuando ya estaba cantada la caída de la monarquía absolutista francesa, Luis XVI y su corte insistían en tapar el espectro de la insubordinación del pueblo llano, exagerando más aún los afeites y las pelucas con la que se acicalaban para distraer la tormenta que se les venía encima). Nuestra aristocracia roja vive ensimismada, apertrechada en sus mansiones, derrochando a puertas cerradas los recursos de la nación. De boca en boca pasa la noticia de la boda planificada en Aruba sin reparar en gastos, los bautizos son babilónicos y las cuentas bancarias tiemblan ante el escrutinio discreto pero seguro al que están sometidas. Sienten el acoso y lo quieren disipar mostrándose juntos, abrazándose, riéndose ante las cámaras, sin darse cuenta que mientras más se muestren despreocupados y parlanchines en público, más se apila la rabia en las bases del partido, entre los que creyeron desde la primera hora y ven como todo se les convierte en inflación y carestía. Ya nada es igual, transpiran dentro de sus camisetas rojas los militantes chavistas que van quedando.
Por eso el III Congreso del PSUV, pautado para este año, se ha convertido en un fantasma que nadie en las alturas de la burocracia roja quiere convocar por el temor de lo que pueda traer consigo: no digamos un tsunami revolucionario, más bien un revolcón donde más de un bigote preciosista y calva abrillantada pueden salir despeinados.
No hay entusiasmo, los llamados a congregarse tienen el ímpetu de las lenguas muertas, las consignas se desploman descascaradas de las paredes. Mientras más nombran al caudillo difunto, más se hace evidente el contraste, el fiasco de la impostura, la falsificación del original. Los cuadros medios, los veteranos de otras batallas, se preguntan: ¿Cómo llegamos a esto? Hasta los modositos intelectuales engordados en la IV y macerados en la V se preguntan hasta cuándo le durarán los viajecitos y los viáticos para ir a Madrid y a París a ver a los nietos. Los gobernadores suenan sus flautas de pan, mientras amuelan sus machetes a la medida del pescuezo de sus contrincantes. La carta del monje encendió las alarmas, simplemente por decir en voz escrita y pública lo que todo el mundo comenta para sí en los pasillos del partido rojo: el equipo que confiscó la memoria del difunto, está acabando con todo. Pronto hasta el Cuartel de la Montaña, sepultará en escombros a su morador. Es tanta la torpeza y la desidia.
Como aperitivo para el III Congreso, Maduro alertó contra las «fuerzas disolventes» y pidió lealtad: «Llamo a la máxima lealtad, llamo a la máxima disciplina. Jamás duden de mí, yo soy un hombre del pueblo». Entonces está claro, alguien duda, alguien se mueve demasiado inquieto en la silla, alguien hace guiños cuando habla, alguien ya no le cree. Son los eventuales disidentes que ya han sido denunciados antes de aparecer. Los inoculados con el veneno de Giordani y Navarro que podrían explotar en el Congreso. Habrá mordaza y represión de ideas, pero esta vez contra los suyos, a nombre de una igualdad que todos saben que no existe, que está cercada por decenas de motos, guardaespaldas y blindados, para que no se acerquen las fuerzas disolventes del pueblo.
En quince años se han hecho ancianos en el poder, todo lo que tocan se corroe, todo lo que pronuncian se torna en ceniza. Los suyos ya los calaron y cada carné -chimbo o no- identifica a un potencial traidor. Han querido segregar a medio país que se les opone, y no lo han logrado. ¿Lograrán aplastar a la parte del país que una vez creyó en el hombre que los ubicó en el poder y ahora desconfía de ellos?
La decadencia roja está cargada de temores.
@jeanmaninat