Publicado en: El Nacional
Por: Fernando Rodríguez
El término surrealismo era hasta ahora relativamente “culto”, pero el señor Abrams, sujeto justamente con cara poco culta, hasta con pasado carcelario, lo ha metido en la política nacional. Valga, ayuda. Porque ya lo habíamos escrito, estas serán las elecciones más esperpénticas de la historia nacional.
Él se lo aplica a María Corina, Ledezma y a un gentío por andar hablando de invasiones imaginarias. Pero lo verdaderamente surrealista es que es el invasor por excelencia quien se lo aplica a los ansiosos por ser invadidos. Lo cual es un precioso círculo vicioso y de paso no un balde sino un tonel de agua fría. Y es ciertamente “realismo mágico”, que también es novedad de Abrams.
Me parece también tan estrambótico como el urinario de Marcel Duchamp el que haya sido el canciller turco el que haya sido mediador entre Capriles y Maduro, para la liberación de 50 presos políticos (quedan más de 300). Esto por un solo detalle: su señor, el sátrapa turco, Erdogan, es el campeón mundial indiscutido de presos políticos de los últimos tiempos. Cuenta centenares de miles. De manera que el mediador es el más indicado y no los noruegos, bastante legos en la cuestión. Los tiempos de Dios son perfectos (un poco largos, a mi gusto).
Pero nada me ocasionó esa fruición estética que produce el paraguas y la máquina de coser sobre la mesa de disección (la más famosa definición de surrealismo) es el encuentro entre Claudio Fermín, el taciturno, con el general Eructo, designado candidato a diputado por aquel. El cual no solo eructó urbi et orbe y atronadoramente, esto ha quedado para la historia patria, y puso esos afiches que aseguran que el bikini conduce a la violación, lo que lo hace seguro reo del #MeToo, sino que fue el amoroso socio de Makled, el terrible narcotraficante y asesino, al cual le entregó medio estado Carabobo para sus fechorías, según reseñó copiosamente en su momento la prensa. Luego se perdió durante años. Hasta que Claudio lo hizo suyo, porque no suele leer periódicos, probablemente dedicado a leer a Platón. Agrego que otra cosa que me deslumbra del bajotónico y recatado Claudio es su entente con el tronante y ultraizquierdista Juan Barreto. Buen material para el gran mural histórico.
Yo no puedo dejar de recoger, en estas breves pinceladas, sobre la relegitimación de Maduro, porque me parece una cosa extraordinaria, es esa acción del TSJ que cambió las directivas a su capricho de casi todos los partidos de izquierda y de derecha sin dar mayores explicaciones. Es realmente una barbaridad estupenda. Imagino la viejita que votó por el partido de don Rómulo, como toda una vida, y resulta que lo hizo por el PSUV y nunca se enterará.
Y ciertamente me encantan las travesuras de Rafael Simón Jiménez, practicadas en muy escaso tiempo. Entró ponderando su independencia de criterios, su desprecio de puestos y honores, su intransigencia moral. Nombrado, presenció las más atroces trampas gubernamentales sin decir esta boca es mía. Y al ratico, sin haber disparado un solo tiro, renunció y se ofertó como eventual diputado. Al parecer nadie le paró mucho y desapareció en silencio. Curiosísimo caso.
Yo no sé qué va a pasar con la mesita habiendo una más grande y más legitimadora. A lo mejor desaparece, la ingratitud es propia de la política. O es probable que termine asimilándose a la de Capriles, ya se sabe de algunos listos que no esperaron mucho para hacerlo, y que allí se le dé un amigable cobijo… pero de mesita, no hay que exigir tanto. Al fin y al cabo ambas han hecho el mismo camino, algo torcido, pero es que el realismo obliga hasta a comulgar con ruedas de molino.
Si a esto agregamos el telón de fondo del coronavirus que hará que el miedo de mucha gente los haga muy ajenos al espectáculo, que sumado a la ya crónica apatía de tantos que han mandado los políticos al carajo, yo imagino que van a ser elecciones además de muy atípicas, bastante pobres y hasta pavosas. De repente llueve ese día.
Lea también: «¿Y si votamos?«, de Fernando Rodríguez