Un colega ducho en crónicas diplomáticas me ha asegurado que la “inteligencia” de los vigías solo se enteró de la ausencia de Leopoldo López tres días después de su ocurrencia. Sería oportuna su memoria de que la función que hoy ocupa es subalterna del Presidente encargado y de un proyecto dependiente de una coalición partidista. De lo contrario, la epopeya que hoy celebramos sin reservas se puede convertir en factor de desunión, en celebración del personalismo que puede alimentar la peripecia, y en el escamoteo de una ocasión estelar para acabar con la usurpación.
Publicado en: La Gran Aldea
Por: Elías Pino Iturrieta
El escape de Leopoldo López de la residencia del embajador de España, en cuyo seno se había refugiado para protegerse de la represión, produce sensaciones de inmensa alegría. Había pagado cárcel injusta después de un proceso arbitrario, y de ser objeto de las calumnias de la maquinaria propagandística de la dictadura. La dictadura se la tenía jurada debido a su prestigio de alcance nacional y a la actividad del partido político que dirige, y ahora ha tenido López la oportunidad de darle con la puerta en las narices. Si los que nos hemos manifestado como enemigos de la usurpación no nos regocijamos ante el suceso, estamos enfermos de la cabeza y del corazón.
En especial porque, pensando solamente ahora en los hechos cercanos a su fuga, salió airoso de una empresa que parecía imposible. Rodeado de sabuesos entrenados en su oficio, blanco de las miradas de un equipo de esbirros que respondía directamente ante Maduro, rodeado de cámaras de seguridad y sometidas a controles de tránsito las áreas aledañas, el huésped se voló del hospedaje. ¿No estamos ante una proeza que merece vítores? López palmoteó las nalgas de sus perseguidores ante los ojos de la sociedad cuando puso el pie fuera de la residencia española, como si Pedro saliera por la puerta de su casa en situaciones de normalidad. Y, más todavía, cuando emprendió después un periplo rodeado de escollos hasta llegar en automóvil a la frontera con Colombia mientras los custodios se solazaban en su modorra del Country Club. Un colega ducho en crónicas diplomáticas me ha asegurado que la “inteligencia” de los vigías solo se enteró de la ausencia tres días después de su ocurrencia, tardanza que aumenta las cualidades del suceso, la estupidez de quienes debían impedirlo y la fiesta de los hoy masivos espectadores.
Pero cabe la posibilidad de entender el episodio como un arreglo con parte de las fuerzas represoras, como el resultado de una colaboración de elementos tan importantes como el Sebin. La versión ha corrido en pasillos conocedores del ambiente de los agentes de seguridad. Si fuere el caso, en lugar de disminuir sus proporciones agrega ingredientes dignos de atención: Demuestra inconsistencias que no favorecen a la usurpación, sino todo lo contrario. Permiten la posibilidad de observar la existencia de fracturas que presentan al madurismo como un tigre de papel, como una red con más bulla que cabuya. Que ocurriese tal arreglo permitiría considerar en términos positivos la habilidad del negociador cautivo, pero también las fisuras de los represores y la indiferencia de factores oficialistas ante las órdenes de los capos más dados al oficio de aprisionar y torturar. Estaríamos ante pormenores que no empañarían el resultado del acontecimiento. Serían asuntos y manejos que no puede reconocer la dictadura, bajo ningún respecto, so pena de exponer su precariedad. Los debe ocultar en la pantalla de un discurso sin contenido que no puede mover a la ciudadanía, mucho menos a las fuerzas del exterior, de España en particular, a cuyo Gobierno le resultará fácil la respuesta de un alegato lampiño.
En todo caso, fue tan insólita la vicisitud que el presidente del gobierno de España se adelantó a sacarle partido. No podía permitir que el PP se apropiara de ella y la paseara en hombros por la plaza. Abrió de par en par las puertas de Ferraz para manifestar a López una acogida que había negado a Guaidó en la Moncloa. Le dio el primer codazo, ya que los abrazos están suspendidos por la pandemia, en una manifestación ostentosa que no puede pasar inadvertida para propios y extraños. Manifestó que una cosa piensa o siente el mandamás sobre la situación venezolana y otra sus socios de Unidas Podemos, que primero están sus simpatías que los intereses de los compañeros de administración. O también, quizá, que el PSOE seguirá el carril de Felipe González en los caminos que se dirijan a nuestros contornos. Ojalá. Como no da puntada sin dedal, Pedro Sánchez actuó para que interpretáramos un gesto partiendo del cual da un paso significativo en la lucha por la restauración de la democracia venezolana. Más harina para la panadería de López. De tanta pureza que no tardó después el líder de la oposición en comparar al fugado con Mandela, analogía sin fundamento que igualmente da cuenta de cómo en muchas toldas llovió más de la cuenta del cielo la burla de la coerción chavista. Pero debe recordar ahora el celebrado de la evasión que antes protagonizó salidas merecedoras de olvido y reproche, como una por los aledaños del cuartel de La Carlota, y excursiones malhadadas por trochas gedeonitas que solo causaron desaliento, desesperanza e irritación en las filas opositoras. También sería oportuna su memoria de que la función que ocupa es subalterna del Presidente encargado y de un proyecto dependiente de una coalición partidista. No sería tampoco inoportuno que tuviera en cuenta cómo incursiona ahora en territorios extranjeros que ha trabajado con paciencia de orfebre y con talento evidente el comisionado escogido para el cometido por Guaidó y por los partidos de la oposición. Le conviene saber que en esa escena es segundo del primero. De lo contrario, la epopeya que hoy celebramos sin reservas se puede convertir en factor de desunión, en celebración del personalismo que puede alimentar la peripecia y en el escamoteo de una ocasión estelar para acabar con la usurpación.
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