La sabiduría del agua

Por: Sergio Dahbar

sdahbar@hotmail.com

 

Los mitos suelen ser irrompibles, pero semejante fortaleza no impide que desaparezcan. Con un año de diferencia, han muerto dos personajes muy distintos que inflamaron mi imaginación a fines de los años sesenta, cuando apenas tenía trece años.

Yo vivía en una ciudad mediterránea, sin costa (Córdoba, en Argentina) y el mar era una oportunidad infinita muy lejos de casa. Por eso me atraparon tanto las noticias que tenían que ver con John Fairfax y Santiago Genovés. El primero murió en febrero del año pasado en Nevada, Estados Unidos, a los 74 años; mientras que Genovés acaba de fallecer en Ciudad de México, a los 89 años.

Voy a comenzar por Genovés, gallego nacido en Ourense, el último día del año 1923. Cuando tenía 15 años, en 1938, pasó unos meses con su familia en un campo de concentración en Francia, antes de escapar hacia la libertad en América.

Llegaron como tantos españoles a Ciudad de México, donde se afincaron. Santiago Genovés se interesó por la Antropología y estudió los orígenes de la violencia. Los cargos públicos sirvieron para experimentar: fue decano del Intituto de Investigaciones Antropológicas e investigador de la Universidad Nacional Autónoma de México.

John Fairfax era un aventurero nato. Lejos de la academia que recibió con los brazos abiertos a Genovés, era hijo de una familia acomodada que veló siempre porque no le faltara nada. Fue cazador, jugador profesional y el primer hombre que cruzó el Atlántico remando en solitario.

A los nueve años los Boys Scouts intentaron domesticarlo. Fue inutil. Tuvo un problema con otro niño y en la noche le robó un revólver al monitor de la expedición y lo vació contra la carpa del muchacho que lo había retado. Nadie salió herido, pero lo echaron. Se fue a Panamá, conoció a un pirata. Pasó tres años como contrabandista y alcanzó rango de Capitán.

Como quería cruzar el océano con remos, comenzó a ejercitarse en Londres. Remaba en el lago de Hide Park, y hacía pesas en las noches. En 1969 zarpó de las Islas Canarias, en una embarcación que había diseñado el ingeniero naval inglés, Uffa Fox. Fueron 180 días de diarreas, contracturas y desafíos fieros, como turbulencias y tiburones. Llegó a Miami y fue noticia mundial.

También cruzó el Pacífico, desde San Francisco hasta Australia, esta vez con su novia, Sylvia Cook. Intentó atravesar en esquí la Antártida, pero no lo logró. Se conformó con jugar al bacará, tan bien como lo hacía 007.

Santiago Genovés buscó en las experiencias vitales el conocimiento que le permitiera entender los conflictos humanos. Cruzó en barcos de papiro el Atlántico, desde Marruecos hasta América, en compañía del explorador noruego Thor Heyerdahl.

Genovés entendió que una balsa era el mejor laboratorio, aislado, del cual no se puede huir, para enteder el comportamiento y las relaciones que tienen que ver con los conflictos de los seres humanos.

A veces llamamos al destino con nuestras obsesiones. El avión en el que regresaba de dar una conferencia fue secuestrado y desviado a La Habana. En el trayecto a Cuba, decidió entrevistar a todos los secuestradores. Encontró en esa osadía material inestimable para sus teorías.

Del avión secuestrado saltó al proyecto Acali: cinco hombres y seis mujeres -de diferentes étnias, religiones, nacionalidades y especialidades- zarparon desde Las Palmas de Mallorca hasta México. Tardaron 101 días. En ese viaje entendió que “la búsqueda de poder es el primer factor de violencia en el barco y en el planeta’’.

Tanto Genovés como Fairfax encontraron en el mar una forma de retar al destino de sus propias vidas. El conocimiento que encontraron en ese mundo inestable y solitario los hizo mejores personas.

Sus proezas fueron corolarios de una década que había incendiado al mundo con protestas, reclamos y trasnformaciones profundas. Ambos llevaron al límite la experiencia de cruzar océanos con una mujer, para conocer a fondo la experiencia de la convivencia sin escapatoria. Sobrevivieron a esos retos. No los mataron los naufragios, ni los tiburones, que muchas noches fueron sus desvelos, sino el apacible retiro.

 

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