Por: Jean Maninat
Nadie muere porque le toca, porque era su día, ni siquiera porque la fecha de defunción estuviese estampada en la letra chiquita de su ADN, esa que nunca se lee pero puede ser portadora de desagradables sorpresas, trátese de un contrato por un préstamo multimillonario o de una más prosaica licuadora china, ambos tan en boga en nuestro país. De lo contrario, la muerte no olería a sorpresa. La gente se muere de enfermedad -del cuerpo o del espíritu- lentamente pero sin pausa, a veces sin percatarse de lo que se le está arrimando en el ascensor rumbo a la consulta médica; o de lo que gracias a los portentos de la medicina logrará ahuyentar por años de años de su existencia, para seguir disfrutando de la costumbre de despertarse temprano para continuar obrando.
Otros son víctimas del azar: sacan la cabeza a destiempo, toman la ruta equivocada, giran en una curva a alta velocidad, están en el camino perdido de una bala que no estaba dedicada a ellos, son presa de unos delincuentes dispuestos a erradicarlos de la faz de la tierra, sin importarles el cómo es él ni en qué lugar se enamoró de ti. Son parte de la estadística pasmosa de la inseguridad generalizada -esa negación del libre albedrío- que no perturba a los «chivos» del régimen, como recién declarara un cabrío rojo aposentado en el poder, después que el hampa chocara con el privilegio de sus anillos de seguridad.
Pero no se crea, también el anuncio de la partida puede traer la sinrazón del regreso. Aquel «no estaba muerto, estaba de parranda», que ha sorprendido a la concurrencia de más de un velorio in absentia, pero sobre todo al difunto virtual y a la alegre viuda alegre que esperaba no volverlo a ver jamás: es Vadinho regresando a encantarle las noches a la bella Floripedes Guimaraes, Doña Flor, desde el más allá, mientras su segundo marido duerme el sueño justo de los cornudos, según nos chismeó Jorge Amado desde San Salvador de Bahía, allá en Brasil. O como don Marco Matías, quien (nos relató Cuco Valoy, el único salsero dominicano que sabía de salsa) se hacía el muerto para no pagarles a los prestamistas y dueños de casa que lo asediaban. «¡Hum! Muerto no suda y está sudando». Al fin y al cabo, los mortales nos hemos burlado de la muerte por siglos, a ver si la espantamos.
Y también están, no faltaba más, los que asumen con seriedad su pase a mejor vida y quieren descansar en paz, ajenos finalmente al desorden que dejaron atrás, al estropicio que significó su tránsito por el planeta. Digamos… un Faraón egipcio, sepultado entre servidores, perros y enseres, para garantizarle un vuelo en primera clase hacia el otro mundo, tal como se merecía su estirpe esclavista y ensimismada. Hasta que un arqueólogo blanco y barbudo, calzando sandalias con medias blancas, le diera por ir a despertarlo, siglos después, con una linterna a pilas titilantes y una brocha aplicada, para así desatar las maldiciones que guardaban sus despojos.
Los oficiantes de nuestro culto vernáculo a la muerte y sus difuntos, han decidido no dejar en paz al fundador del rito que les incumbe y a cada dos por tres van a importunarlo para que los saque del berenjenal que juntos habían labrado. No hablemos de la agonía del líder puesta al servicio de una permanencia del «proyecto» en el tiempo -no deja de tener el coraje de un sacrificio-; más bien recordemos la exposición pública, inclemente para propios y extraños, de quien hacía tiempo había dejado de ser quien era y sus acólitos utilizaron como treta electoral para mantenerse en el poder.
Pero no contentos, han ido de nuevo a jamaquear al difunto del Cuartel de la Montaña, para que se levante el 8D y los rescate de su fracaso bajo la artimaña de sacarlo a pasear, en un día electoralmente dedicado a honrar su memoria, a ver si los salva de otro desmadre anunciado.
Para rematar la faena, tras tres lustros en el poder, después de haberse enrocado en cuanto puesto gubernamental de jerarquía les saliera al paso, han fabricado una Ley Habilitante, para evidenciar que nada de lo que habían prometido se ha cumplido, y que a pesar del líder galáctico y sus denuestos, todo sigue igual, o peor, y tanto la burguesía local como sus aliados internacionales continúan agarrando la sartén por el mango. Es una manera de volver a enterrar a quien les entregó el poder, de lucir los desechos de su desatinado empeño y, de paso, seguir creyendo que con consignas y triquiñuelas populistas se taparán las troneras de un fracaso monumental.
Otros lo intentaron antes, y siempre, a la final, fueron derrotados por quienes estaban cansados de tanta torpeza destructiva. Por eso, el 8D, raspa tu voto y permite que tu municipio anuncie el tenor del cambio por venir.
@jeanmaninat