Por: Alberto Barrera Tyszka
I De parte de las cucarachas:
Albinson me pregunta por qué no escribo de otra cosa los domingos. Que últimamente todo es política, todo es país, se queja.
Tiene razón. También yo me quejo. Este domingo, por ejemplo, quería escribir sobre las cucarachas. Yo tengo una relación difícil con las cucarachas. No voy a decir que me encantan pero sí es cierto que, en algunos momentos, me producen una rara sensación, algo cercana a la piedad. Durante toda mi vida he matado demasiadas.
Lo confieso: muchas de esas muertes han sido por encargo.
Mi mujer me ha convertido en un sicario muy eficiente. Pero con los años, como un francotirador que envejece y va planeando su retiro, he comenzado a pensar que es un poco injusta la valoración sobre los insectos. ¿Por qué los coquitos son bellos y simbolizan incluso la inocencia infantil, mientras sus hermanas mayores son vistas con asco y masacradas con pasión? En uno de los cuentos de El matrimonio de los peces rojos, un libro extraordinario de Guadalupe Nettel, una familia desesperada combate una invasión de cucarachas siguiendo una conseja popular: comiéndoselas. No soportan ver cómo un animal mayor se alimenta de su especie y, entonces, deciden huir. El ceviche de cucaracha es más eficaz que el Plagatox.
«Estos animales dice un personaje fueron los primeros pobladores de la Tierra y, aunque el mundo se acabe mañana, sobrevivirían. Son la memoria de nuestros ancestros». Quizás piense en esto la próxima vez.
Quizás dude por un segundo, antes de empuñar la chancleta, antes de escuchar el crujido de las alas aplastándose contra el suelo.
II De parte de la información: A ver si te suena: el organismo fue creado para «reunir y procesar toda la información a nivel nacional, proveniente de los diferentes campos de acción, que el Supremo Gobierno requiera para la formulación de políticas, planes y programas» y para, en consecuencia, adoptar «las medidas necesarias de resguardo de la seguridad nacional y el normal desenvolvimiento de las actividades nacionales y mantención de la institucionalidad establecida». ¿Qué tal? ¿Sí te suena conocido? Se trata del decreto 1878, fechado el 13 de agosto de 1977, que le dio vida al Centro Nacional de Informaciones. ¿País? Chile. ¿Gobernante? Augusto Pinochet. Este nuevo ente respondía a la necesidad que tenía el dictador de modernizar su sistema de censura y represión, de presentar ante el mundo una institución menos burda y feroz que la legendaria Dirección de Inteligencia Nacional (DINA). Hay cosas que nunca cambian, identidades que no borra ningún maquillaje: la primera persona que estuvo al frente de este nuevo organismo fue un general.
El 7 de octubre de este año, según la Gaceta Oficial, se crea el Centro Estratégico de Seguridad y Protección de la Patria (Cesppa), institución que «solicitará, organizará, integrará y evaluará las informaciones de interés para el nivel estratégico de la nación, asociadas a la actividad enemiga interna y externa, proveniente de todos los organismos de seguridad e inteligencia del Estado y otras entidades públicas y privadas; según lo requiera la Dirección Político-Militar de la Revolución Bolivariana». Más allá de la pretensión de control estatal, hay dos elementos de alto riesgo en este enunciado: la discrecionalidad que se otorga el poder para definir qué puede o no puede ser una «actividad enemiga», y la autoproclamación que realiza una élite inventándose a sí misma como comité central de una revolución.
No estoy diciendo que vivimos en dictadura. No, al menos y obviamente, en una dictadura como las de Videla o Pinochet.
Pero sí estoy diciendo que el Cesppa es una institución profundamente antidemocrática, inaceptable. Según Hannah Arendt un gobierno totalitario «destruye el único prerrequisito esencial de todas las libertades, que es simplemente la capacidad de movimiento». De eso justamente se trata. La información es movimiento.