¿Por dónde corren las lágrimas? - Carlos Raúl Hernández

“Las manos de Yuja Wang…” – Carlos Raúl Hernández

Publicado en: El Universal

Por: Carlos Raúl Hernández

Homo sapiens sapiens, llamados por la antropología humanos modernos, con cerebro de Einstein y manos de Yuja Wang, mantienen la poderosa tendencia a expandirse, ocupar nuevos espacios y dejan África a cambio del mundo. Aun sedentarizados, continúan las migraciones para explorar y crear dominios más amplios, el primero de ellos, según los expertos, el imperio acadio, que menciona Conan, antepasado del exgobernador Schwarzenegger de California. Desde el siglo XXIV a. C, la humanidad vivió bajo los imperios, nada nuevo, ni etapa superior del kapitalismo, según Lenin, a menos que creamos que a General Motors la auspiciaron Akenatón y Nefertiti, o Agamenón, que atravesó el Egeo hasta Turquía para conquistar Troya. Desde entonces cada región, poblado, ciudad, estuvieron bajo el influjo de los imperios, con ciclos de desorden y reacomodo, al caer unos y comenzar otros. Cómo modelos puros o tipos ideales, se dividen en dos ramas: depredadores, a los que solo les interesa llevarse lo que pueden, y generativos, creadores de civilizaciones, sociedades estables, la prosperidad, en beneficio propio y extraño, según el filósofo español Gustavo Bueno, entre otros.

Marx simpatizó con los imperios por ser consustanciales al desarrollo de la civilización y en 1850 dijo que, gracias al avance europeo, pronto en la Gran Muralla China alguien escribiría liberté, egalité, fraternité, y que se sepa, no lo acusaron de eurocéntrico o racista. En paralelo contradictorio (¿meridiano?) nace el nacionalismo europeo, con las revoluciones francesa, norteamericana y la independencia de Latinoamérica. Surge en medio del debate inconcluso e inconcluible, sobre el multívoco concepto de nación, analizado recientemente por mi admirado amigo Eduardo Jorge Prats. Se consolida, por un lado, la perspectiva romántica de nación o patria, acuñada entre otros por el filósofo alemán Johann Hamann, que un discutible poema inspirado por él, resume como “hijos en las calles, amores en la memoria y huesos en los cementerios”), el pueblo arraigado a la tierra por tradiciones, lengua, etnia y sentimientos, la identidad. Renan se burla y dice que “no podemos andar por las calles midiendo los cráneos a la gente, para gritarles ´¡eres mío!´”. En el derecho romano, uti possidetis iuris, (poseerás lo que posees) confiere un carácter estable a la soberanía, que pese al rotundo latín carece de universalidad, porque aplica solo con apoyo militar.

Hasta a victoria de Alemania en la guerra franco-prusiana (1871), Alsacia-Lorena pertenecía a Francia y el tratado de Fráncfort, una convención, la pasó al bigote enemigo. Luego derrotada Alemania en la primera guerra (1919), vuelve a manos francesas por otro tratado, el de Versalles. En los acuerdos a nadie le preocupa cuántos alsacianos hablan alemán o francés, si son protestantes, católicos, si ellos querían, o si cantan october festch schlager. En el ámbito internacional, el concepto de nación es constructivista y únicamente político, división territorial pactada entre estados y el patriarca del derecho constitucional, Hans Kelsen dice con frialdad ártica, al estilo de la primera constitución francesa (1791), que nación es “un conjunto de actos administrativos regidos por la ley”, simple y llanamente, sin cultura popular, ni niños muertos. Hasta la mitad del siglo XX, Ucrania era Rusia y territorios suyos habían sido polacos, pero hoy es un Estado independiente y la “operación militar especial” es según el derecho, violación de la soberanía, no importa cuántos ucranianos hablen ruso y el futuro lo regirán nuevos protocolos.

La soberanía territorial no reproduce la historia, sino las correlaciones de fuerza en ella, porque siempre hubo naciones más poderosas, agresivas, inteligentes, armadas, creativas, trabajadoras y productivas que se impusieron a otras. Si no, la mitad de EE. UU hoy sería de México. Pero el destino territorial es mutable: nadie podía pensar en 1800, que un siglo después EE. UU imperaría en el mundo, como si hoy alguien afirmara que en el siglo XXII la superpotencia será Suráfrica. La vida de los países atrasados cambió con la teoría del imperialismo, tejida por Rudolf Hilferding (El capital financiero) y Lenin (El imperialismo, fase final del capitalismo) quien la desplegó por el tercer mundo desde el imperio soviético, para odiar la riqueza kapitalista. María Elvira Roca señala una confusión epistemológica entre los conceptos de imperio y colonialismo que se desprenden del leninismo. Imperio define sistemas de expansión generativos, que no depredan, sino construyen instituciones, sociedades mestizas y estables, productivas, gracias a gobernabilidades consensuadas, las grandes civilizaciones, Mongolia, China, Roma, España, Rusia, EE. UU. Al florecimiento civilizacional en el imperio musulmán de los siglos VIII y IX, se le da la jerarquía de “primer renacimiento”, con la medicina, la arquitectura, Avicena, Averroes, las Mil y una noches, las danzas de vientre, las Rubayatas de Omar Al Khayyan.

Colonialismo o imperialismos depredadores fueron Inglaterra, Francia, Holanda, Bélgica, Alemania, en Asia y África. En el proceso judicial a Cristo, en cuyas irregularidades Roma declina participar, se transparenta el respeto a las instancias de justicia por el imperio romano. En cambio, Napoleón se tituló emperador por menos de los efímeros 11 años que terminaron en Waterloo, durante los cuales sus familiares fueron “reyes”. La teoría leninista, como dijo Carlos Rangel, da origen al tercermundismo, que concibe la relación entre los países desarrollados y subdesarrollados como contradicción antagónica, que solo resuelve la ruptura (el comunismo) y no como contradicción complementaria. Aunque en las relaciones entre naciones o entre personas no impera el bien a priori, sino intereses, que no son pocos ni trasparentes, las sociedades que convivieron con EE. UU, les fue mejor que a las hostiles, bloque soviético, Cuba, Norcorea, África socialista. Ahora le irá mejor al mundo si regresa a la convivencia EE. UU-China.

Hoy el factor dominante de las relaciones internacionales es la crisis hegemónica entre esas dos potencias, que no nace sistémica, aunque decisiones políticas miopes la convierten. Es la borrachera de sanciones de Trump y Biden, su actuación de capataces y no de líderes de la mayor potencia: rompen el acuerdo nuclear con Irán, siembran guerra en Ucrania y ahora en China, cubanizan o haitizan a Venezuela; presionan a Argentina para que compre aviones suyos más caros, vejan a Arabia Saudita, para luego visitarla, sacrifican a consciencia a Europa, imprimen desaforadamente moneda para financiar una política internacional torpe , afrontan la pandemia con irresponsabilidad financiera, hacen política económica interna populista para que luego la Reserva Federal eleve las tasas de interés, lo que promueve la crisis bancaria. Dicen que el arte de gobernar consiste “en impedir que todos se arrechen al mismo tiempo”, pero Trump y Biden no lo han oído. El peor daño se lo hizo EE. UU a si mismo al lanzar a su mejor aliado, OTAN, al abismo insondable, sin necesidad alguna, por seguir estrategias diletantes de Rand Corporation, y como escribí varias veces, permitir que se cerrara la brecha entre China y Rusia.

China era (y a esta hora todavía es) el primer socio comercial de “occidente” y desde su visita a Alemania en 2010, Putin hizo esfuerzos por también serlo. Planteó entonces una “comunidad de libre comercio desde Lisboa hasta Vladivostok”, respaldado por el ex canciller alemán, Gerhard Schroeder (socialista) y la canciller Angela Merkel (democristiana), quien declaró “hace tiempo que Rusia dejó de ser un enemigo, para ser un socio de la UE y de Alemania”. En la luna de miel, Europa celebraba de antemano un acuerdo entre la OTAN y Rusia “para construir el escudo antimisiles en Europa”. La Comisión Europea, desde Bruselas, declaraba que “ambas partes están convencidas de que ese acuerdo facilitará el ingreso de Rusia a la Organización Mundial del Comercio”. Todavía en 2018 la gran esperanza, según interpretaban masivamente los analistas, era el Nord Stream II, que resolvería el abastecimiento energético a un bajísimo costo para compensar la baja productividad de Europa por las amarras impositivas, poca innovación y inexistente capacidad de autodefensa.

El tubo cruzaría el Báltico, no Ucrania, porque para la U.E estaba era un Estado fallido, traficante de órganos, corrupto. Rusia y Alemania pactan el Nord Stream II, una infraestructura de 15.000 millones de dólares, no los dejan abrirla y luego la destruyen tranquilamente, una sentencia a la economía europea, aunque se lance en brazos chinos o de cheyenes. Lejos de incorporar a Rusia, decidieron hostilizarla y avanzar hacia sus fronteras, con el hito del golpe de Estado del Maidan en 2014, que hace huir de Kiev a la población rusoparlante para refugiarse en Dombass y Donets, donde los persiguen y se inicia la guerra civil. El mundo pende: guerra en Ucrania, provocaciones en Taiwán, hostilidades entre Israel e Irán, y entre EE. UU e Irán, crisis político-militar-humanitaria en Sudán y un poderoso bloque de naciones enfrenta al dólar. La izquierda aprovecha el hervidero nuclear, la exasperación de conflictos en todas partes para lavarse la cara y presentarse como nazarenos. No estoy seguro de donde provienen el cerebro de Einstein y las manos de Yuja Wang.

 

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