“No sabemos cabalmente quiénes dirigen el movimiento magisterial, ni tengamos la necesidad de saberlo con pelos y señales. Basta con sentir que son miembros de unas encarecidas cabezas de familia en las cuales podemos poner muchas esperanzas, como las pusieron nuestros antecesores en trances de oscuridad”.
Publicado en: La Gran Aldea
Por: Elías Pino Iturrieta
Las movilizaciones de maestros que se han llevado a cabo en los últimos días refieren al tema de los liderazgos que también ha estado en el tapete recientemente. Ante la existencia de respuestas masivas contra la política de la dictadura en el campo del salario de los miembros del magisterio, tras las cuales se advierte la orientación de un conjunto de líderes capaces de conducirlas con éxito; se observa, por contraste, el desacierto de las figuras en las que recae la responsabilidad de dirigir a los partidos políticos en sus obligaciones fundamentales de oposición. Se advierten y aplauden los éxitos en el primero de los casos, mientras se machacan omisiones y errores catastróficos en el otro. Parece un asunto que merece atención, y sobre el cual se volará ahora como los pájaros.
En el caso de las reacciones de los miembros del magisterio destaca el hecho de que no se pueda dar con la identidad de sus líderes porque ninguno ha insistido en presentarse como protagonista imprescindible, como cabeza visible e ineludible. Son figuras que parecen nuevas en la plaza, pero que se convierten en imán potente por razones de trayectoria. Más interesante todavía: de pronto se piensa que las protestas carecen de cabeza, que se vuelven ubicuas y amenazantes sin que unas fuerzas individuales, que muestren una evidente vocación directiva, les hayan trazado un itinerario capaz de retar con éxito a los mandones del madurismo. En el caso de los vaivenes de los partidos de oposición no solo se insiste en hacer una nómina meticulosa de sus responsables, sino también en calificarlos en sentido negativo o peyorativo a través de juicios sumarísimos. Aquí se abulta la nómina de los candidatos al patíbulo, mientras allá se preguntan, entre la curiosidad y la admiración, sobre quiénes son los flamantes salvadores.
La miseria que ha asolado a los maestros explica la rotundidad y la penetración de su beligerancia. Arrinconados en extremos de pobreza por la dictadura, no encuentran mejor desembocadura que salir a la calle por sus fueros sin atenerse a miramientos. Tal situación facilitó un vínculo inmediato con gente que padece su misma situación, pero que ha ejercido funciones de orientación desde tiempo atrás en los asuntos propios de un oficio empujado a extremos de mengua que claman al cielo. Para clamar al cielo ya existía ese puente, mantenido a través del tiempo, que la necesidad hace ahora más expedito y en cuyo recorrido había un hábito de guía, una rutina antigua y sin estridencias que solo esperaba un golpe extraordinario de la realidad para ser más corpóreo, vital de veras. La conexión entre una miseria sin salida y la experiencia relativamente silenciosa de unas figuras próximas que ya destacaban en una rutina susceptible de aumentar la confianza de un conjunto desesperado de individuos pertenecientes a la misma tribu, de gente del mismo oficio sometida al mismo escarnio, obró el portento de un matrimonio entre los desesperados y unos dirigentes que, así como los habían acompañado sin relumbrones en un calvario cada vez más exigente, podían orientarlos hacia contornos llevaderos sin ofrecerse como profetas.
En cambio, los dirigentes de la oposición se anunciaron como heraldos prometedores, sin que se pueda asegurar que se hayan acercado a la meta. No han establecido la conexión necesaria con las mayorías de la población que sufren penurias semejantes a las del magisterio. Pese a que deben atacar las consecuencias de la desastrosa gestión del mismo enemigo, semejantes casi como gotas de agua a las que escarnecen al núcleo de los maestros, pasan por uno de los peores momentos de su gestión, y quizá de su historia. Llegar a explicaciones firmes sobre una relación cada vez más disminuida con la ciudadanía puede ser aventurado, pero salta a la vista que están perdiendo el prestigio y las ocasiones de reanimarlo. Quizá se encuentre luz sobre el decaimiento en una comparación entre la trayectoria de los sindicatos y la conducta de las cúpulas partidistas en las últimas dos décadas. Los primeros no se han alejado de sus bases, no las han cambiado por una superficial puesta en escena que los ponga en el centro de las tablas; mientras las otras han preferido un estrellato sin asiento para regodearse en la fantasía de permanecer en primer plano.
Tal vez estemos ante la luz que puede salir de un contraste entre la tradición y la improvisación, entre la densidad y la superficialidad, entre tener los pies en la tierra y moverse a la ligera por el supuesto imperativo de las circunstancias. Los partidos políticos de oposición decidieron reinventarse sin tener idea cabal de los desafíos implicados en una reinvención, o sin pensar que las tiranías son antiguas y solo cambian de careta. Los sindicatos prefirieron la fidelidad a sus orígenes, el respeto a las ideas y a las conductas de su nacimiento porque todavía no había llegado la hora de cambiarlas, sino más bien de insuflarles vida en un período que tenía antecedentes en otros del pasado que sus hazañas habían superado. Seguramente por eso no sabemos cabalmente quiénes dirigen el movimiento magisterial, ni tengamos la necesidad de saberlo con pelos y señales. Basta con sentir que son miembros de unas encarecidas cabezas de familia en las cuales podemos poner muchas esperanzas, como las pusieron nuestros antecesores en trances de oscuridad.