Los muchachos que cambiaron la UCAB - Javier Conde

Los muchachos que cambiaron la UCAB – Javier Conde

El “Mayo francés” fue en octubre del ‘72 en la Universidad de los jesuitas. La mañana del martes 17 cinco estudiantes inician una huelga de hambre. Una conmoción en el mundo académico, político y social caraqueño. Alumnos brillantes, sin militancia partidista, educados en el San Ignacio, La Salle o el Gonzaga de Maracaibo, algunos vinculados a la obra social de la Iglesia. Esta historia pudiera llamarse “Los 5 de la UCAB” en homenaje a “El juicio de los 7 de Chicago”, la película de Aaron Sorkin, pero sería injusto: era una vasta muchachada en reclamo de apertura académica y democrática. El germen de esa UCAB que ahora celebra 70 años llena de vitalidad.

Publicado en: La Gran Aldea

Por: Javier Conde

Al cura Rey, hombre de una sola pieza.

La carta que recibió Reynaldo José WulffIzaguirre decía: “Lamento tener que comunicarle que no se le concederá la reinscripción para el curso 1972-1973”. En el siguiente párrafo: “He dado instrucciones a la Secretaría General para que se le extienda con la mayor rapidez su documentación de traslado, en orden a que pueda proceder de inmediato a solicitar su inscripción en otra Universidad de su agrado”. Llevaba la firma del rector Pío Bello, SJ, sacerdote jesuita. “De usted muy atentamente”.

Fueron veintidós (22) cartas similares para otros tantos bachilleres, junto a la rescisión de los contratos de cinco profesores, tres de ellos jesuitas: 27 expulsiones sutilmente redactadas. La de Wulff tenía fecha del 18 de julio de 1872, ¡100 años antes! Por el impacto de su contenido no reparó en el error. Parecía cosa de una institución anclada en el pasado negar la continuación académica a estudiantes y profesores de alto desempeño porque esa universidad les desagrada. Las cartas prendieron la crisis que transformaría a la Universidad Católica Andrés Bello (UCAB).

Los muchachos que cambiaron la UCAB - Javier Conde
Cortesía: La Gran Aldea

Wulff estudiaba ingeniería y no recuerda cómo y dónde recibió la carta. A Emilio Pacheco, de Sociología, se la dieron en el tercer piso del edificio de aulas. A su lado estaba el sacerdote Luis Ugalde, a punto entonces de licenciarse en Ciencias Sociales. Edwin Sambrano leyó la suya antes del examen final de Derecho Procesal Civil que impartía Arístides Rengel-Romberg. Reinaldo Rasquin, también de leyes, la retiró en la Facultad. “Empecé a decirle a los amigos, no me di cuenta que había una lista, eso se regó como pólvora”, cuenta, medio siglo después, desde Chicago.

Pronto se supo quiénes eran los 22: ocho de Derecho, cuatro de Sociología, otros cuatro de Comunicación Social, dos de Ingeniería y dos de Teología y dos más de Letras y Economía. Además los profesores, José Antonio Cova y Clemy Machado (entonces de Acedo); y los curas, Rafael BaquedanoJosé Ignacio Arrieta y José Ignacio Rey, quien dirigía el Instituto de Estudios Teológicos, que fue clausurado.

A Rey le impusieron una severa sanción que lo inhabilitaría para desempeñar cargos en su orden religiosa. La cumplió sin pedir enmienda hasta al día de su muerte. “Rey fue clave en el despertar de conciencias en mucha gente de la Universidad”, dice Ismael Pérez Vigil, cursante de Teología y expulsado, preocupado en profundizar su formación religiosa. Este octubre, 51 años más tarde, celebró el triunfo electoral como miembro de laComisión Nacional de Primaria (CNP).

La prensa encontró un filón en la “protesta de los niños bien” de esta universidad privada, orientada a ofrecer educación cristiana, sin conflictos y de calidad para la élite y sectores emergentes de una sociedad en crecimiento. Creada por decreto del gobierno militar, la Universidad Católica Andrés Bello (UCAB) entró en funciones en 1953 y fue asignada a la orden jesuita por el Episcopado.

Para Pío Bello, que perderá el rectorado con la crisis, sostuvo que los expulsados “habían mantenido una actitud hostil”. Por eso se les dejaba en libertad de irse. “Es una situación completamente normal”, insistió hasta el último día.

La protesta estudiantil estará animada por el espíritu rebelde del “mayo francés y el movimiento hippie, la lucha por los derechos civiles en Estados Unidos, la renovación universitaria de la UCV y su cierre -clave en el cambio de la composición del alumnado-. También el surgimiento desde los escombros de la izquierda del Movimiento Al Socialismo y el viento de corrientes teológicas en el seno de la Iglesia. ¿La tormenta perfecta? Los jóvenes gritaban: “Se han robado la verdad, que la devuelvan”.

Los cinco muchachos de aquella mañana del 17 de octubre del ‘72 -dos de Derecho, dos de Sociología y otro de Ingeniería- son las cabezas visibles pero no únicas de un movimiento estudiantil en ciernes, plural, y tan creativo como ingenuo, que toma una salida desesperada ante el fracaso del diálogo. Estos son, intercalados de dos en dos. Y con un agregado inspirador.

Los Miserables

En 1966 Reynaldo Wulff es un buen estudiante de La Salle La Colina. Aplicado en matemáticas aunque escaso en lecturas. Su héroe es El Zorro. Juega fútbol, béisbol, tenis, baloncesto, pero sus tobillos finos lo retiran pronto. En tercer año de bachillerato entra en el proyecto de empresas juveniles de Fedecámaras. En cuarto, en Acción Católica, da cursos de alfabetización y limpia la sede de la Escuela Artesanal de Sarria. Esa es su vida hasta que un hecho la cambiará.

Reinaldo sueña con construir aviones, pero lo desvelará otra construcción. A fines del ‘66 La Salle termina su iglesia, parecida a un barco, muy lujosa, a un costo de un millón de bolívares. Los chicos de Acción Católica sacan cuentas: de la verbena pro fondos del colegio apenas 10 mil bolívares van para la Escuela de Sarria. Les parece injusto y redactan un comunicado en el que destaca una frase: ‘Es más fácil que un camello entre por el ojo de una aguja, que un rico entre en el Reino de Dios’. Lo firman una docena de chamos y lo tiran en el confesionario de la iglesia de la discordia el día de la verbena. Llega la policía, se escapan. Fue inútil: llevados a la dirección, son acusados de comunistas y expulsados por un mes. Lo pasan encerrados en sus casas, tras cambiar cárcel por arresto domiciliario. En su cuarto, Reynaldo devoró Los Miserables de Victor Hugo y Juan Cristóbal de Romain Rolland. “Los Miserables me abrió el mundo. Yo vivía en una burbuja”. Entre los expulsados está Roberto Dubuc, figura de lo que va a ocurrir en la UCAB.

Vietnam

Reinaldo Rasquin estudió en el Liceo Aplicación, muy cerca de donde vivía en la Avenida Páez. En su familia de clase media, el papá era profesor y daba clases en horario diurno y nocturno. La madre maestra. Eran seis hermanos, cuatro varones. La llegada de la democracia supuso también la organización de los estudiantes en los liceos públicos.

Participa en planchas independientes al centro de estudiantes que ganan a sectores de izquierda del Partido Comunista de Venezuela y el Movimiento de Izquierda Revolucionaria.

Al terminar el bachillerato se va a Estados Unidos por medio del programa American Field Service (AFS). Allí vive con una familia americana en Titusville, Pensilvania, pueblo de 5.000 habitantes. Hizo otra vez el último año de bachillerato y aprendió inglés. Era el curso 1967-68, años de la Guerra de Vietnam y la lucha por los derechos civiles.

Reynaldo prestó atención, escuchó la opinión de los mayores, asistió a un curso de sociología que analizó durante todo el año el conflicto en la dolida nación asiática. En abril del ‘68 asesinan a Martin Luther King, en junio a Robert Kennedy. No se sustrae de nada porque está en la boca de todos y los medios informan profusamente. “Fue muy importante, me introdujo en la política amplia. La de defender derechos y deberes”.

De la calma al conflicto

“Las crisis no se improvisan”, se lee en el capítulo uno del libro UCAB: la crisis de octubre-de Guillermo Boza y Antonio Juan Sosa, editado por Vadell Hermanos en 1974-. La de la universidad jesuita se coció a fuego lento, como caían los días entonces.

En 1965 la Declaración sobre la Educación Cristiana de la Juventud invita a vivir en el “espíritu evangélico de libertad y de caridad”. En febrero del ‘67 un seminario sobre la misión de las universidades católicas en América Latina se reúne en BugaColombia. De allí surgen líneas: ejercer una función crítica de la mentira social y política, promover a los sectores menos favorecidos, alejar al gobierno interno de “todo monarquismo” y que el sostén económico garantice la libre investigación y expresión frente al peligro de presiones estatales o de grupos políticos y económicos.

Como las cosas suelen aterrizar, en enero del ‘68 circula el documento “de los 19”. Un grupo en su mayoría estudiantil orientado por un jesuita, vinculado al Movimiento Universitario Católico (MUC), que escudriña de arriba abajo a “la Católica”. Su estructura, la educación que imparte y la percepción de que era una universidad clasista. Diagnostican que en la UCAB “no se permite una búsqueda de la verdad bajo un clima de participación, libertad y servicio”. Su estructura es vertical, sin asociación de profesores, la representación estudiantil tiene matiz paternalista y el diálogo profesor-alumno anda de vacaciones. Además temen que las ayudas económicas mediaticen la educación.

El Consejo Universitario tacha el documento de panfleto subversivo. Y toma medidas: en abril separan de la dirección de la Escuela de Derecho al jesuita Luis María Olaso, asesor del MUC y firmante del documento. Olaso (Pamplona, 1916 – Caracas, 1997), era más que cura y abogado, un alma buena. El expresidente Luis Herrera Campíns dijo de él: “Supo enseñar y orientar (…) y a través de sus libros y ejemplo desplegar su sensibilidad social en el campo de la defensa de los derechos humanos, donde rindió una labor unánimemente reconocida”. En el ‘68 su talante es desestimado. La crítica era mal vista. El último día de la protesta, el venerable Olaso se acostó en un colchón de los huelguistas.

Para el curso 69-70 la matrícula de la Universidad Católica se dispara como consecuencia del cierre de la Universidad Central de Venezuela (UCV). A Montalbán llegan estudiantes que no querían detener sus cursos y otros que desisten de ir a una institución “conflictiva” como la ucevista. Del 68 al 72 la UCAB pasa de 4.288 a 7.228 alumnos. Crece en institutos y departamentos, pero preserva su estructura vertical. En el estudiantado ya hay alguna experiencia política y otras visiones que llevarán a la pronta diferenciación con las autoridades.

En el ‘70, la nueva Ley de Universidades obliga a modificar el estatuto interno ucabista para aceptar la creación de centros y asociaciones estudiantiles y la representación de profesores y estudiantes en consejos de escuela, facultad y universitario. Se reduce el poder del Vicecanciller, nombrado por los jesuitas, y aumenta el del Rector y el de la Fundación Andrés Bello, donde se dan cita destacados nombres de los grupos económicos del país: Vollmer, Zuloaga, Mendoza,..

En la víspera de la crisis, la muchachada inquieta -“y hostil”- se organiza y expresa desde diversos grupos: Humus, Avance, Economía 71, En Marcha, Definición, Evolución y, sobre todo, Tercera Juventud, que nace en abril de 1971 como un periódico que aboga por un mundo humanista, pide diálogo, modificar la estructura de poder y desvincular la universidad de los grupos económicos. Pérez Vigil recuerda: “Nos contactó un estudiante más veterano, Juan Garmendia, y nos convenció para hacer una publicación impresa, que repartimos por la universidad y llamó mucho la atención”.

Garmendia es el eslabón perdido de esta historia. Bastante mayor que sus compañeros, venía de las aventuras de la izquierda de los ‘60, había estado en prisión y ahora era un militante del MAS. “No pretendía hacer política masista en la Universidad, sí promover ideas y la lucha estudiantil”, comenta Edwin Sambrano. Garmendia fue el único de los 22 que no reincorporaron. Las autoridades ucabistas lo tenían fichado.

La ebullición del alumnado -producto de otras expulsiones revocadas a finales del ‘71 y que fueron un globo de ensayo, y la solidaridad con la UCV -desemboca en un congreso en abril del ‘72 en el que piden presencia estudiantil en el Claustro Universitario, que elige al Rector y los decanos, y fuero para que sus líderes puedan emitir opiniones y votos según su criterio. Nombran una comisión electoral para convocar elecciones sobre nuevas bases y exigen mayor apertura a otros sectores sociales y libertad de cátedra para el profesorado.

Las elecciones se celebran en los primeros días de junio. Lo que falta para la crisis se va a producir a partir de la lectura de esas votaciones por las autoridades. Compiten 7 estudiantes para el Consejo Universitario. Solo entran dos: Gustavo Nahmens (1.868 votos) y Roberto Dubuc (1.630 votos). Dubuc, de Sociología, el compañero de Wulff en La Salle cuando el episodio de aquellas otras expulsiones, es de Tercera Juventud. En mes y medio se remiten las cartas de no-reinscripción. De usted, atentamente.

Centella, Relámpago, Kloackqa

Abraham Pulido pensaba estudiar medicina pero el cierre de la Universidad Central de Venezuela en 1969 lo condujo a la Escuela de Ciencias Sociales de la UCAB. Su rostro amordazado es el que va a aparecer en la portada del periódico Reincorporación en aquel octubre del ‘72. “Las autoridades no expulsaron unas cuantas personas, expulsaron la posibilidad de expresarse libremente”, decía uno de los textos.

Entró en el Colegio San Ignacio desde kínder. Provenía de un hogar de clase media. Abraham padre, era de Coro y de origen hebreo. Fue aviador y telegrafista de Aeropostal. Admiraba de Bolívar su rebeldía. La madre, Ligia Méndez Naranjo Osty, de pequeña vivió en Pensilvania y conoció a quien sería su esposo a los 18 años en Nueva York. En la casa celebraban tanto el Yom Kipur como la Navidad. Una familia libre y despreocupada.

Abraham hijo es un alma inquieta. Con 10 años hizo la revista Centella, a los 12 otra que llamó Relámpago y en el bachillerato una cuyo nombre descubría sus intenciones aunque se escribiera Kloackqa. El poeta Armando Rojas Guardia y los futuros jesuitas Arturo Sosa y Mikel de Viana, con seudónimo, fueron colaboradores de la publicación. Querían que el colegio de «niñitos ricos» fuera mixto. Lo expulsaron, y lo reincorporaron para que se graduara. “No era nada político, todo muy puro, impactado por el Mayo francés”.

 

Enorme corazón hippie

Manuel Sosa Pietri murió en abril de 1978. Fue el único que aguantó la huelga sin interrupción. “Le decían Toyota, porque ni agua tomaba”, cuenta su hermana, la actriz Carlota Sosa, entonces cursante de segundo año de bachillerato en el Colegio Sagrado Corazón. Ella se iba para la UCAB en uniforme escolar a acompañar a Manuel.

Hijo de Carlos Sosa Rodríguez, muy destacado jurista y diplomático venezolano, y de Yolanda Pietri Pietri, también diplomática, prima hermana de Alicia Pietri de Caldera, la esposa del presidente de la República, Manuel encajaría en la calificación de “niño bien”. Pero las apariencias suelen despistar.

Tímido, introspectivo y guapísimo, -lo dice Carlota-. También miope de ojos grandes y misteriosos, austero y se vestía mal, porque eso no le importaba. Un viaje a Machu Picchu lo cambió. “Era otro, meditaba, un hippie con un corazón enorme”, lo dice Carlota.

Sosa Rodríguez vivió un shock con su hijo huelguista, pero al quinto día se sentó en el colchón de Manuel e interrogado por el periodista Germán Hauser admitió que no compartía todo lo que reclamaban los jóvenes. “Pero es mi hijo y lo voy a apoyar”, declaró. Yolanda Pietri no dudo ni un segundo en estar con Manuel porque era una adelantada a su época. “Una hippie también, muy particular, hasta el último día de sus cien años”, dice Carlota.

Manuel le enviaba cartas a su hermana mientras ésta hizo un curso en Inglaterra. “El idealismo puede ser irracional, hay que tener sentido práctico y nunca repitas un discurso aprendido para complacer a otros”.

El plan equivocado

Cuando Pío Segundo Bello Ricardo firma las expulsiones de los estudiantes ni por asomo vislumbra que está firmando el fin de su rectorado. Lo habían designado en agosto de 1968 para sustituir al jesuita Carlos Reyna, quien ejerció el cargo durante una década.

Nacido en la casa grande de la hacienda La Concepción de Guarenas, Pío Bello descubrió su vocación de seminarista a los nueve años de edad. “Era un hombre bueno, sin maldad, ingenuo para estas cosas”, dice Luis Ugalde, que en aquellos días del ‘72  desde el Centro Gumilla consideró una insensatez la expulsión de estudiantes y profesores, impropia de una institución católica. “Le dieron unos datos y él firmó, no era su idea”, añade.

Carmelo Lauría, representante de los profesores ante el Consejo Universitario, y de peso relevante junto a José Luis Aguilar Gorrondona, vicerrector académico y muy destacado profesor de leyes, le habrían vendido la idea de que “los comunistas se querían apoderar de la Católica”. “Lauría y Aguilar no sabían que estaban tocando un panal de abejas”, resume Emilio Pacheco. La llegada de Roberto Dubuc al CU, visto como una ficha de la izquierda, colmó el vaso de las sospechas.

La decisión fue urdida con sigilo. El decano de Humanidades, Carlos Guillermo Plaza, y el director de Comunicación Social, Alberto Ancízar, ni se enteraron. Rafael Baquedano y Clemy Machado estaban fuera del país cuando rescindieron sus contratos. “Fue algo absurdo y ridículo, anti cualquier cosa que uno pudiera considerar en una academia”, recuerda la profesora de teoría sociológica. “Mi vida se me iba en preparar las clases”. El plan parecía muy sencillo. Notificar a fin de curso las no reinscripciones, dar los exámenes finales y luego vacaciones. En octubre todo estaría olvidado.

Subestimaron el compromiso y capacidad de los estudiantes. “Se tejió una maravillosa gran red organizativa a lo ancho y largo del país”, cuenta Milena Mazzei, que cursaba Ciencias Sociales y conserva un archivo documental del conflicto.”Nos reunimos julio, agosto y septiembre, sin desesperarnos, preparando una estrategia”, dice Fabián Chacón, otro expulsado, creador junto con Sambrano, Rasquin y Manuel Sosa Pietri del grupo Evolución en la Facultad de Derecho. “La cabeza empezó a funcionar de mil maneras, para que nos reincorporaran teníamos que ganar apoyo político”, cuenta Wulff.

En casas de varios de los jóvenes, en locales del centro de Caracas de tipo social y religioso, trazaron estrategias y planes de acción, diseñaron afiches, piezas publicitarias y escribieron el único ejemplar de Reincorporación, con la boca vendada de Pulido. Mandaron comisiones a todas las universidades del país. Se afinó una agenda de contactos políticos al más alto nivel en los principales partidos. Cecilia Caldera, hija del presidente Rafael Caldera, y Sonia Pérez, hija de Carlos Andrés Pérez, eran alumnas ucabistas y sensibles a lo que estaba ocurriendo.

El conflicto había estallado en los diarios a finales de julio. El periodista Germán Hauser, del diario El Globo, siguió lo que sucedía en la UCAB desde el congreso estudiantil de abril. “Fue la cobertura más importante y la mantuvo durante las vacaciones. Me llamaba a casa y lo ponía al día”, revela Pacheco.

El lunes 2 de octubre se reinician las clases. Varias calles importantes de Caracas amanecen empapeladas de afiches y pancartas sobre el conflicto. Ocurre igual en las paredes de la Universidad. “Hay procesiones por los pasillos en el horario matutino y vespertino, junto con asambleas, reuniones, canciones, de todo”, dice Mazzei, que no olvida la Marcha del Silencio hasta el frente del Rectorado, encabezada por dos monjas. En medio de la noche, sin una palabra, prendieron las velas que llevaban. “Fue lo más bonito”, dice aún emocionada Milena. “Esos días se convirtieron en Woodstock”, añade Pulido. “Todo era muy espontáneo y fresco”, apunta Francisco Rodríguez, estudiante de Ingeniería.

Aún así la luz del entendimiento no brillaba. Las autoridades son citadas por la Comisión Delegada del Congreso pero la decisión era irreversible. El primer provincial de los jesuitas en Venezuela, Jesús Francés Beroiz, va a Roma, donde despacha el superior general de los jesuitas -el “Papa Negro”- Pedro Arrupe, en busca de instrucciones.

También viajan, por su parte, Pío Bello, Guido Arnal y el padre Gustavo Sucre. Las gestiones llegan a la presidencia, cancillería y secretaría de la República, también hasta el Cardenal José Humberto Quintero. Francés, a su regreso, percibe “injusticia” en las medidas pero pide discreción. Bello insiste: “se van a cansar por no lograr sus objetivos”. Los estudiantes replican: “El hombre, solo buscando lo imposible, ha conseguido lo posible”.

Las protestas y las gestiones se agotan y los estudiantes toman la decisión de la huelga de hambre. “Fue una patada de ahogado, dijimos ‘vamos a echar una vaina’, creíamos que nos iban a sacar pero pasó la noche y nada, y la otra y tampoco…”, dice Pacheco. Ugalde, bien informado de la actividad estudiantil, confirma que fue una salida desesperada. “Pensaron ‘esto se perdió, vamos a quedar expulsados, hagamos una huelga en plan de que quede como protesta’”. “Fue un sacudón, estábamos inmersos en una lucha soterrada entre jesuitas”, apunta Wulff.

Ugalde recuerda que la huelga logró la solidaridad de toda la Universidad. “La UCAB era muy cerrada, muy estrecha, los miembros del Congreso que habían oído a los estudiantes quedaron impresionados con su talento”, expresa. Los cinco huelguistas iniciales fueron escogidos con toda premeditación: eran los más brillantes entre sus pares. “Colocamos gente que diera una impresión integral de lo que éramos”, precisa Sambrano.

En apoyo de la huelga se activó una legión de chicos y chicas, de todas las escuelas, para asumir las tareas organizativas y de planificación -donde, entre otros, destacó Rafael MacQuhae– y de arengas en pasillos, aulas, el cafetín y los jardines. Mazzei aún siente el deleite de algunas voces como la de Gemma Belandria, feroz y carismática oradora, la del poeta Lionel Pedrique y la del propio Pacheco. “Cautivaban sin gritos, éramos unos chamos ingenuos, llenos de sueños y arrechos con la injusticia”.

Fueron nueve días -del 17 al 25 de octubre- que conmocionaron a la UCAB. Se involucró toda la comunidad universitaria, el mundo jesuita, la dirigencia política, sectores económicos relacionados con Fedecámaras y el estudiantado de otras universidades. También las familias de los huelguistas. La madre de Pulido estaba al lado de la camilla de la ambulancia que lo retiró deshidratado al quinto día de la huelga. Su padre le había dicho “come cuando puedas, no vayas a morir como un pendejo”, a lo que no le paró. Rasquin y Pacheco también requirieron atención hospitalaria.

Con los días hubo más huelguistas: Janeth Maldonado y Marcelino HernándezDaisy Rodríguez y Diana Carvallo de Ciencias Sociales; Iván Prieto, de Educación, Olivia Rondón, de Administración, Dulce Colmenarez, de Filosofía, y Ángel Zárate, de Periodismo. Las autoridades suspendieron las clases con el voto salvado de los representantes estudiantiles Nahmens y Dubuc. Pero el conflicto no se apagó.

De expulsado a profesor

Emilio Pacheco nació en 1953 y se formó en el Colegio Gonzaga que los jesuitas fundaron en Maracaibo en 1945 animados por los valores de justicia, fraternidad, paz y amor. Su familia no era particularmente religiosa. La madre lo inscribió allí a él y a un hermano mayor porque era un buen colegio. Tampoco tenían plata y cuando se vino a Caracas para estudiar en la Católica recurrió a una beca que El Nacional daba a hijos de los periodistas. Su padre, Federico Pacheco Soublette, fallecido trágicamente, fue Jefe de Redacción del diario de Miguel Otero Silva.

Emilio había sido dirigente de la federación de estudiantes de colegios católicos. Dice que quien lo conociera por esos años del final del bachillerato y los inicios de la universidad podía pensar que era un cristiano de izquierda, pero admite que no tenía idea de nada, aunque entonces creía que sí. Pronto estableció relación con el Centro Gumilla.

Vivía en la segunda avenida de Las Delicias, en la casa de su abuelo paterno, Julio. A cinco casas de la Quinta Puntofijo, la del pacto de 1961. Andaba por la zona a cualquier hora del día y por cinco bolívares comía en el local de unos italianos. Leía mucho. La Democracia en América de Alexis de Tocqueville, lo impactó. Pacheco va a ser, con seguridad, la voz estudiantil más relevante de la crisis de la UCAB. En enero de 1976 empezó a dar clases en la Universidad que le negó la reinscripción.

El Príncipe

José Ignacio Rey Palenzuela nació en Bilbao el 5 de enero de 1935 y murió en Caracas el 14 de enero de 2022. Sus padres, de ascendencia navarra y alavesa, engendraron cinco hijos (dos mujeres). En el hogar se vivió con modestia y sencillez, y firmes valores tradicionales. Rey estudió la secundaria en el Colegio de Indautxu, de la orden jesuita. Cada año se elegía al Príncipe del colegio, el estudiante de mejores notas y más piadoso. Rey fue el Príncipe.

A los 17 años entró en el noviciado. Luego estudió Filosofía en Loyola y en PullachAlemania. El magisterio fue en Durango (Vizcaya) y se ordenó sacerdote en 1965. Al año siguiente obtiene el Doctorado en Teología por la Universidad Gregoriana de Roma. En 1967 es enviado a Venezuela. Cuando la crisis de la UCAB, además de profesor en Ciencias Sociales y Comunicación Social, es el director del Instituto de Estudios Teológicos.

El exprofesor ucabista José Félix Azurmendi dice que Rey poseía “una dignidad orgullosa”, además de ser muy reflexivo. Mazzei lo reconoce como el “papá” de aquella muchachada inconforme. Fabián Chacón asienta que su voz “tenía mucho peso”. Para Pacheco no era político, sino místico. “Un hombre de una sola pieza, irreductible, que cumplió su castigo al pie de la letra”. Ismael Pérez Vigil recuerda que Rey ponía a pensar: “Te interpelaba ‘¿Cómo crisitiano cómo vas a responder ante las injusticias del mundo?’. Tocaba las fibras de la gente, daba mucho y no tenía prejuicio alguno”.

Rey, con el paso de los años, fundó y dirigió de la revista Comunicación, publicación de referencia en América Latina en su especialidad, en la que participaron los jesuitas Ignacio IbañezOscar TremontiJosé Martínez Terrero, y los periodistas Marcelino BisbalCésar Miguel Rondón y Sebastián de la Nuez. Y siguió con sus clases en Sociología y Periodismo. Puntual, riguroso, cercano, agudo. La periodista Laura Weffer escribió en la mala hora de su muerte. “Sus clases eran retadoras y profundamente sabias”.

 

“Una bendición”

Cuenta el Padre Luis Ugalde -en el ‘72 era director de planificación de los jesuitas- que los huelguistas pedían un tribunal honorable para revisar todos los casos. “Si los hallaba culpables, ellos aceptaban las expulsiones”, refiere. Pero tal instancia no aparecía, sí en cambió apareció una noche por sorpresa Carmelo Lauría. Pacheco lo recuerda así: “Se reunió con un montón de estudiantes en el portón de la Universidad. Nosotros teníamos una patrulla estudiantil que recorría el campus. Él se puso a hablar con ellos y dijo que no tenía nada que ver con el conflicto. Se bajó del barco y Pío Bello se quedó solo”.

Lauría era alto directivo del Banco de Venezuela que, además, aspiraba a entrar en la política. En las próximas décadas será gobernador, presidente de la Cámara de Diputados y ministro de varias carteras. La aventura de la UCAB era comidilla diaria de los medios y eso ensombrecía sus planes de un futuro político. Para Pacheco ese fue el “punto de inflexión” de la crisis.

A la octava noche de la huelga, una comisión se presenta en la UCAB para buscar a los representantes estudiantiles -Dubuc y Nahmens- y a dos de los huelguistas, Wulff y Pacheco. Los llevan al Centro Gumilla en El Paraíso para una reunión en la que se les presenta un documento. “Sacaban a Pío Bello de permiso, nombraban un Rector interino y prometían revisar las expulsiones y dar una respuesta individual a cada uno”, cuenta Pacheco, que en un primer momento pensó: “podemos pedir más”. Pero Ugalde, en quien tenía una gran confianza, lo convenció. “Me dijo ‘esto es lo mejor que pueden negociar, o firman o la policía va a entrar’”. Y firmaron.

La madrugada del miércoles 25 de octubre el grupo estudiantil regresó a la UCAB y a Emilio Pacheco le correspondió dar la noticia: “Recibimos un gran abucheo y disgusto de todos, pero levantamos la huelga. Había gente que creía que tenía a las autoridades agarradas por las…”.

Desde Indianápolis donde trabaja desde hace 32 años para una fundación de ideas liberales, Pacheco revive la diversión de aquellos días, en las que se acostaban a cualquier hora, pasaban el día “conspirando” y oyendo a Soledad Bravo y a Quilapayún, sin pensar en el futuro. “Para mí fue muy importante. Me enseñó muy pronto las realidades de la política”. Milena Mazzei se pregunta hasta hoy “si solo fue suerte encontrarse con gente tan buena”.

Guido Arnal, el único rector seglar en los 70 años que la UCAB celebró el pasado octubre, rodeado de los jesuitas Luis Azagra y Gustavo Sucre reinstitucionalizó la UCAB. Revirtió las expulsiones, menos la del vigilado Garmendia que se perdió del mapa, sin rechistar y quizás satisfecho, y dotó la Universidad de un nuevo estatuto interno. También se renovaron los contratos de los cinco docentes.

“Fue una guerra fratricida entre jesuitas”, me confesó años atrás Sucre, en una entrevista para El Ucabista sobre el papel de Arnal en el rescate de la UCAB. “Esta era una universidad monárquica y centralista, mandaba el Rector; con el estatuto se logró el equilibrio, ahora, y desde hace tiempo, las decisiones son colegiadas”. Bello, enviado a Roma a profundizar sus estudios, confesó: “Fue una de las etapas más dolorosas de mi  vida”.

Para Ugalde, que veinte años será Rector de la UCAB, tras vencer resistencias internas venidas de aquella crisis, la sensatez y realismo de Arnal permitieron poner al día la Católica. “Había una serie de vacíos como si se tratara de un colegio, y se acordó que una universidad es para discutir. No se puede expulsar a nadie sin expediente. Se abrió y ganó muchísimo. El conflicto fue una bendición”.

P.D.: Reinaldo Wulff recibió otra carta el 25 de noviembre del ‘72 -esta sí con fecha correcta- en la que se le notificaba que se le había impuesto una amonestación severa por haberse declarado en huelga de hambre como resistencia a la decisión de una autoridad competente. Implicaba que no podía optar a la representación estudiantil. La firmaba Arnal. La victoria rara vez es completa.

 

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