Por: Asdrúbal Aguiar
Los hitos vertebrales de ese tiempo venezolano que se engulle a más de dos generaciones (1999-2024) deben ser revisitados varias veces para un verdadero juicio sobre las posibilidades de nuestra reconstrucción; sobre todo para la cabal comprensión de lo que ha emergido como inédito a partir de María Corina Machado, sin que se la descontextualice o se la vea, erróneamente, como otra pieza más de un recambio político. Es algo que incluso la desborda, más allá de que los caminos se le cierren o se le abran generosamente – la misma historia siempre es caprichosa – en el titánico esfuerzo que adelanta para conducir al país hacia la senda de la libertad.
Luego de derrotar al régimen con las elecciones primarias y al ser desconocida por este, se juega la carta de una sustituta, la académica Corina Yoris, tampoco aceptada por el dictador Nicolás Maduro. Una y otra, madre y abuela, enlazan con ese hilo de Ariadna que bien explica en su fondo a la fuerza resiliente actual de los venezolanos, situados en estado liminar. El país se levanta a partir de un código afectivo, no más político formal ni ideológico ni clientelar, para marchar hacia otro destino, a partir del limen en que se encuentra. La final selección del embajador Edmundo González Urrutia como candidato presidencial por iniciativa de Machado, ha logrado descolocar a Maduro, que no la pudo impedir, hasta el momento. Electoralmente está derrotado.
Es Machado un referente social, es «liminariedad» de lo político que, al tener como frontis a la moderación icónica de Edmundo, indica la emergencia en Venezuela de un rito de paso sin violencia que desde ya separa lo profano de lo sagrado, y que ha sorprendido a los mismos políticos que la denuestan, tachándola de políticamente incorrecta.
Y cabe observar que el proceso de disolución humana que ha cristalizado en Venezuela, y lo frena en seco la yunta inesperada María Corina-Edmundo, lo hizo posible la vileza de un pueril ejercicio republicano y de ficción democrática inaugurado en 1999, que ha contado con el viento favorable del mundo digital de los no-lugares y del no-tiempo, no solo el apoyo de los alacranes, que es cero. No por azar el régimen de Maduro conspira antes contra las primarias señaladas a fin de digitalizarlas con sus «cajas negras», descifrables. Y Machado se le atraviesa en el camino.
También es cierto que, en esa fase liminar del «rito de paso» que se realiza y cumple entre María Corina y el pueblo venezolano en cada rincón de nuestra geografía, se están dando revelaciones. Sólo alcanzan a verlas las gentes más inocentes, las víctimas de la maldad dictatorial, al redescubrir que sí existe la “esperanza de una vida verdadera”. La obtendrán, sin lugar a duda. Es el regreso a la patria y la vuelta de todos sus hijos a los espacios de la concordia y con tiempo, “tiempo y espacio sagrados” ajenos a la práctica política mendaz, cuya maldad y ficción sólo son hijas de las redes digitales y los laboratorios de Fake News. Mas cierto es, por lo demás, que llega a su final el mito del socialismo del siglo XXI en Venezuela, que sólo fue eso, el mito de sus predicadas mayorías, un solemne engaño.
La penúltima de las mentiras, justamente, fue esa de la inhabilitación forjada, celebrada por el régimen y sus contumaces contertulios para condicionar a la opinión y destruir la opción electoral de Machado durante las primarias. Pero la experiencia sigue demostrando que esta tiene límites y mal se puede inhabilitar a lo que está en el útero de la venezolanidad como tampoco es posible ocultar ya la efervescencia de lo mayoritario real; mayoría auténtica ocultada tras el telón de las ficciones electorales representadas por el chavismo y que, tras el vejamen que sufre desde el poder despótico y el severo daño antropológico que se le ha irrogado, decide ahora empinarse con coraje amalgamarse otra vez como nación, desde su deconstrucción.
En las elecciones de 1998, cuando Chávez Frías resulta electo con el 56% de los votos sufragados por el 63% del electorado concurrente, en la configuración del Congreso de la Repùblica los partidos que se alternaran en el poder desde 1959 – Acción Democrática y el Partido Social Cristiano COPEI – obtienen un 36,80% de los votos. El MVR de Chávez alcanza el 19,67%. Eran entonces poderes partidarios en equilibrio y era ese el mensaje que enviaba la propia nación a los actores políticos en su alcanzada madurez y al agotarse la experiencia de la república civil en 1998. Pero eso se diluyó. Las razones las explico en mi libro en curso de edición “Venezuela, en la antesala de la historia”. Así, sucesivamente nos llegó el primer fraude, el de la constituyente, a la que sigue un silencio proverbial por parte del liderazgo democrático, que debió entenderse y oponerse frontalmente y con el que se cerrase nuestro siglo XX.
Tan sólo esperaban los venezolanos, en 1999, un cambio en democracia – jamás una ruptura revolucionaria. Tanto que, en la elección de los constituyentes y en un momento de quiebre agonal forzado, sólo acuden a las urnas el 46% de los electores; y alcanzando el chavismo un 65% de votos, de los 131 escaños sólo se le dejan a la democracia 6 asientos. A renglón seguido, al convocarse la constituyente que destituye sin que rechiste al parlamento democrático de 1998, la nueva Constitución diseñada por el ya dictador Chávez resulta aprobada por un 80% de los sufragantes, sí, pero de un quorum electoral que frisa el 36% del registro de votantes.
Así las cosas, ha regido en Venezuela, durante casi 25 años, un despotismo de mayorías inexistentes, sufragado por la expoliación y el robo de la riqueza petrolera. Pero todo ha llegado a su final, y como en un sino de la historia los venezolanos otra vez iniciaremos con retardo nuestro siglo XXI. El XX comenzó en 1935, el XIX en 1830. Esas tenemos.