MCM y la Unidad - Trino Márquez

MCM y la Unidad – Trino Márquez

Publicado en: El Nacional

Por: Trino Márquez

En sus últimas intervenciones públicas –especialmente en la difundida el Domingo de Resurrección, día cargado de simbolismo– María Corina Machado ha insistido en que seguirá luchando hasta el final, y que será ella la candidata admitida por el régimen o será Corina Yoris. Trata de hacer valer la legitimidad de la primaria y de los más de 2 millones de votos obtenidos en esa masiva consulta. Su postura me parece correcta. Se resiste a que el candidato opositor sea escogido por Nicolás Maduro.

La actitud de MCM la entiendo como una táctica dirigida a fortalecer su imagen frente a la comunidad internacional, que ha respaldado sus legítimas aspiraciones, particularmente con Gustavo Petro y Lula da Silva, dos líderes fundamentales de la izquierda latinoamericana solidarizados con su causa y distanciados del autoritarismo de Nicolás Maduro. La consistencia de MCM ha permitido que Estados Unidos –a través de Brian Nichols, principal responsable para asuntos latinoamericanos, y Francisco Palmieri, encargado de las relaciones con Venezuela– mantengan la presión sobre el gobierno de Maduro. Igualmente, el secretario de Estado del Reino de Noruega vino al país a dialogar con el oficialismo y la oposición.

En el plano interno, las declaraciones de MCM buscan consolidar sus posiciones para negociar en mejores términos con sus aliados dentro de la Plataforma Unitaria Democrática y con otros factores que, a pesar de no integrar la PUD, se oponen sin ambigüedades al gobierno.

Hasta este punto comprendo y comparto la conducta de MCM. Una figura de su talla debe exhibir reciedumbre en los momentos más difíciles. Debe demostrar que no se rinde ante los primeros tropiezos porque allí reside su liderazgo: en su capacidad de afrontar con coraje las dificultades.

Sin embargo, no estimo conveniente el sesgo anti-Manuel Rosales que se percibe en miembros del entorno de MCM y particularmente de numerosos simpatizantes de la líder, que descalifican al gobernador del Zulia acusándolo de traidor y “alacrán”.

Es muy probable que a Rosales el gobierno le haya levantado la barrera que le impedía inscribirse en el CNE, luego de una negociación y un acuerdo con el oficialismo. Resulta muy extraño que pocos minutos después de haberse cerrado el lapso legal, él se haya incorporado a la lista de los admitidos. También es raro que el CNE haya extendido el plazo durante doce horas con el fin de que fuese admitido Edmundo González Urrutia, en representación de la Mesa de la Unidad Democrática (MUD) –la tarjeta de la manito–  ahora PUD. De acuerdo con los rumores puestos a circular por los detractores de González Urrutia, su nombre forma parte de la componenda entre el gobierno y Rosales. Se trataría de un acuerdo para que el candidato de la PUD decline a favor de Rosales cuando la campaña haya avanzado y la elección de julio se acerque.

Todas estas conjeturas, convertidas en rumores perniciosos, están creando un clima tóxico dentro de la oposición. Ciertos personajes que pretenden dirigirla desde Miami y otros lugares del mundo se han encargado de fomentar esas especies malsanas, que envenenan el ambiente y solo sirven para sembrar una atmósfera de mutua desconfianza entre quienes están obligados a buscar entendimientos.

Los líderes democráticos deben entender que el verdadero y principal enemigo es Nicolás Maduro. Todas las acciones políticas dentro de la oposición deben subordinarse al objetivo de iniciar un proceso de transición pacífico, ordenado y constitucional. El mandatario nacional forma parte de una camarilla que durante un cuarto de siglo ha azotado a Venezuela. La ha empobrecido hasta el punto de ser el responsable del mayor éxodo registrado en toda la historia nacional y en todo el planeta, sin que haya habido una invasión externa, una guerra civil o una catástrofe natural de grandes dimensiones.

La tierra donde se asienta la política es árida. La política es áspera. Los estudiosos más importantes de su historia destacan que la lucha por el poder generalmente prescinde de lealtades porque en ella intervienen seres ambiciosos, vanidosos, imperfectos. William Shakespeare en algunas de sus obras dramáticas más famosas –como Macbeth y Ricardo III– devela el alma de quienes aspiran el poder, incluso por vías democráticas.  Ese mismo proceso lo vive el régimen madurista y el PSUV, solo que de forma más atenuada porque sus dirigentes no divulgan los intríngulis de sus luchas intestinas. Lo ocurrido con Tareck el Aissami, quien lleva más de un año desaparecido, constituye una pequeña muestra de cómo se dirimen los conflictos en la cúpula madurista. Pero, el oficialismo se comporta como una tumba. Al estilo cubano, chino o ruso. Nadie se refiere a él. Totalmente ignorado. Nadie dice qué pasó con el antiguo miembro de la nomenclatura.

En cambio, en la oposición prevalece la diatriba y el descrédito, a pesar de que sus dirigentes han estado fuera del poder durante más de dos décadas.

MCM debe entender que su liderazgo está atado al triunfo del candidato que finalmente surja del complejo proceso que está en pleno desarrollo. Esa figura podría ser Rosales. El mandatario del Zulia ha insistido en que si MCM, producto de las presiones, es admitida como candidata, él declinará a su favor. Esta promesa introduce una nota relajante en el panorama.

Si el candidato de la Unidad triunfa, MCM compartirá los méritos por la victoria y saldrá fortalecida. Si es derrotado, porque ella se paraliza, la responsabilidad podría recaer en ella y su liderazgo se derrumbará como ha ocurrido con otros dirigentes. Lo peor es que Venezuela seguiría hundida en la miseria.

MCM es clave para la Unidad. Así debe asumirlo.

 

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