Soledad Morillo Belloso

Me quedé con las ganas – Soledad Morillo Belloso

Por: Soledad Morillo Belloso

Pocas cosas tan costosas para el alma como no hacer las cosas que uno pudo hacer, y no las hizo porque las dejó para «más luego». Porque puede pasar, y pasa, que quizás cuando quiera hacerlas, pues los duendes cuya función es interferir nos las hagan imposible.

Ahora, con tristeza, digo que me quedé con las ganas de haber entrevistado a varios. A Miguel Ángel Burelli Rivas, a Antonio Cova, a Julián Villalba, a Ramón Pasquier, a Fernán Frías, a Luis Cabana, a Gladys Larralde de López, a Mercedes Pulido de Briceño, a Antonio Pasquali, a mi tía Carmen Morillo de Iranzo, a mi papá Pancho Morillo Romero. A tantos que me regalaron su tiempo, su atención, su cariño. Esos que desprendidamente hicieron un aparte en sus complicadas agendas para escuchar mis cuitas y darme explicaciones.

La tardía conciencia de eso error me hace hoy buscar entrevistas con gente que es muy importante para mí, pero no por lo que me den, sino por lo que le dan al país. Con el auspicio de la gente de La Gran Aldea, que gentilmente me cede espacio en su novedoso portal, estoy afanada en mostrar conversas sencillas con gente a la que tenemos que escuchar. Porque hay que prestarle más y mejores oídos a los susurros que a los gritos. Nunca dejará de sorprenderme que estos venezolanos que tanto montan en sus respectivas áreas acepten tertuliar conmigo, y hablar no solo desde su intelectualidad sino también desde su corazón. César Miguel Rondón, Josefina Benedetti, Julio Castillo Sagarzazu, Román Lozinski, Jorge Roig, José María de Viana, José Toro Hardy, Carolina Jaimes Branger, Ramón Piñango. Y hay más en el tintero, nombres que todavía me cuesta creer me respondan con gentileza que sí cuando les pido me concedan una entrevista. Gente maravillosa. Gente a la que hay que escuchar.

Me quedé con las ganas con muchos que ya se me fueron. Tarde aprendí que no puedo permitir que eso suceda. No, no me voy a quedar con las ganas.

Y, sí, agradezco a los muchísimos lectores que me regalan su tiempo e invierten sus «megas». Para ellos escribo. Para ellos hablan estos venezolanos de la más sorprendente sencillez. Gracias por leer. Gracias por escuchar.

Lea también: «Mi hermana la panadera«, de Soledad Morillo Belloso

 

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