Mente de pollo

Por: Carlos Raúl Hernández

Un axioma de cierta sociología bienpensante es que la educación es el factor que determina el desarrollo y la cohesión social. Nadie podrá negar que una población calificada, formada, con destrezas y valores, es un activo para el progreso. Pero está muy lejos de ser la clave y es más un epifenómeno asociado que pre condición. Igual se atribuyen las prorrupciones populistas a «la ignorancia» de los sectores que lo apoyan y su propensión a ser «clientelas».

El símbolo del populismo es Argentina. Desde los años 40, y así se mantuvo por mucho tiempo, fue el país latinoamericano con menores índices de analfabetismo, mayores de escolarización, graduados, postgraduados y desarrollo cultural. En 1946 llegó Perón al poder, hace largos 66 años, para convertirlo en uno de los pocos de la región que no levantan cabeza. Venezuela estuvo décadas en el top de los índices educativos mencionados, fue el país más moderno del subcontinente y desde los 90, se hunde en atraso y anacronismo.

La población colombiana con altísimo componente rural o recién desruralizado no alcanzó estándares de Venezuela o Argentina, aunque sus elites políticas se caracterizan por su formación académica, cultura y buen hablar. Pero durante la segunda mitad del siglo XX hasta hoy es modelo de estabilidad y progreso, pese a la ferocidad de FARC. Consolida su democracia, crece económica, cultural y educativamente. Las mayorías se aproximan a las elites y surgen las clases medias modernas, mientras Argentina y Venezuela naufragan.

Las llaves del sistema democrático no las entregaron a la revolución bolivariana los «ignorantes», que no las tenían, sino las más notables personalidades del mundo cultural, gerentes y dueños de grandes medios de comunicación, y las clases medias profesionales. Un gobierno ilustrado perdona golpes militares de 1992 y la base electoral es un grupo de partidos, entre ellos el MAS, no calificables de ignaros. La «constituyente» la autorizan sabios magistrados de la Corte de Justicia.

Lejos de los adjetivados de «pata en el suelo» y «chaburros», el surgimiento del autoritarismo actual es hijo legítimo de las clases medias ilustradas que le dieron la espalda al régimen democrático. Ellas iniciaron el levantamiento antipartidista y antipolítico que triunfó en 1993 y alcanzó la apoteosis en 1998. Decepcionados los sectores medios por Chávez, y liquidados los partidos, tomaron el liderazgo opositor. Aunque el gobierno estaba en manos revolucionarias, la oposición tenía poder en instituciones clave del sistema, base para una oposición exitosa.

Su incapacidad para entender el abecé de la política, los llevó a maniáticas embestidas contra las paredes que dilapidaron gradualmente ese poder institucional, que pasó al caudillo revolucionario comenzando con la constituyente. La «megaplasta» liquidó los magistrados democráticos del Tribunal Supremo, el «paro» destruyó las fuerzas radicadas en Pdvsa, el 12 (no el 11) de abril y la Plaza Altamira permitieron «limpieza» de la FFAA, las «guarimbas» (juego infantil) y el holocausto: retiro de candidaturas a la Asamblea el 2005. Todas con ese inconfundible aroma a Carolina 212 y Hugo Boss.

Dicen que los pollos no son muy inteligentes, pero buscamos en la traidora WEB qué decían en esos escandalosos episodios, los diez o doce ideólogos responsables, para descubrir su sintonía con la versión «fraudulera» actual. Zarpó la nave de los locos a destruir la oposición, mes y medio antes de la elección de gobernadores del próximo 16-N. Antipolíticos, antipartidistas, «sociedad-civiles», abstencionistas, no son ignorantes.

Gozan de formación académica sofisticada. A pocos los ahorcarían por una licenciatura, una maestría y se consiguen hasta Ph.D. A pesar de sus excelentes curricula y la riqueza de su formación académica y profesional, el fraudulerismo es en estos próximos días más útil a la revolución que el propio PSUV, y cien veces más que los «ignorantes», para desarmar y desmoralizar los adversarios. Desprecian la política y la entienden menos que «un niño de doce años» como diría Schumpeter.

Implacables con las fallas de los partidos y grupos que bregan día a día para construir una alternativa, son muy indulgentes con los estragos que ellos mismos produjeron. Su descomedimiento los llevó a calumniar a Rosales y Capriles porque reconocieron la derrota, una decisión necesaria porque no son aventureros parlanchines sino jefes políticos reales. Admirable que éste se juegue el resto en su candidatura a la gobernación de Miranda.

@carlosraulher

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