Morir sin remedio en Venezuela – Luis Carlos Díaz

Por: Luis Carlos Díaz

Los pacientes crónicos venezolanos, como Brenda Briceño, handWHpcwxH_400x400 salido a las calles para protestar contra la escasez de medicinas y han muerto sin que el gobierno de Nicolás Maduro proponga una solución a la crisis general de la salud.

CARACAS, Venezuela. Janelys Graterol murió la madrugada del sábado 9 de julio. Murió dentro de una patrulla de policía porque en el Hospital de Niños “JM de los Ríos”, donde estaba internada esperando una cirugía cerebral, no había ambulancia. Nunca llegó una ambulancia de otro centro de salud público, porque tampoco hay disponibles. Intentaban trasladarla en un vehículo policial y murió en el camino. Tenía 4 años de edad.

El hospital que no tenía ambulancias es el pediátrico más importante de toda Venezuela. Es el centro de referencia nacional, adonde vienen los pacientes de todas partes porque tampoco en las provincias de un país de 900,000 kilómetros cuadrados hay hospitales de atención infantil de esta envergadura. De hecho, Janelys Graterol no era de Caracas. Su familia la trajo desde Boconó, estado Trujillo, a 534 kilómetros de distancia. Ayer buscaban donativos para su cura, y hoy los necesitan con urgencia, con una triste urgencia, para trasladar el cadáver de vuelta a su ciudad.

La pieza que aún falta en esta historia es adónde intentaban trasladar ayer a Janelys, de emergencia, si estaba ya en el hospital de niños de mayor envergadura en el país. Sus padres la llevaban a una clínica privada a hacerle una tomografía cerebral, porque resulta que en el JM de los Ríos tampoco hay tomógrafos en funcionamiento. Desde hace más de una semana no hay quirófanos habilitados y en todo el 2016 no han realizado transplantes. Los niños mueren esperando.

Los pacientes y sus familias deben llevar los insumos si desean ser atendidos, pero luego no se consiguen antibióticos para protegerse de infecciones. En climas tropicales las infecciones avanzan rápidamente, más aún cuando ni siquiera las habitaciones tienen aire acondicionado. Las madres pasan los días abanicando a sus hijos o ayudándose con ventiladores mientras esperan. Para ellas, no hay camas sino colchonetas en el piso.

Hace un par de meses, una de las líderes de las madres de los pacientes me declaró la frase más fuerte que haya emitido en un reportaje para la radio donde trabajo: “A mi niña le debo poner algodones en las orejitas para que de noche no se le metan las chiripas (cucarachas pequeñas)”. Días después de la denuncia radial, las autoridades fingieron una fumigación, pero de nada ha valido. Los insectos habitan en las tuberías por donde no corre agua.

El área neurológica está refugiada en otra ala del centro de salud, porque en la suya cedió el techo podrido hace un año y no ha sido reacondicionada. Los pacientes de tumores cerebrales e hidrocefálea languidecen en el piso 5, mientras las madres deben hacer colas durante horas, sin privilegios, para comprarles pañales en la farmacia solo una vez a la semana, si acaso llegan, según su número de cédula y tras demostrar con una partida de nacimiento, que tienen un bebé.

Fuera del hospital, la vida no es mejor. Las historias de pacientes que dejan de acompañarnos se aferran a aquellos sobre los que hay fotos o presencia en redes sociales. Es la forma más inmediata de convertir las cifras de la crisis venezolana en historias.

Pero lo cierto es que resulta imposible seguir tantos decesos y por eso resaltan los casos de Brenda Briceño, quien murió de cáncer después de haber dado esa pelea y la otra, política, en protestas, marchas y recolecciones de firmas.

Algo similar ocurrió con el niño Óliver Sánchez, de 8 años de edad, que se convirtió en un símbolo tras su muerte porque semanas antes había participado en una protesta a la que asistió con una pancarta muy sencilla, hecha con un marcador, en la que escribió “Quiero curarme | Paz | Salud”.

Detrás de aquella protesta estaba Codevida, una coalición de organizaciones que trabajan por el derecho a la salud. Coinciden allí quienes cada día reclaman y encauzan las exigencias de pacientes de cáncer, transplantados, enfermedades crónicas, deficiencias respiratoria y cardiacas, VIH, entre otras.

La policía nacional bolivariana impidió su avance aquel 31 de marzo. Militantes del partido de gobierno le preguntaban a gritos a los marchantes cuánto les habían pagado. Aunque posiblemente en sus casas tampoco tenían medicinas para los suyos. Hubo allí lágrimas de dolor y rabia, porque la única respuesta oficial ha sido negar la crisis en todos los escenarios, desde las sesiones de la Organización de Estados Americanos hasta en tribunales nacionales.

Para alivio de un gobierno que no tolera las manifestaciones en su contra, las protestas en materia de salud no son como las políticas, porque a la larga quienes protestan mueren de mengua. Ya en varias ocasiones Cecodap, una organización de defensa y protección de derechos, ha demandado ante el Tribunal Tercero del Circuito Judicial de Protección de Niños, Niñas y Adolescentes que se garantice el derecho a la salud. Cecodap ha usado incluso los argumentos esgrimidos por el propio Nicolás Maduro para decir que hay una guerra económica en su contra que genera escasez.

Pero nada. En tres ocasiones el juez Oswaldo Tenorio se ha negado a reconocer el problema y ha rechazado incluso las apelaciones. Ese bloqueo institucional cuesta vidas, lo peor es que seguirá costándolas.

El gobierno venezolano ha desautorizado la emergencia en salud decretada por la Asamblea Nacional, también ha impedido las donaciones y los corredores humanitarios que puedan hacer llegar medicinas desde el exterior, prohíbe mediante decreto que los servicios de correo y paquetería nacional envíen medicamentos de una región a otra del país, y mantiene una deuda de 6,000 millones de dólares con los proveedores de materia prima en el extranjero de los laboratorios farmacéuticos en Venezuela. Así que en las farmacias ya dicen: no hay y no habrá.

Esa suma de decisiones de Nicolás Maduro y la ministra de salud, Luisana Melo, es una tormenta que no se detendrá en los próximos meses. Venezuela tiene las condiciones para ser ingresada en terapia intensiva, pero no hay siquiera un quirófano.

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