¿Multilateralismo o antinorteamericanismo? – Trino Márquez

Publicado en: Polítika UCAB

Por: Trino Márquez

La vocación expansionista de China –luego de haber consolidado las reformas económicas que le permitieron al Partido Comunista redimir a centenas de millones de habitantes de la miseria en la cual las había hundido el régimen colectivista liderado por Mao Zedong- se ha incrementado a partir de la primera década del siglo XXI. Ese discreto actor internacional que era el gobierno chino a comienzos del nuevo milenio, ahora actúa de forma cada vez más audaz y agresiva en gran parte del planeta. A través de la Nueva Ruta de la Seda, sus tentáculos se expanden de forma vertiginosa por África, Asia, el Medio Oriente y América Latina. Se asocia con antiguos aliados incondicionales de Estados Unidos, como Arabia Saudita, y llega a acuerdos significativos con Brasil, la principal economía latinoamericana.

El apoyo que  Xi Jinping le ha dado a  Vladimir Putin representa una de las razones por las cuales Ucrania, que ha contado con el firme sostén de Estados Unidos y Europa, aún no ha podido sacar de su territorio al ejército invasor ruso. Ese respaldo ha sido un poderoso factor que ha atenuado las derrotas militares de Putin y el fracaso de su estrategia en ese conflicto.

El régimen chino ha ido tejiendo de forma lenta, pero sostenida, una gigantesca coalición para competir por el liderazgo mundial con Estados Unidos, cuyos socios más importantes se encuentran en Europa, aunque con algunas fisuras como las que muestran Alemania y Francia, dos naciones clave para contrarrestar la creciente  influencia mundial de la nación asiática.

Además de la cercanía con Putin, con quien Xi definió un plan estratégico conjunto para las próximas décadas –documento firmado poco antes del inicio de la invasión a Ucrania el año pasado-, China se ha aproximado a Arabia Saudita, tradicional socio político y comercial de Estados Unidos. El gobierno norteamericano durante décadas se ha hecho el desentendido frente a los desmanes autoritarios de ese régimen misógino, que aplasta los derechos humanos no solo de las mujeres, sino de todo aquel ciudadano o grupo que se atreva a desafiar la autoridad de los gobernantes. En la última reunión de la OPEP, Arabia Saudita, en un claro desafío a los intereses norteamericanos, acordó disminuir la producción de petróleo del cartel con el fin de elevar los precios del crudo en los mercados internacionales, medida que favoreció a Rusia, nación que ha logrado sortear las sanciones impuestas por la Unión Europea y por EE.UU.

El otro giro  sorprendente es el de India. El Gobierno del primer ministro Narendra Modi, convertido en una cruel dictadura hinduista, se ha ido alejando de Estados Unidos (y de la democracia) para acercarse progresivamente a China y Rusia, dos de los países más despóticos de los Brics (Brasil, Rusia, India, China, Sudáfrica). Esta proximidad dio como resultado la creación del Nuevo Banco de Desarrollo (NBD), presidido por la expresidenta de Brasil, Dilma Rousseff, concebido para contrarrestar la influencia del Fondo Monetario Internacional (FMI)–institución supuestamente controlada por EE.UU- y del dólar estadounidense.

De ese mundo surgido después de finalizada la Guerra Fría, la destrucción del Muro de Berlín y el colapso de la Unión Soviética, va quedando muy poco. La democracia en el planeta ha perdido mucho terreno. Las regiones en las que se han establecido gobiernos represivos y dictatoriales aumentan de forma alarmante. Estados Unidos ya no es el centro hegemónico del poder mundial. Su autoridad está siendo cuestionada en gran parte del globo. El mensaje democrático, modernizante y laico que acompañaba esa supremacía, se ha ido desvaneciendo. Han resurgido los nacionalismos recalcitrantes y el fanatismo en múltiples formas.

 En América Latina, la presencia de Cuba sigue siendo una vergüenza para el continente. El régimen instalado en la isla caribeña hace más de seis décadas forma parte de la tradición caudillista y agreste  de la región. En los años recientes, se incorporó a ese potrero el Gobierno de Daniel Ortega, una tiranía peor que la impuesta durante décadas en ese pobre país por la dinastía de los Somoza. Esto ocurre en la zona de influencia de Estados Unidos, porque Ortega decidió apoyarse en el pragmatismo y autoritarismo de los chinos para apuntalar la arruinada economía nicaragüense.

En medio de este panorama se encuentra el régimen de Maduro. Estados Unidos necesita que en Venezuela se realicen elecciones libres, competitivas y supervisadas por la comunidad internacional para comenzar a resolver la grave y prologada crisis vivida por la nación durante la década madurista. El Gobierno de Maduro forma parte del eje antinorteamericano promovido por China y Rusia a escala planetaria. Ese eje, en nombre del multilateralismo, fomenta constantemente el ataque a la cultura occidental, al Estado de derecho, a las libertades en todos los órdenes y a la democracia.

La corrupción sistémica y el fracaso económico inocultable están comprometiendo las aspiraciones continuistas de Maduro y sus camaradas. La coyuntura resulta propicia para que Estados Unidos retome el papel de líder continental que le corresponde. Fortalecer a los demócratas venezolanos allana el camino.

 

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