No es el Covid, es ése señor sin alma que secuestra Miraflores – Floralicia Anzola

Por: Floralicia Anzola

La tragedia en Venezuela se cuenta en cifras pero está llena de nombres. Nombres. José, Rafael, Luis, Mariana, Daniel, Ana, Beatriz, Luisa, Carmen. Una lista larga con todas las letras del abecedario. Detrás de cada nombre hay una historia, hecha de vida y tejida de recuerdos.

Tomo algunas de las historias que cuenta con mucha sensibilidad, el infectólogo venezolano, Julio Castro en su Instagram:

“El Sr B , nació en Venezuela hijo de padres libaneses, cristianos Maronitas . Su idioma materno es el árabe y lo usa para comunicarse con su familia y amigos.

Después de varias semanas conectado a un respirador y otras con traqueostomía, la comunicación es un asunto crítico y críptico. Hoy se comunica con esta pantalla y por primera vez hoy me escribe y nos comunicamos efectivamente .

Tiene hijas viviendo en Arabia Saudita, Líbano, Venezuela y comunicarme con ellas es otro capítulo idiomático y de usos horarios.

El Sr B hoy sale de terapia intensiva a su cuarto y sus grafismos en la pantalla para mí dicen:

“Buenos días Doctor. Julio».

Le contesto: “Sr B , nos vamos a la habitación”.

Él repregunta: ¿Cuándo voy a mi casa?

Contesto: “Pronto, pronto, con el favor de Dios. Seguimos”

La esperanza es una consigna que se verbaliza entre médicos, enfermeras, cuidadoras, camilleros, analistas. Es ése último intento por lograrlo.

En casa sabemos lo que alimenta, la semana pasada estuvimos aferrados a la esperanza. Contamos con la complicidad de los médicos, las enfermeras, todos vigilantes en cada respiración.

Julio en su Instagram, escribe:

“El color rojo intenso de sus uñas y la falta de esmalte exclusivamente en el dedo que mide la saturación me pareció un signo de coquetería. Sus ojos profundos y claros revelaban una clave de su belleza de juventud.

Su ser amado me dijo con la voz quebrada en esos momentos de comienzo de la agonía que tenían 66 años de casados, pero algunos más desde que se conocieron.

‘En mi camino al trabajo, la veía sentada en la ventana (tenía 14 años) y la única forma de comunicarme con ella era enviar mensajes en un papel que la señora que trabajaba en su casa le hacía llegar’, me dijo. ‘A pesar de mi insistencia, no pude asistir a su fiesta de 15 años, pero a la de 16 años sí pude ir. Después de toda la vida juntos, criar a 5 hijos, nietos y bisnietos, la pude llevar a muchas partes del mundo’, sus ojos se humedecieron… Los míos también.

Desde el día que la ingresaron a la clínica y los días consecutivos, a pesar de estar solo en casa, me dijo que sentía su presencia… ‘Nunca hemos estado separados’.

Los ojos claros y profundos de ella se fueron apagando lentamente, igual que el oxígeno en su sangre, la enfermedad nos ganó, pero nunca podrá ganarle a un amor de este calibre.

Él es el Sr A y ella la Sra B , al igual que el abecedario estarán juntos para siempre”.

Desde que nuestra muy amada Beatriz se enfermó, de Covid, sin vacuna, en un país donde lo que importa es hacer política con la vida ajena, vivimos de primera mano, pero a distancia, la tragedia.

Medicinas que buscar, en 14 farmacias recorridas, al fin, una de ellas. Oxígeno, listas de proveedores y listas de espera de pacientes. Servicios a domicilio que tratan de suplir las carencias. Clínicas, hasta el tope, listas de espera para una cama en emergencia, otra lista para cupos de habitación. Todo el personal trabajando desde las 5 de la mañana hasta la madrugada del día siguiente. Y sin embargo, cada contacto con otro venezolano, en medio de la angustia, es solidario, fraterno, cercano. Todos vivimos y bebemos de esa tragedia.

¿Y la familia? Separada por océanos, en todos los sentidos, a la distancia de un mensaje de voz, de una llamada recibida y contestada a tiempo. Expectantes, testigos impotentes, distantes, que sugieren desaciertos porque no logran comprender. ¿Cómo entender que una madre, abuela, bisabuela, que hace dos semanas mostraba orgullosa sus orquídeas y le dejaba mensajes de voz a sus nietos con consejos, ya no está?

Una cadena de cortos instantes se desencadenan, fotos, voces, rituales ¿será verdad lo que vivimos? ¿es que no la volveremos a ver? Preguntamos desde la distancia.

Hoy, cuando la voz del régimen oprobioso que nos gobierna hable de cifras, no olvidemos que muchos de esos nombres podrían seguir aquí, vacunados y a salvo.

No señores, no es el Covid, es ése señor sin alma que secuestra Miraflores.

 

 

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