Por: Asdrúbal Aguiar
A Hugo Chávez, locuaz, encantador de serpientes, con formación castrense y liderazgo indiscutible, lo echan del poder sus compañeros militares y el pueblo embravecido, en 2002. Cosa distinta es que las ambiciones dieran al traste con el logro alcanzado.
A Nicolás Maduro, charlatán, iletrado, mofletudo, sindicalista de baja ralea, no le mueve el piso la OEA, el Grupo de Lima, USA, Colombia y Brasil, menos la ONU y los europeos con su grupo de contacto, que prefieren deshojar la margarita mientras los primeros avanzan y retroceden con sus amenazas. Venezuela, así, agoniza en un hospital para políticos cuyos galenos no se dan por enterados y para curarse en salud acusan de desunión a los hijos del paciente.
Me pregunto si tienen dudas sobre lo estético. De allí la tarea encomendada a los noruegos: ¿Qué maquillaje llevará el cadáver, qué vestido endosará, qué ceremonia de inhumación se le contrata para que los deudos superen la penosa impresión y quede atrás el recuerdo de la grave enfermedad que le gana la tumba?
Mike Pompeo confiesa lo difícil que le resulta mantener unida a la oposición venezolana. El Grupo de Lima vuelve sobre su guion abandonado. Apunta al “creciente involucramiento del régimen ilegítimo de Maduro en distintas formas de corrupción, narcotráfico y delincuencia organizada transnacional que implica a sus familiares y testaferros”; pero al término demanda de los causahabientes en litigio carguen con el féretro si quieren que el testamento les favorezca: “a través de una solución política y pacífica conducida por los propios venezolanos”.
Un amigo estimado, a la sazón, conversa con el país sobre la experiencia de Chile, y considera con seriedad el consejo de otros dos amigos suyos: “Fue un error pedir la salida de Pinochet antes de negociar con él”. “Cuando dos elefantes se enfrentan, el que sufre es el pasto”. “La transición ocurre cuando se impone la negociación para salvar al país”, es el mensaje.
La incoherencia de las narrativas, las dudas de la diplomacia diletante, el juego disperso, son fuentes de disolución o, mejor, excusas ante lo fatal. ¡Y es que hasta en los ejercicios académicos que se realizan respecto de lo venezolano – yo mismo trazo páginas, dejo libros que nadie lee sobre las falencias de la democracia, acerca de las transiciones, sobre la necesidad de una nueva teoría normativa democrática – se obvia, ¿interesadamente?, la realidad cruda y muda: Estamos secuestrados los venezolanos, algunos cooptados, por la Empresa Criminal Conjunta Bolivariana (ECCB).
Farah y Yates (IBI/National Defense University, 2019), explican que se trata de “un consorcio de estados criminales y actores no estatales que trabajan en concierto con objetivos compartidos”, a saber, sostener en pie la casa matriz – el Estado de Venezuela – que les sirve de paraguas y purifica, a través de sus mecanismos, todos los delitos que ejecutan.
Augusto Pinochet era un violador contumaz de derechos humanos. Le podemos llamar fascista o feroz anticomunista, pero ni él ni la Fuerza Armada chilena conformaban un cártel de hampones comunes transnacionalizados.
Venezuela, Estado criminal, “es una estructura única, construida con la participación directa del Estado, actuando en forma criminal, y operando a través de múltiples esferas económicas y jurisdicciones policiales. Esta acción criminal cuenta con apoyo de entidades estatales, negocios ilícitos y grupos criminales organizados. El resultado es una compleja operación criminal que socava el estado de derecho, la gobernanza democrática y las alianzas … en el hemisferio occidental”.
Se trata de algo desdoroso pero inédito. Es propio del tiempo que corre y lo facilitan las autopistas de lo global. Es la banalización del mal absoluto, lo que es más grave, es la cultura de la relativización humana, la política y hasta la familiar. No por azar surgen los “bolichicos”.
Dos fechas importan:
(1) En 1999, Chávez pacta con las FARC su asociación criminal con el narcotráfico.
(2) En 2004, al sortear el referendo revocatorio con ayuda de Cuba y el Centro Carter, decide la transnacionalización de su empresa narco-criminal. Es la trastienda de La Nueva Etapa, El Nuevo Mapa Estratégico de la Revolución Bolivariana. Sus acciones mediáticas de ocultamiento las sirven actores de relieve e influencias en la izquierda europea.
Una pequeña muestra de la actividad de La Empresa indica que ALBA Petróleos de El Salvador casi no recibe petróleo de PDVSA entre 2010 y 2017, pero registra ingresos por US$ 1,2 mil millones de dólares. ALBANISA de Nicaragua recibe US$ 6 mil millones de dólares, en dineros que luego son lavados vía Panamá, Corea del Sur, y Hong Kong. Participan, de aquella, decenas de individuos, centenares de firmas de fachada.
A los venezolanos, desdentados y macilentos como nos encontramos, desde Oslo, probablemente nos llegue la hora de superar la humillación de las bolsas CLAP. Es posible que se nos imponga con otra etapa de bienestar, merecida, que clama al cielo, pero ¿a costa de no desafiar al crimen globalizado y a su red de cómplices?
La Empresa, es verdad, encarcela a López, a Ledezma, a Simonovis, inhabilita a María Corina, secuestra a Marrero y a Zambrano, asesina a Fernando Albán, tortura a militares en las mazmorras de la DGCIM, deja a la vera, con un disparo en el cráneo, al Mayor Jesús García. Su jefe inmediato la ha traicionado, el 30 de abril.
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