Por: Sergio Dahbar
En los años ochenta esa magnífica editora llamada Soledad Mendoza, bajo el influjo de su padre, Plinio Mendoza Neira, lanzó un libro que era un homenaje a la capital de Venezuela y a su progenitor al mismo tiempo.
Se llamó Así es Caracas y emulaba con absoluta nobleza el concebido por Plinio en los años cincuenta.
Era un libro que tenía demasiados tesoros: fotos de excelentes artistas venezolanos, así como colaboraciones de escritores de primera línea. Su producción era capaz de captar todas las energías que atravesaban la capital en esos años ochenta inolvidables.
Recupero hoy uno de los diez textos que escribió Tomás Eloy Martínez para esa edición, que eran prólogos de los grandes capítulos que articulaban el libro.
Se acerca con su prosa luminosa e inteligente a la cultura de la época.
«¿Culta? Es verdad, si el adjetivo se mide con el termómetro de las convenciones: hay seis grandes salas de conciertos, siempre pobladas; cuatro museos de alto nivel y una decena de museos menores consagrados a salvaguardar la memoria nacional; siete universidades y unos diez institutos de altos estudios; seis orquestas sinfónicas, más de veinte salas de teatro en actividad y un festival babilónico el mejor del mundo que acerca a los espectadores de la ciudad, una vez cada tres años, a las más fértiles experiencias dramáticas de la imaginación humana.
«Hay 4 canales de televisión, 67 salas de cine, 10 autocines y 21 emisoras de radio, incluida una de frecuencia modulada y de programación estrictamente cultural.
Hay 4 editoriales venezolanas y 6 filiales de grandes sellos extranjeros que editan un promedio de 200 títulos al año. Hay 10 diarios y 36 revistas. Hay 40 galerías de arte que los domingos se inflaman de público, con una ronda ya clásica de la que ningún caraqueño con ínfulas de culto se atrevería a sustraerse.
«Pero nada miente tanto como las estadísticas. Y la cultura (la verdadera) fluye por otros ríos más secretos. En esa esfera de la imaginación, Caracas es acaso la ciudad de cultura más viva en Latinoamérica. Porque el mulato que improvisa su música en Marín con tres maderas deslucidas, o el ingenuo que descubre en Petare la zoología y la flora de sus sueños, o el poeta que desenfunda en un café de Sabana Grande tres o cuatro líneas estremecedoras, vierten sobre Caracas una alegría de vivir sin la cual ninguna cultura es digna de ese nombre.
«A la ciudad sólo le faltan cafés para ser perfecta. Orillas de agua para que se encuentren los creadores. Árboles de palabras para que la imaginación se sienta menos sola».
El lector advertirá lo que hemos perdido en el trayecto que va de los años ochenta a 2013. Quizás uno de los milagros más trascendentes que desapareció es la posibilidad de disfrutar la calle en libertad. La inseguridad convirtió la ciudad en un desierto nocturno por donde sólo circulan de vez en cuando automóviles blindados con guardaespaldas.
He recuperado la nostalgia por una época que desapareció del horizonte en estos días, cuando el V Festival de la Lectura de Chacao transformó otra vez la ciudad en una aventura del encuentro, el debate, la celebración de los libros y los autores, los conciertos y los actos culturales. Todo al aire libre.
Uno de los hallazgos más notables es la posibilidad ciudadana de salir y encontrarse con otra gente, guiados por la curiosidad ante los libros nuevos que se editan y los viejos que se despliegan en las ventas de saldos.
Ese magma de sonidos tan diversos e infinitas conversaciones que se suceden al mismo tiempo es lo que desde tiempos inmemoriales hizo posible el avance de la civilización. Es una señal del país que Venezuela quiere construir.
Por cierto, un país que nada tiene que ver con el otro que emergió la semana pasada en la Asamblea Nacional, donde ocurrió una de las emboscadas más facinerosas de las que tengamos memoria. El país de unos diputados que como única respuesta confesaron que los bolivarianos sí saben pegar. El patético país de un presidente de la Asamblea Nacional que sonríe mientras patean a sus adversarios políticos.
Hacen falta muchos libros en la Asamblea Nacional, para despojar de bestialidad a sus habitantes actuales. Se encuentran en la plaza Francia de Altamira. Son textos que apuestan por el futuro. No los dejemos ir. Así llueva, truene o relampaguee. Son los árboles de palabras que extrañaba Tomás Eloy.
2 respuestas
Es una añoranza que debemos hacer presen.
No podemos estar siempre asustados, ni preocupados, ni tristes, pero lo q parece q no podemos evitar es el cansancio de un país q se repite.