La hija de Vasili Tsibliyev se atravesó ante su padre cuando éste iba a salir de viaje y le regaló una liebre de plástico. No lo vería por muchos días y quería que tuviera algo suyo durante esa ausencia. Los niños suelen tener un sentido agudo para advertir el peligro y la adversidad.
Vasili había nacido en 1954 en Orejovka, población de Crimea (hoy Ucrania). Su madre, Valentina, recuerda que desde niño era un aventurero. Dibujaba aviones e imaginaba batallas aéreas contra innumerables enemigos.
Se graduó de cosmonauta en 1987, cuando la Unión Soviética comenzaba a desmoronarse como un castillo de azúcar. Viajó en numerosas misiones científicas. Acumuló 381 días en el espacio. Su punto de inflexión ocurrió en la estación espacial MIR.
Fue lanzada al aire en 1986, un año después de la tragedia del Challenger. Representa la última aventura espacial de la Federación Rusa, después de la serie Salyut. Fue concebida como un inmenso mecano que se armaba por partes.
MIR fue desmontada en 2001, después de 13 años y seis meses de vida. Toda su ensamblaje de piezas conectadas como un juego mecánico permaneció en el espacio 4937 días. Viajó 3.311.280.000 kilómetros y dio 86.331 vueltas alrededor de la tierra. Se despidió con luces de colores y fuegos incandescentes, al zambullirse en un desierto de agua salada entre Nueva Zelandia y Chile.
Habitada alternativamente por 104 cosmonautas de 10 nacionalidades, desarrollaron 23 mil experimentos sobre medicina espacial, tecnología y astronomía. En Estados Unidos la conocían como la unidad espacial 16.609. Allí se encontraba Vasili Tsibliyev en 1997 con su liebre de plástico -como única señal de sus afectos más queridos-, cuando se manifestó su mala suerte. No sabía que un imperio se venía abajo.
En una sucesión de desaciertos inesperados, perdieron oxígeno; se produjo un incendio; y una nave rusa que intentaba acoplarse a MIR chocó contra la estación y generó daños alarmantes.
A Vasili Tsibliyev le tiemblan las piernas. No sabe si podrá volver a tierra; tampoco si le pagarán lo que le ofrecieron por ese trabajo; menos puede intuir si acaso será condenado por negligencia e ir a prisión por varios años.
Entre tantas cosas que no sabe hay un dato crucial: su padrastro, a quien amaba como si hubiera sido el propio, ha muerte durante esa ausencia y no pudo despedirlo. Vasili advierte como Alien que en el espacio nadie te puede escuchar.
Pero hay algo que Vasili Tsibliyev sabe y pocos conocen. La angustia lo ha hecho llamar por teléfono a una astrologa amiga, Tamara Globa. Minutos antes del mayor accidente espacial ruso de su historia, que en 2017 cumple veinte años. Ella estaba en una fiesta, pero atendió. Vasili le preguntó sobre su horóscopo. Ella respondió: “estás por entrar en un período extraño y desconocido’’. Y era verdad.
Puede resultar curioso que el comandante de una estación espacial de 150 toneladas llame por teléfono a un psíquico para conocer el futuro. Pero los psicólogos saben que el espacio es un ambiente hostil. Se parece al confinamiento de una prisión, la claustrofobia de un submarino y el aburrimiento de una fortaleza científica en el Polo Norte.
Si además la estación tiene 11 años y se desmorona: brota el fuego; líquidos nocivos escapan de las consolas; la temperatura de la cabina crece junto con la acumulación de basura; y un buque de carga pincha el casco… No hay temple que sobreviva.
Los hombres en el espacio le tienen miedo a Dios. Y lloran. Vasili se puso a temblar, agarrado a la liebre de plástico, como un niño desamparado. Los periodistas Andrew Meier y a Peter Maass han certificado los hechos que aquí se relatan.