Los que van a participar en las primarias -si llegara a haberlas- y saben que van a quedar de «subcampeones», harían bien en no enguerrillarse con los que tienen reales posibilidades de ganar. Por dos simples, sencillas y elementales razones: 1. Tener una actitud destructiva para con sus competidores les puede costar el futuro político; y 2. Alejan la posibilidad de alcanzar la vicepresidencia, por cierto el cargo más importante en los hechos y las letras, incluso más que la presidencia. Quien vaya en el ticket (aunque sea designado por el presidente y no por elección popular) puede marcar la diferencia entre perder o ganar la elección presidencial a quien sea el candidato del «oficialismo».
Más allá de si las primarias son el mejor camino, ya eso importa poco. Porque ya se las vendieron a los electores. Ya los convencieron que ellos tienen en el poder su voto la decisión de quién será el candidato. A los argumentos en contra de las primarias ya les llegó su fecha de caducidad. No entender eso es mirarse el ombligo.
Pasan los días. El tiempo es un recurso natural no renovable. Quien vaya a ser candidato necesita tiempo, para recorrer el país, para conquistar el corazón indiferente y desconfiado de los venezolanos. Para conectar con ellos. Y no, eso no se logra con coloridos posts publicitarios en Instagram, Twitter, tiktok, telegram, Facebook o chats de WhatsApp. Nadie tiene más posts que Maduro y, sin embargo, ahí está, ahogado en el desprecio popular. Una campaña tiene que ser muy cercana, piel con piel. Hay que caminar mucho, escuchar mucho, despertar nuevas emociones e ilusiones, convencer, seducir. Todo mucho. No alcanza con ser; hay que estar. No basta con haberlo logrado antes. En realidad, eso no es un activo acumulable. Los votos que se contabilizaron antes no están garantizados hoy.
Tic, tac, tic, tac…
