Soledad Morillo Belloso

Ping pong a la criolla – Soledad Morillo Belloso

Por: Soledad Morillo Belloso

A los venezolanos nos pasa de largo la corrupción. La vemos cual remedo de ese pariente  desagradable e incómodo, que no sé asea ni lava los dientes, que come mucho y aporta poco o nada, pero que siempre está ahí, en nuestra cotidianidad. Si nos mudamos, el personaje se muda con nosotros. En cierta forma, la corrupción, como el pariente, se convierte en la coartada que nos libra de todo pecado y nos libera de responsabilidades. La culpa nunca es nuestra, es de otro u otros. Nosotros, cómodamente, nos declaramos víctimas.  Así es, aun cuando  suene a bolero desgastado de esos para bailar en un ladrillito. «Yo no fui», canta el estribillo.
La industria petrolera venezolana no se hizo en un día. Y tampoco fue destruida en un día.  Lo de este último escándalo en Pdvsa no es ni por asomo lo que destruyó a la que fuera una industria extremadamente próspera, cuya propiedad -vale recordar- es nuestra. La masacre, el saqueo, la trituración comenzó hace muchos años, más de dos décadas. No se circunscribe a este reciente y tan maloliente affaire. Es como la esposa que descubre la indiscreción de su marido y alguien, algún idiota con pretensiones, lo comenta como un hecho aislado y no dice que antes de esa indiscreción hubo otras, muchas, variadas y que han debido bastar para darle al fulano marido  el boleto de salida.
El saqueo de Pdvsa ocurrió frente a los ojos impávidos de una sociedad que cree que puede delegar todo, no sólo el trabajo sino, más importante aún, la responsabilidad.
Hace algún tiempo, le pregunté a un hoy jubilado de PDVSA qué había hecho en contra de lo que estaba ocurriendo y que era un secreto a voces y gritos. Me miro con ojos de carnero destetado y me dijo: «Yo, tú comprenderás,  no podía hacer nada. Sabía que estaban robando y destruyendo, pero no podía poner en riesgo mi cargo». En pocas palabras, dio mayor prioridad a sí mismo antes que a la salud económica de Venezuela y de millones de venezolanos. Es el vicio de la responsabilidad que sólo se asume cuando es de beneficio propio. Se obvia la importancia de la responsabilidad social. Muchos se tomaron en serio eso de ser la primera persona del singular del verbo. Y hablamos de personas que en su inmensa mayoría son graduados universitarios, algunos incluso con postgrado.
Frente a los ojos de los que hoy acusan (y que han sido y son virreyes en Venezuela) ocurrió el desguace. Años de magrear a placer. Hoy esos que acusan actúan cual Poncio Pilatos. Y también lo hacen los muchos empleados de nómina  mayor que estuvieron en Pdvsa mientras se la saqueaba, despellejaba y convertía en esto que es hoy: el mausoleo de la estupidez.
Por supuesto que nadie cree que sea cierto eso de la cruzada anticorrupción. A estos señores nadie les cree ni el Ave María.  Pero eso es lo de menos. Lo de más, muy de más, es constatar que para una enorme mayoría de los venezolanos la corrupción no es un asunto crucial. No es un punto de quiebre ni la razón decisiva. En este pobrecitismo mental al que nos hemos acostumbrado, todos los políticos son iguales, todos sólo buscan su beneficio personal, todos tienen precio, todos puestos frente a la oportunidad robarán, porque todos son ladrones. Así las cosas, dado que todos son delincuentes o lo serán, la pulcritud, la honestidad y la honradez no son factores que pesen a la hora de votar.
Esta cruzada anticorrupción, de suyo ridícula, no sé si es un trapo rojo, uno más de los actos falaces a los que tan acostumbrados nos tienen desde las poltronas autocráticas. Y la verdad es lo mismo y no importa. Importa que el país no aprende. Los ciudadanos, algunos más que otros, vemos todo como si fuéramos simples espectadores de un tedioso juego de ping pong. Espectadores, no ciudadanos. Eso somos. Sólo que lo que se juega sobre esa mesa es el país. Una pelusa.

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