Pizani, o la defensa de la autonomía universitaria – José Rafael Herrera

Publicado en: El Nacional

Por: José Rafael Herrera

José Rafael Herrera

A Bea Pizani, con todo mi afecto.

Hay quienes creen que las ideas y los valores poco tienen que ver con la realidad y que solo el pragmatismo cuenta, a la hora de confrontarse con la dureza de “los hechos” materiales, con los asuntos propios de “la práctica”. Son los que se autodefinen como “realistas” sin tener la más mínima idea de lo que es la filosofía del realismo, al que irremediablemente confunden con el más rasante de los empirismos. De hecho, representan el realismo como una doctrina lo más cercana, lo más próxima, a “la realidad”, sin percatarse de que lo que se imaginan que es la realidad no es más que su abstracto reflejo. En el fondo, coinciden con el cretinismo de los que creen que la crianza de gallinas en las escuelas es más importante que el estudio de la matemática, la literatura o la historia.

A la hora de la verdad, lo que los diferencia, en el fondo, es una vanidosa aspiración: el deseo irrefrenable de ostentar los cargos de poder que hoy ocupan sus adversarios, sus opuestos, como diría Hegel. Es un “realismo” animado por el propósito de alcanzar aunque sea un poco de los beneficios y privilegios que hoy ocupa la canalla vil, ubicada muy por encima de las necesidades del resto de la población. Vanitas vanitatis. Quizá sea por eso que más que realismo, se trate del gusto por los reales. De realista a realista traduce: de bárbaro a bárbaro. Es, pues, el “realismo” de los miserables, el de las audacias de los Carujo de siempre frente a los Vargas que siempre se les enfrentarán, por lo menos mientras exista la idea y el derecho de la universidad autónoma, justa y solidaria, la misma que enfrentó y venció, contra todo pronóstico “realista”, a las despiadadas hordas de Boves, la misma que levantó su voz contra los Monagas y contra Guzmán Blanco, la que padeció la rotunda y el exilio de Gómez, o el Obispo y la Guasina de Pérez Jimenez. La universidad que no se calla y que no descansará hasta que la irreverente luz de la verdad ponga fin a las ruindades de la ignorancia y a la opresión de los amantes de ese arrogante realismo que no lo es, porque en nada se funda más que en palabras vacías. Y como la ignorancia es audaz y persistente, siempre tendrá que haber universidad, porque no hay forma de detener la actividad sensitiva humana, la actio mentis, en su infinito esfuerzo de preservar la razón y la libertad.

“No dejó cuenta en el banco ni vehículo propio”, observa el autor de la reseña de la vida del muy ilustre rector de la Universidad Central de Venezuela Rafael Pizani, cuya gestión, asumida apenas a los 34 años de edad, pronto se transformaría en referencia histórica. Muy probablemente, el rector no profesaba el realismo de los audaces, pero sí la chispeante fantasía de los constructores de las ideas sobre las cuales se sustenta toda auténtica realidad de verdad. No por casualidad fue un filósofo del derecho. Uno de sus fieles discípulos, Elio Gómez Grillo, describió su muerte del siguiente modo: “En la Roma antigua, cuando moría un gran hombre, no se decía ‘ha muerto’, sino ‘ha vivido’. Así puede decirse del maestro Rafael Pizani, cuando falleció el 16 de diciembre de 1999. La muerte solo pudo arrebatarle nada más que su vida. Permaneció todo lo demás”. Pero, ¿qué es lo que aún permanece del Rector Magnífico?, ¿qué es eso a lo que Gómez Grillo denomina “todo lo demás”?

Cuarenta años de sacerdocio universitario, con una sola interrupción: el exilio al que lo llevó la defensa de la autonomía universitaria frente al régimen dictatorial de Pérez Jiménez. Pizani había encabezado las firmas de la Carta Magna Universitaria, un documento leído y aprobado por los profesores y estudiantes de la UCV reunidos en asamblea en un Aula Magna desbordada. La Carta enfrentaba el decreto de la Junta Militar que suspendía la autonomía universitaria y, con ella, la creación libre del saber. Su voz de protesta frente a la mordaza se transformó en el concepto –la actio mentis– en virtud de la cual surgió, primero, la resistencia y, más tarde, la sublevación contra la tiranía. Después de todo, la universidad triunfó, una vez más. Cuando las dictaduras enfrentan a las universidades tarde o temprano se inicia su caída. El saber, siempre, será el verdadero realismo, el más auténtico y más concreto.

Después de las dictaduras toca reconstruir el país. Y no hubo cargo de responsabilidad en el que el rector Pizani no ejerciera el ejemplo e impartiera su sacerdocio docente, bajo el convencimiento de que sin formación civil y ética profesional resulta imposible el progreso de un país. Para Pizani, “la universidad venezolana constituye –hoy como ayer– el reducto insobornable de la dignidad nacional”, y mantener su defensa “es nuestra tarea y nuestro compromiso con el pueblo venezolano”. A pesar de “todo apetito subalterno de dominio y de mando, sin doctrina y sin mañana, siempre resurge el horizonte iluminado de un pueblo que rescata, por su universidad, el invalorable derecho de ser un pueblo libre”. El profesor Pizani es –y seguirá siendo– “un símbolo vivo de la universidad venezolana”.

El próximo 23 de enero de 2020 vence el plazo dado por el tribunal de la narcousurpación para que la Universidad Central de Venezuela efectúe unos comicios inconstitucionales y violatorios de la Ley de Universidades vigente para la renovación de sus autoridades. La UCV debe, efectivamente, renovar sus autoridades. Nadie puede poner en duda esta vital necesidad para la institución, sobre todo después de que se le prohibiera, durante años, efectuar comicios dentro de los lapsos legalmente establecidos, amenazando a los miembros de su Consejo Universitario con enviarlos a prisión en caso de proceder a su convocatoria. Hoy se le pretende obligar a efectuarlos, pero fuera del marco reglamentario y en abierta contradicción con su naturaleza estrictamente académica, con el objetivo de preparar el camino para la definitiva intervención de su autonomía.

Los supuestos realistas, férvidos de pragmatismo, siempre dispuestos a la participación “como sea” para “agarrar lo que sea”, ya se preparan para presentarse en los comicios, en acato borreguil a lo establecido por el tribunal de la narcousurpación. La idea de Academia no cuenta, lo que cuenta es la elección por la elección, a cualquier costo. Otros, en cambio, se niegan a todo tipo de participación electoral, apelando al argumento de que el régimen ya ha puesto en marcha la celada para la intervención, de tal modo que votar o no votar les resulta, en sustancia, lo mismo. Son estos los apocalípticos que con cierto aire de superioridad, de “almas bellas”, terminan por condenar a la institución proclamando su derrota por anticipado. Por fortuna, la mayoría académica ucevista está dispuesta a aceptar el reto electoral, pero no bajo las condiciones exigidas por el espurio tribunal, ese bufete a sueldo de los narcos, sino de acuerdo con el mandato de la ley y de la Constitución, en clara  defensa de la autonomía universitaria, siguiendo para ello las enseñanzas de sus rectores magníficos, Vargas, De Venanzi, Bianco y, por supuesto, Pizani. Será un acto de rebelión, la premisa para el fin de la narcotiranía. Y que quede claro: en esto no es posible ceder. La universidad, como el país del cual es conciencia, no se negocia.

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