Asdrúbal Aguiar

Raúl Leoni – Asdrúbal Aguiar

Por: Asdrúbal Aguiar

Hace casi 60 años, cuatro generaciones de venezolanos atrás y a comienzos de su mandato presidencial declara Raúl Leoni lo siguiente: “No fui llamado al poder como producto de una aventura, ni por la emoción pasajera de un momento eufórico y mucho menos por maquinaciones personales e interesadas”. El tiempo nuestro, antes bien, es el del secuestro por el aventurerismo, las emociones y enconos que nublan el entendimiento, el voluntarismo mediático donde domina el narcisismo y ocurre la banalización de nuestros códigos morales.

Pertinente es, por ende, la aspiración que plasma en su obra colectiva sobre dicho gobernante venezolano y sobre su historia el profesor Tomás Straka, académico y director del Instituto de Investigaciones Históricas de la UCAB, cuya presentación me fuese encomendada por la familia Leoni Fernández. El cometido de la Democracia en la Tormenta – lo dice Straka – es ofrecer a los venezolanos de ahora “una nueva visión de su historia”. Es decir, una visión de sí mismos, del destino que hemos tenido y de lo que esperemos hacer con nuestro futuro.

No era yo la persona más indicada para introducir la memoria del presidente Leoni, pero mal podía negarme. He sido ministro y secretario del presidente Rafael Caldera, quien hizo oposición y no se integró al gobierno de aquél en 1964. La generosidad de Raúl Andrés Leoni y sus hermanos quiso mostrar, con su exigencia inexcusable, la fidedigna personalidad de su padre. Su quehacer aseguró la estabilidad democrática en Venezuela y la vigencia de los ideales del Pacto de Puntofijo: la democracia de consensos, en una hora en que la violencia de la guerrilla castrista, por derrotada militarmente, mutaba hacia la fase del terrorismo.

Para asegurar la democracia de consensos prefiere Leoni la división de su propio partido, que presidió y del que fue uno sus artesanos fundamentales, Acción Democrática. Le abre caminos a la alternabilidad democrática y hubo de entregarle el poder, justamente, a su opositor, con quien él, junto a Rómulo Betancourt y Jóvito Villalba, forjan la democracia civil y civilizada que llega a su término al terminar el siglo XX.

Le sorprende al profesor Straka que el presidente Leoni no haya sido noticia para su posteridad, e intenta desandar esa madeja junto a sus colaboradores. Refiere lo que afirma Manuel Caballero: “fue un buen presidente”, no sólo un presidente bueno.

La izquierda irredenta, aún hoy, en vano ha querido presentarle como un gobernante que violó derechos humanos. Borraron su nombre de la Represa del Guri que han destruido y con la que este, todavía, les da agua y electricidad a todos los venezolanos. Mas omite la primera que secuestraba y asesinaba a policías y jueces, realizó un atentado contra el general Roberto Moreán Soto y al hermano de Ignacio Iribarren Borges, Canciller de la República, a Julio, presidente de los Seguros Sociales, lo masacran luego de desaparecerlo.

Sufre Leoni la fallida invasión armada de Cuba, que viola nuestra soberanía por las playas de Machurucuto y Chichiriviche, conducida por un grupo de elite integrado por los comandantes cubanos Raúl Menéndez Tomassevich y Ulises Rosales del Toro. Pide y logra las sanciones de la OEA contra Fidel Castro, y sin obsecuencias hacia Estados Unidos, pues a este también le emplaza en la misma OEA luego de su invasión a República Dominicana.

En la soledad de su dolor, en la soledad de todo hombre de Estado, ve caer al Chema Saher, guerrillero, a la sazón hijo de su gobernador en el Estado Falcón, su íntimo amigo, Pablo Saher Pérez. No se arredra. No renuncia a su promesa de conciliación del país. Le pone el ejecútese a la Ley de Conmutación de Penas por Indulto o Extrañamiento del Territorio Nacional para facilitar la reinserción social de los procesados por insurrección. Abre camino a la pacificación, que luego realiza Caldera desde 1969.

Lo que es más importante, con su tormenta a cuestas Leoni trasvasa el tiempo e interpela al régimen de disolución imperante en Venezuela. Auspicia la descolonización y la independencia de la República Cooperativa de Guyana, y apoyado por el mismo Iribarren Borges alcanza la firma del Acuerdo de Ginebra de 1966. Hace posible que Venezuela reivindique los más de 150.000 km2 que nos fueran arrebatados por el Laudo de Paris de 1899. Nos legó la base firme, esa contra la que conspira Cuba desde hace dos décadas e instalada en el Palacio de Miraflores, para esgrimir nuestros títulos históricos ante la Corte Internacional de Justicia.

Se trataba de un hecho de soberanía que concitaba la sensibilidad de Leoni como guayanés y le había inspirado su maestro en la UCV, Lorenzo Herrera Mendoza “Desde el momento mismo de nuestro nacimiento como Estado protestamos contra los intentos ingleses de apoderarse de territorios nuestros situados al Oeste del Río Esequibo…”, expresa ante el Congreso en su primer mensaje anual. Pero no le basta. Busca amalgamar el ánimo nacional y el compromiso de todos los venezolanos, que hemos abandonado, con la reclamación. De allí la decisión de su gabinete de 7 de septiembre de 1964, para que todos los mapas publicados agregasen a la Zona en Reclamación.

Raúl Leoni es emblema y ejemplo, es las antípodas que lo actualizan frente al régimen que ayer confesara el extravío de 23.000 millones de dólares, en un acto de corrupción suya y de lesa patria. Sus palabras, al entregar el poder, son más que lapidarias: “Al dejar detrás de mí las puertas de Miraflores no dejo nada que pueda perturbar mi ánimo ni atemorizar mi conciencia. Los corredores y cámaras de viejo Palacio quedan limpios y sin máculas de intrigas ni de maldad. Allí no se maquinó ni se fraguó nada contra el pueblo, cuyo verdadero espíritu fue allí siempre el soberano… No tengo nada que temer. Y si me aflige algún pesar, será el no haber logrado la realización de todo cuanto soñé, de todo cuanto aspiré y de todo cuanto quise hacer”.

 

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