Por: Sergio Dahbar
Pocas veces un periodista descubre una figura con poder, con influencia política, protegido en la sombra, como un gran secreto. Es el tipo de personaje que todo reportero quiere encontrar. Es la metáfora del marciano que los periodistas buscan sin descanso. Y que nunca aparece.
Ocurrió cuando menos lo esperábamos, enero de 1999, cuando mucha gente se entusiasmó con la gracia nueva; cuando este experimento que hoy es tragedia y derroche y salto atrás, recién comenzaba a perfilarse en el horizonte; cuando se repetía lo que se convirtió en un episodio cómico de Orlando Urdaneta: “No, vale, yo no creo’’
Me encontraba con Hugo Prieto en la redacción de El Nacional, cuando nos alertaron que existía la posibilidad de entrevistar a Norberto Ceresole. Llamó a la redacción un colaborador cercano al gobierno, Jorge Olavarría, y nos puso en la pista de un personaje al que muchos consideraban un cantamañanas.
Adolfo P. Salgueiro nos consiguió sus teléfonos. Sabíamos que era un argentino que tenía enorme influencia en el entorno del presidente Hugo Chávez y que había sido financiado por el Ministerio del Interior como asesor.
Nos dio la entrevista sin pensarlo dos veces y nos citó en una casa modesta, dentro de una urbanización desarrollada por militares, que había servido de residencia del teniente coronel Hugo Chávez cuando salió de la cárcel de Yare.
La conversación fue larga y él jamás llegó a pensar que uno de los dos reporteros que llegaron esa mañana a visitarlo había nacido en Argentina. Tampoco que tocaríamos tantos temas a lo largo de una jornada en la que todos quedamos exhaustos.
Ceresole abundó en su tesis más popular, la alianza entre pueblo y militares, como futuro del chavismo. Nos entregó un documento con estas ideas. Y discutió sus posiciones, por momentos tranquilamente, por momentos con pasión.
Sus ideas me llamaron la atención en aquel entonces, y hoy -a la sombra de una trifulca de bandoleros en el Comité Central, con pases de factura y zancadillas de bajo fondo- cobran un sentido particular.
“A partir del golpe de 1992, en Venezuela se genera un proceso en el cual se crea un nuevo liderazgo, que es el de Hugo Chávez. No importa que la gente no apoyara el golpe. Recorrí con Hugo Chávez Venezuela, entre 1994 y 1995, pueblo a pueblo. No me lo contaron, vi lo que era eso. Ese proceso nace en 1992.
“A partir del 4 de febrero Venezuela cambia, al menos cambia su tiempo político. Chávez representa un modelo político que yo diseñé desde los años 60. Esto es lo fascinante para mí. Es como un novelista que inventa un personaje y luego se lo encuentra por la calle. Es la fascinación que este país me produce como intelectual.
“Chávez no tiene partido, en el sentido que Lenin le daba a esta palabra: «instrumento de transformación». En mi opinión, MVR es una organización para ganar elecciones. Eso sí. Hay de todo, por supuesto. Como decimos en Argentina: un saco de gatos. El único «partido» disciplinado es el Ejército.
“Tenemos un gobierno en el cual se está produciendo, en mi opinión, una interacción en un movimiento de masas, entre muchos sectores que vienen del MBR-200, que después dio paso al V República. Se están integrando políticamente el Ejército y las Fuerzas Armadas en general. Esta es la grandeza de todo esto, en el sentido de la originalidad. Es lo que diferencia a la Venezuela de hoy de cualquier cosa que conozcamos. Con el «agravante», o con el aliciente, más bien, de que en el resto de Hispanoamérica no hay nada comparable a Hugo Chávez. Todo lo demás es literalmente una mierda. Una auténtica mierda.
“Venezuela puede ir para dos lados. Hacia un «neomenemismo», es decir, peor de lo mismo. Una irresolución de la crisis económica. No veo allí decisiones claras. Así como veo una claridad muy grande en la parte política, estratégica, no veo su contraparte en el área de política económica.
“He planteado solamente la opción «a». Déjame definirlo. El menemismo fue un proyecto que hace el neoliberalismo a escala mundial para aprovechar un caudal de ilegitimidad política, llamado peronismo, para utilizar democráticamente una legitimidad política y usarlo como base para el desarrollo de la propiedad del neoliberalismo. Por eso digo que aquí hay un proyecto para utilizar la legitimidad política de Chávez para impulsar una política neoliberal a ultranza, o a la venezolana.
“La opción «b» es la concentración de los poderes clásicos en un sólo hombre. Todos los gobiernos democráticos concentran un poder cada vez más grande. La división de poderes es difícil. Pero la concentración de poderes es el fenómeno contemporáneo de la política mundial. La opción «b» es el surgimiento de un partido cívico-militar.
“No es la inclusión de oficiales al Ejército. Es un tema complejo. Existe el operativo Bolívar 2000. Hay una convergencia entre fuerzas que en otros países se enfrentaron, como Argentina, y el país cayó. Aquí, gracias a Dios, parece ser que no se enfrentan, buscan una alianza, y tal vez ése sea el camino político de salvar -sanar- a un país, en oposición con lo que sucedió en otras naciones. Tan claro como esto, y tiene mucha importancia. Se le dio un mandato a una persona, no a un partido o a una idea. No hay una idea’’.
Son ocho párrafos sin grasa. En ellos se concentra por supuesto la mirada megalómana y prepotente del demiurgo que –supone- ha creado un Frankestein excepcional. La nacionalidad obliga.
Pero ahí también está la creación del mito; la idea del matrimonio perfecto entre militares y pueblo; la ausencia de partido e ideas; la necesidad de concentrar todos los poderes en un solo hombre; la destrucción de la institucionalidad; las tentaciones del capitalismo que intentaban seducir al salvador de la patria; la ratificación de que el movimiento político era un saco de gatos; la ausencia de una idea… Se le escapó un detalle que no era menor: Hugo Chávez moriría antes de tiempo.
A Ceresole le preocupaba el tema económico. Evidentemente, su observación en ese momento tenía que ver con la permanencia de la ministra Maritza Izaguirre y de un modelo que no encajaba con la propuesta de Chávez.
Pero desde 1999 hasta el día de hoy, el tema económico jamás encontró su rumbo. Se agravaron los controles, se multiplicaron los desaciertos y la corrupción se viralizó.
Aunque el diagnóstico de Ceresole celebraba la llegada del chavismo como una salvación, sus palabras fueron premonitorias al trazar amenazas que hoy condenan la sobrevivencia del gobierno.