Reflexiones debajo de una mata de mango – Fernando Rodríguez

Publicado en: El Nacional

Por: Fernando Rodríguez

Hace ya mucho que no oigo, lo que antes mucho oía, esas predicaciones sobre el venezolano que en general lo alababan, digamos que valiente, generoso, cálido, mestizo por ende poco racista, sin aristocracia –solo “pulperos enriquecidos”- por  ende tendencialmente igualitario, capaz de reírse de las calamidades, abierto a la amistad… se trataba de lo que alguien llamó sociología de botiquín, pero que están lejos de no tener valor para tipificar su autopercepción, al menos de sus perfiles positivos, en un momento dado.

Ese silencio, la escasez de esos elogios con una imprecisa y variable cantidad de verdad y otro tanto de vanidad y de chovinismo amable, también mucho dice. El venezolano de hoy debe mirarse con tristeza, adolorido y con sensación de derrota y desesperanza. No es para menos lo que hemos vivido en el último cuarto de siglo -¡cuarto de siglo!-, mire tan solo la caída del PIB y el salario mínimo, los millones de migrantes y las familias deshechas, la educación y la salud moribundas, los servicios mutilados, los derechos humanos pateados, la masacre de la libertad de expresión, la inmensa desigualdad clasista –de Las Mercedes a Petare–, y abundantes etcéteras.

Nadie apostaría demasiado a que de verdad el año 24 podamos echar al abismo a la pandilla gobernante y, mucho menos terminemos sometiéndolos a la justicia por tanto mal perpetrado. Y aun siendo así, cuánto tiempo nos costará reparar lo destruido en el cuerpo y el alma de la nación. Sobre todo cuando ya el petróleo, aun recuperado su capacidad de antaño, hoy cinco o seis veces disminuida, parece tener sus días en buena parte contados, por las nuevas energías no contaminantes y sus asombrosas aplicaciones, en alguna medida ya circulando, y bajo la guadaña del cambio climático. ¿O cuánto tardará en tejerse una tradición como la de la UCV que con todos sus límites fue la columna vertebral de la modernización nacional? No creo que el Zoom o el saber transnacionalizado sepan tejer, si acaso coser. ¿Volverán alguna vez, si es que pueden volver, migrantes ilustrados después de tantos años y de hijos sembrados en países desarrollados o no?

Quienes tenemos un montón de años es imposible que veamos ningún renacimiento, acaso los hijos, los nietos, los bisnietos… quién puede saber. Los países renacen dicen simplistamente algunos historiadores. Es solo posible y en ciertas medidas. Se es la Gracia clásica una vez en milenios. Sí, Alemania destruida en la segunda guerra es medio siglo después el corazón de Europa. Destinos, caminos sobre la mar, abismos, auroras. Un golpe de dados no abolirá el azar.

No especulemos, por lo pronto digamos que se ha destruido un país por un vasto tiempo, tierra nuestra. Esa sí es una certeza.

No sé por qué recuerdo ahora un joven sobre un barco, camino de París, venido de la primavera de la Facultad de Humanidades ucevista y dispuesto a poner algunos ladrillos en el proyectado edificio de la filosofía continental, ¡qué dicha! No fue, no pasó en mi caso. Pero bastó para hacer una vida buena y para permanecer de pie en esta última trágica y triste llegada de la noche.

 

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