Carlos Raúl Hernández

Relato de un naufragio – Carlos Raúl Hernández

Publicado en: El Universal

Por: Carlos Raúl Hernández

El Laudo de París selló hasta hoy la suerte de la Guayana Esequiba. Lo firmaron Inglaterra y EE.UU en 1899 a nombre de Venezuela. Se llama Esequibo o Esequiba, por modismo a partir de Esquivel, un oficial de Colón. Venezuela estaba desolada, casi desintegrada la unidad nacional por las guerras–un “Estado fallido” en lenguaje actual-, al borde de la secesión. Ese mismo año estalla la “revolución liberal restauradora” de Cipriano Castro y Juan Vicente Gómez, una más en aquella epidemia de guerritas entre caudillos. Pero Gómez en el poder a partir de 1908, frena la balcanización, crea la administración pública y las Fuerzas Armadas, pacifica los caudillos, trae las empresas petroleras y Venezuela comienza a ser un país. En 1899 no podía actuar por sí misma en el escenario de las potencias, especialmente si disputaba una colonia británica, y EE.UU asume su patronato a nombre de la teoría-práctica de John Quincey Adams, conocida como “doctrina Monroe”. Aunque no era el hegemón del mundo, EE.UU olía a superpotencia, por un poderío construido calladamente en cien años y cuyos límites aún no se conocían.

El casi único testigo y uno de los más importantes filósofos políticos de la época, el francés Alexis de Tocqueville, fue especialmente a observar, y maravillado por el milagro norteamericano, exclamó: “se precisa una ciencia política nueva para un mundo totalmente nuevo” (La democracia en América). El punto de interés es que el título de primera potencia imperial lo obtiene EE.UU, como veremos, precisamente a propósito de Venezuela. Ya desde 1814, cuando aún no existía la doctrina Monroe, Inglaterra tiene entre ceja y ceja invadir la Guayana hasta Delta Amacuro y Upata, pero los norteamericanos frenan a su ex metrópoli con disuasiones tranquilas. La primera operación en la que EE.UU hace sentir abiertamente su condición hegemónica de sobre el mundo, que la “gradúa” de imperio, se produjo en 1902, cuando decenas de barcos de guerra europeos bloquean el puerto de la Guaira como “sanción” al impago de su deuda externa. Y Teodoro Roosevelt, quien no padecía de timidez, inseguridad, ni “disforia”, ordena movilizar la flota norteamericana desde la isla de La Culebra en Puerto Rico, a la Guaira, y da ultimátum a las potencias europeas para que se retiren de inmediato. Ante la magnitud del despliegue de destructores y cañoneras norteamericanas, Europa se da cuenta de que va en serio y obedece.

En 1899 EE.UU había asumido la representación de Venezuela en París; en la otra esquina, el Reino Unido, dueño de la colonia de Guyana para definir un territoriales, lo que ciento veinte años después no termina. Venezuela apoyaba su reclamo en un mapa de la Capitanía General de 1777, elaborado por Agustín Codazzi, pero los británicos desde 1834 cuentan con el naturalista prusiano Robert Schomburgk, dedicado a tiempo completo a pirañar cartográficamente la frontera, lo que repite cuantas veces es necesario en el plan de llevar la soberanía británica a 203 mil kms. cuadrados, hasta el Delta Amacuro, en las bocas del Orinoco y Upata en el estado Bolívar. Él atribuía gran importancia geopolítica a las bocas del Orinoco. En 1850, gracias a la mediación norteamericana, se llega a un acuerdo para que Gran Bretaña y Venezuela mantuvieran el statu quo y nadie ocupara los territorios en discusión. Por fortuna, los norteamericanos amortiguaron un poco la hipótesis maximalista de Schomburgk que no tuvo éxito en 1889, aunque el laudo fue favorable al Reino unido, al otorgarle casi 160.000 kms. de la región Esequiba. Venezuela protestó el laudo, y tuvo la prudencia política de no denunciarlo porque sobraban razones para temer un golpe peor.

Dijimos que los efectos desastrosos de la guerra de independencia, intensificados por la federal, habían destruido la economía venezolana, la nación y su capacidad negociadora. El laudo de 1899 queda como la Bella Durmiente durante “los andinos en el poder”, un ciclo autoritario que va desde 1899 hasta 1958, con un breve interregno en el “trienio adeco” 45-48. El 23 de enero de 1958 cuando resurge la democracia, Rómulo Betancourt cuestiona el Laudo de París y en 1962, con el país en despegue como modelo latinoamericano, el canciller Marcos Falcón Briceño lo denuncia formalmente ante la ONU con apoyo de los EE.UU y pruebas de graves cambalaches y tejemanejes, según testimonia postmortem un abogado norteamericano que participó en la negociación, Severo Mallet-Prevost. Una vez Guyana independiente en 1966, la ONU estableció que los dos países designarían a un encargado de buenos oficios para facilitar soluciones entre ambos, lo que tampoco llega a nada. Gracias al prestigio de Venezuela, el canciller del presidente Raúl Leoni, Ignacio Iribarren Borges, firma el Acuerdo de Ginebra de 1966.

Lo rubrican Venezuela, el Reino Unido y delegados de Guyana en vías de independizarse, en un documento que reconoce el problema y abre la puerta a acuerdos por medio de una comisión negociadora. Lo esencial es que reconoce la legitimidad de la alegación, pero establece que mientras no se llegue a un arreglo formal, priva el Laudo de París. Durante cuatro años no se avanza, aunque ocurren episodios dramáticos en Guyana. Durante el gobierno de Rafael Caldera, 1969, hay un levantamiento en Rupununi, encabezado por la líder amerindia Valery Hart, quien quería hacer de la zona una república y se proclaman venezolanos. El levantamiento generó más de cien muertes, pero el gobierno no movió un dedo ni hizo valer la crisis para volver a la reclamación. Más bien en 1970 Caldera propone el insólito Protocolo de Puerto España que congelaría las negociaciones por 12 años, que afortunadamente el senado venezolano rechazó y le buscó una salida no tan deshonrosa para el gobierno: archivarlo. AD no impugnó abiertamente el Protocolo para no dejar mal parado a Caldera ante los militares.

El PCV, el MEP, URD, y el resto de la oposición lo declaran “traición a la patria”. De todas maneras, el desacuerdo paraliza el debate y la iniciativa, regala tiempo a Guyana para sus estrategias diplomáticas. Cumplido un período de abulia, Venezuela vuelve al acuerdo de Ginebra, es decir, al Laudo de París, exactamente al punto de donde habían salido. El gato dice a Alicia que “en el país de las maravillas hay que correr desesperadamente para estar siempre en el mismo lugar”. En 2004 Hugo Chávez consideró que el reclamo del Esequibo chocaba con su política antimperialista y que el reclamo del gobierno de Betancourt en 1962 era precisamente una maniobra del imperialismo, “orquestada para debilitar al gobierno izquierdista de Guyana” y se desentendió de que construyeran infraestructuras en la zona. En 2018 Antonio Guterres pasó el diferendo a la Corte Internacional de Justicia para quitarse el cactus de encima. Guyana aprovecho la despreocupación para cimentarse. Hoy es uno de los mayores yacimientos petroleros del mundo, con reservas probadas superiores a las de toda Europa junta y uno solo de los bloques tiene más petróleo que China entera.

Hay quienes sufren de ansiedad por la virginidad de la bisabuela, su eventual preñez o el riesgo de que privaticen PDVSA, como si ese montón de chatarra valiera algo y estuviera asediada de pretendientes, como Penélope, mientras Guyana declara flanqueada por al menos doce empresas petroleras internacionales de las más poderosas del mundo: ExxonMobil, Eco Atlantic, Repsol, CNOOC, CGX, Ratio Petroleum, Hess Corp, Cataleya Energy, Anadarko, Total y Tullow. Según el FMI el crecimiento económico de Guyana es de 63% este año, un milagro económico sin precedentes en el mundo y envalentonada por sus éxitos y con respaldo geopolítico, atropella las fronteras marítimas de Venezuela. Es tan ingenuo preocuparse por la privatización de PDVSA como pedir que se privatice, porque hoy su papel lo realiza Chevron. Guyana acorrala a Venezuela con apoyo de grandes potencias que respaldan sus multinacionales y es pintoresco y enternecedor defender una empresa inexistente. Un viejo “plobelvio chino” atribuido a Confusio, (el padre de la confusión, no confundir con Confucio, su colega) sostiene que “al que no hace goles le hacen”. Una respuesta política intensa, interna y externa, es lo pertinente, porque no hay soluciones militares ni jurídicas porque la justicia global tiene disposición de golpear. Debe apelar a los aliados latinoamericanos y de todas partes.

 

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