Publicado en: Blog personal
Por: Ismael Pérez Vigil
Algunas personas, de manera amistosa y otras no tanto, preguntan: ¡Y entonces, ¿Qué hacemos?! La verdad es que no hay una respuesta simple para esa pregunta; es más, no sé sí hay una respuesta única o válida. Por eso, en tiempos de ignominia, cuando hay que hablar en parábolas, o disparar por el mampuesto “gallegiano”, se me ocurre adaptar algo que escribí hace algunos años, para estimular la reflexión y la imaginación.
Una novela.
Lo que me vino a la mente, para intentar una respuesta, fue una novela de José Saramago. Como persona, el escritor portugués, premio Nobel de literatura, fallecido en 2010, me decepcionó cuando ya nonagenario estuvo por Venezuela −en el año 2005− con la no disimulada intención de darle un espaldarazo a Hugo Chávez Frías. Alojado en hoteles cinco estrellas, dando conferencias rodeado de todo boato, en salones elegantes −ni siquiera se le ocurrió pasar por el Aula Magna− y visitando algunas de nuestras playas, para él exóticas. Pero su obra literaria es otra cosa y la novela en cuestión, que la situación política que vivimos me recordó es: Ensayo sobre la Lucidez (2004)
Debo advertir acerca de la misma, que me referiré a su argumento y revelaré algunos detalles importantes de su trama y resultados, por lo tanto, quien no la haya leído y tenga pensado hacerlo, tome esto en cuenta.
“Ensayo sobre la lucidez”
Esta novela de Saramago se desarrolla en la misma ciudad sin nombre en la que −según la historia que se narra y en otra novela del autor, Ensayo sobre la ceguera (1995)− cuatro años atrás, la gente se quedó ciega. En esta nueva ocasión, en Ensayo sobre la Lucidez, se celebraban unas elecciones y, sin ninguna razón aparente, sin ningún estimulo externo, en un día muy lluvioso, tormentoso −como lo fue el 22 de octubre de 2023, por ejemplo−, en aquella ciudad y elección, llegada la calma, la gente fue a votar. Pero no votó por los partidos tradicionales de derecha, de centro o de izquierda, tampoco votó nulo, votó masivamente, sí, pero votó en blanco, se produjo una altísima votación, en blanco. En la novela nadie salió a celebrar, nadie se atribuye el triunfo arrollador del voto blanco, simplemente ocurrió.
Se repite la elección.
En la ciudad de la novela −siempre hablo de la novela−, alarmados por los resultados y amparados en cualquier subterfugio de los que siempre encuentran los que ejercen el poder, las elecciones se repiten una semana más tarde, con idéntico resultado: la gente nuevamente acude, masivamente, a votar, pero otra vez votan en blanco. Y nuevamente, nadie celebra ni se atribuye el triunfo.
Claro que no pienso ni por asomo que eso es lo que ocurriría en Venezuela, no solo por lo improbable y no deseable de repetir la elección, sino porque no es posible votar en blanco en nuestro sistema electoral automatizado; pero, como se trata de “ficcionar” a partir de la novela, ya de por si ficticia, me tomo la licencia de especular al respecto y que nadie vaya a buscar textualmente, en la novela, lo que describo e interpreto de la misma.
La novela transcurre a partir de allí narrando todas las peripecias del Gobierno, del poder, en esa “democracia degenerada”, para tratar de descubrir lo que está por detrás de este acontecimiento. Y narrando también lo que hace la gente, los ciudadanos, resistiendo la situación tiránica, tratando de vivir en libertad. ¿Quién ha urdido esta conjura? Porque sin duda la hay. Se pregunta el gobierno. Seguro se trata −en la novela de Saramago− de una conspiración internacional, el imperio detrás de todo buscando desestabilizar. Siempre hay que descubrir algún enemigo a quien hacer culpable, porque siempre hay que negar la capacidad, la inteligencia, la humanidad, en definitiva, de quienes se oponen.
Se cuenta la verdad.
Todos sabemos que cuando se buscan conexiones entre las cosas, se acaba encontrándolas y por todas partes, entre lo que sea. Lo hemos vivido, aquí, cientos de veces. Se vinculan hechos por analogía y no hay reglas para decidir si una analogía es o no es válida; después de todo, desde que se inventó la dialéctica −y ahora la globalización− cualquier cosa guarda una similitud con cualquier otra, desde algún punto de vista.
Así, el Gobierno −el de esa ciudad ficticia de la novela de Saramago, como en cualquier “democracia degenerada” − construye unos culpables, los acusa por la prensa, publica sus fotos, los señala, les inventa delitos inverosímiles, conocemos bien esa historia. Pero, en la novela pasa también que alguien decide contar la historia verdadera y logra, a pesar del miedo, del estado de sitio y la censura de prensa, que la verdad se publique y se conozca.
El meollo de la novela de Saramago.
Ocurre entonces algo asombroso, que de alguna forma —para mí— es el meollo de toda la historia y la enseñanza de la novela. A pesar de que el Gobierno recoge la edición del periódico en el que se publicó, la historia verdadera comienza a circular, profusamente, en todas partes y en palabras de Saramago: “Resulta que no todo está perdido, la ciudad ha tomado el asunto en sus manos, ha puesto en marcha cientos de máquinas fotocopiadoras, y ahora son grupos animados de chicas y chicos los que van metiendo los papeles en los buzones de las casas o los entregan en las puertas, alguien pregunta si es publicidad y ellos responden que sí señor, y de la mejor que hay.” ¡Panfletos fotocopiados!, ¡que magnifico anacronismo!, pues en la época en la que transcurre la novela, no existían las redes sociales −que aun hoy quedan, a pesar de los esfuerzos por eliminarlas− que hubieran facilitado enormemente esa difusión. Nadie asume tampoco la gloria de reproducir la historia verdadera y comenzar a repartirla, simplemente ocurre. Nos recuerda también la historia de las “postales” contra Hitler de otra novela, ésta de Hans Fallada, Solo en Berlín, y que fue motivo del último artículo de Ibsen Martínez (El Nacional, https://bit.ly/4e9d1ka), en la cual sus protagonistas escribían consignas contra Hitler y los nazis en las postales y en las estampillas.
La clave de Saramago.
“La ciudad ha tomado el asunto en sus manos”. Esa es la clave. A lo mejor de lo que se trata es de producir respuestas “desproporcionadas”, hasta ingenuas, ante las más inusitadas y duras situaciones políticas, que vayan dando confianza, soltura y solidez a la resistencia. Esa es, por ahora, mi respuesta al “¿Qué hacemos?”: la gente, los ciudadanos, resuelven las cosas cuando las toman en sus manos. En política esto es, para muchos, un romanticismo −hasta para mí lo era−, hasta que se llega a la conclusión y el convencimiento de que no queda más remedio que las cosas vuelvan al nivel del pacto originario, ese que es necesario reestablecer entre ciudadanos y políticos, para que la gente tome la solución en sus manos, que se involucre en ella.
Los habitantes de la ciudad sin nombre de Saramago, como los protagonistas históricos − Elise y Otto Hampel− en Berlín, en la mencionada novela de Fallada, no se cruzan de brazos, no se rinden, emprenden una cruzada; en la ciudad sin nombre reparten panfletos fotocopiados, en el Berlín de Hitler, “postales” de correo −ninguna de esas dos se nos ocurriría hoy en la era de Internet y con redes sociales−; con poco éxito en ambas novelas de ficción, pero que quien sabe lo que pueda ocurrir en la vida real, en donde sabemos que todas las transformaciones profundas de la humanidad se han dado a partir de un esfuerzo desproporcionado, que lucía improbable.
Conclusión.
Ni en la ciudad de Saramago, ni en el Berlín de Fallada se alentó o emprendió demagógicamente una aventura populista; bastó la esperanza y también, el impulso de recordar exitosos hechos: votaciones en blanco, actividad clandestina durante tres años −como pudiera ser el recuerdo de la jornada cívica del 22 de octubre de 2023 y el éxito político del 28 de julio de 2024−. Si bien no es una respuesta completa, las tareas y las ideas están allí. ¿Qué todo eso no servirá de nada?, a lo mejor, pero la alternativa no es no hacer nada, ni cruzarse de brazos a esperar que las cosas se arreglen solas. Ya otras veces hemos dicho que se trata de construir esa “pinza” que nos permita presionar: con la comunidad internacional, de un lado; y con el desarrollo de la fuerza interna, por el otro.