Soledad Morillo Belloso

Si huele a mango, estás en Venezuela – Soledad Morillo Belloso

Por: Soledad Morillo Belloso

Cuando me dicen que escriba en tres o cuatro líneas quién soy, siempre comienzo por «venezolana». Porque eso soy, primero y principal. Pero soy una venezolana de origen provinciano con una vida que cabalga entre dos siglos. No soy criolla. Sé mucho de historia y de costumbrismo, pero soy una venezolana nacida, criada y formada en la modernidad, no en una cuna con naftalina. Yo sería venezolana en donde sea que me tocara ir. Venezuela no es el mejor país del mundo. Es, sí, mi país.

Pero el país de verdad no es este que padecemos ahora. Venezuela tiene la suerte de haber sido construida entre naturales e inmigrantes. Eso es fantástico.

Es nuestra mejor ventaja. No para recuperar lo que tuvimos y fuimos, sino para construir el nuevo país que podemos ser. Decente, trabajador, encantador, equitativo, colorido, entusiasta, libre. Venezuela significa libertad. Y Venezuela está en cada uno de los venezolanos buenos, no importa en qué ciudad o pueblo del planeta estén las almohadas en las que reposemos la cabeza cada noche. Venezuela es un amor infinito, tan infinito que me duele y me hace feliz. A mí Venezuela me arranca todos los días una lágrima y una risa. Mi alma es tricolor.

Estoy en una etapa muy triste  de mi vida. Pero a pesar de sentir que me duelen hasta las pestañas, y que más de una vez al día pienso «paren el mundo, que me quiero bajar», hay algo en mí que hace que me quite las lágrimas que me chorrean por las ya enflaquecidas mejillas y recuerde que yo no tengo derecho a abandonar a Venezuela. Que eso sería irrespetar mi historia familiar y convertirla en intrascendente.  Sería desconocer quién fue mi marido, cuánto y de qué manera amó nuestro país hasta que esa noche su corazón dejó de latir.

Uno no puede querer a Venezuela «racionalmente». En mi caso coinciden la razón y la emoción, pero si me faltara la primera, me abundaría la segunda.

Ramón J. Velázquez me dijo mientras tomábamos un juguito una tarde en su casa que «es el mismo país, el mismo pueblo; lo que cambian son los sufrimientos».

Venezuela es difícil. No hay manera de quererla a medias. Quizás por eso mismo me es tan natural el amor por ella, porque yo no soy de medias tintas y amores a medias.

Una se sienta en una acera en cualquier pueblo o ciudad, cierra los ojos y respira. Y si huele a mango, ah, estás en Venezuela.

 

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