Silencio y calma – Fernando Rodríguez

Publicado en: El Nacional

Por: Fernando Rodríguez

Yo diría que el silencio es el espacio mayoritario de eso que llaman cohabitación del gobierno y la oposición, espacio que crece día a día. En este país suceden cosas monstruosas que nadie comenta, ni los partidos -cuya esencia es esa, opinar, orientar para poder actuar- ni los líderes, ni los políticos rasos, nadie. El sueldo mínimo, por ejemplo. Más de 5 millones de trabajadores sin nada que comer literalmente y los políticos deben estar en sus escondrijos, si acaso ocupándose de la lotería electoral o viendo a ver cuándo les da una cita algún cohabitante gubernamental de alguna alcurnia, eso sí, sin mayor ruido, para ver cómo se llega al 24 o se emprende algo en común. Todo por la patria, en principio, nada de alacranismo propiamente dicho que es otra especie. O los presos políticos, objeto de los más serios estudios por los más serios organismos internacionales que han revelado no solo la ilegalidad en que fueron apresados y son retenidos sino los  la tortura y los tratos sistemáticos a que se les somete.

Y refiero estos dos tópicos porque son arquetipos, lugares comunes, de las protestas sobre todo en dictaduras, ¿estamos en dictadura o ya no tanto? Pero, por supuesto, hay mil temas más. Hasta jocosos como el indio de oro de la autopista, los muñecos navideños de bigote y Cilita, el payasesco embajador colombiano (ver a este respecto el excelente artículo de Orlando Ochoa), el programa semanal de Cabello, etc. Felizmente existen el Foro Penal, Provea, el Observatorio Venezolano de la Violencia, Feliciano Reyna,

Pero no son solo los políticos los que guardan silencio riguroso, como algunos monjes de clausura, ni qué le digo de los empresarios. Como se sabe, muchos de ellos ya no salen de los santuarios del poder, en especial de Miraflores. Y como se sabe, su energía emprendedora se ha centrado en el comercio, en cantidad sustancial de alto coturno, que sirve para adornar la ciudad y demostrar que Venezuela se arregló. Bodegones, restaurantes, cantantes, tiendas como en Londres o París, Las Mercedes y Manhattan, Ferraris… Un regalo para ricos y clase media acomodada que le están devolviendo la ciudad de sus placeres de antaño, del siglo pasado. Hasta –dicen- que hay mucha gente adinerada que ha vuelto; claro, el lujo de Miami o Madrid y el cobijo de la tierra natal con todo y Ávila, sultán que enamora. Yo les aseguro que hay mucha gente que las ha pasado de lo más bien en estas décadas en que 6 millones tienen hambre, otro tanto andan dando tumbos por la patria grande a ver quién les da posada y laburo y un profesor universitario, doctor y titular, gana cien dólares y piquito y no diga usted la secretaria o el obrero. Seguramente un país tan desigual como el que conocieron nuestros abuelos gomecistas, africano. Pero qué más da, somos individuos libres de hacer y gozar nuestras vidas. El resto que hagan la suya.

Al parecer también hasta algunos intelectuales y artistas han comenzado a cohabitar, a la manera del maestro Abreu, aunque esta sea inalcanzable. Y con antecedentes tan egregios como  Heidegger, Jung, Pound, Céline, Carl Schmitt, Pirandello y pare de contar, confesos nazis. Claro no demasiado tiene que ver esta dictadura bananera con el infierno de Hitler, no exageremos. Espíritus libres, a sacrificarse por la cultura y el arte, no nos concierne la torva política. Silencio, pues.

 

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