Los libros, películas, documentales y series sobre las guerras son piezas casi imprescindibles. A quienes no vivimos esos episodes horrorosos nos abren los sentidos para entender, o al menos intentar comprender, tan gigantescos dolores y destrozos. Absurdos errores que fueron causa de tenebrosas consecuencias.
En el mundo siempre ha habido guerras. Y dicen los expertos que siempre las habrá. Que el conflicto es algo intrínseco en el ser humano. Se supone que somos los animales más inteligentes y, sin embargo, somos los que más fácilmente caemos en la tentación del absurdo. El odio nos vuelve feroces hasta lo inimaginable.
Nadie debe tener tanto poder como para que baste su sola voluntad para sumergir a una sociedad en una guerra. El más reciente ejemplo del exabrupto de ello es Putin. La soberbia de este salvaje no parece tener cielo ni suelo. No sólo ha destruido una importante parte de Ucrania y asesinado a un aterrador número de hombres, mujeres y niños de esa nación, sino que, en su hoguera de vanidades, ha sacrificado a miles de rusos. Es un sociópata asesino que debe ser juzgado por los que son, sin atenuantes, crímenes contra la humanidad.
Si algo hay que fortalecer sin demora es la justicia internacional. No puede usarse el concepto de autodeterminación de los pueblos para justificar atrocidades como las que se cometen en un sinnúmero de países en el planeta, incluyendo Venezuela. La implantación de la justicia es el único modo de frenar las apetencias de quienes tienen pensamientos y comportamientos barbáricos. Por la justicia hay que luchar siempre, aquí y en todo el planeta, sin rendirse.
«El hombre tiene que establecer un final para la guerra. Si no, ella establecerá un fin para la humanidad”.
– John F. Kennedy
