Por ahora, las elecciones presidenciales están pautadas para el 20 de mayo. Son una comiquita diseñada por los caricaturistas de la ilegal e inconstitucional Constituyente e instrumentadas por las comadres del CNE. Son un mayúsculo fiasco. Pero tendrán consecuencias. Es cierto que lo de Falcón, dándole una patada a la mesa, rompiendo la unidad en una grotesca exhibición de caudillismo cursi y haciendo exhibición de micro pensamiento, tendrá un efecto contraproducente. Habiéndose peleado con el grueso de los partidos políticos y con el liderazgo de la sociedad civil de oposición, Falcón enfrentará dos retos monumentales: 1. el desarrollo de una narrativa de campaña que lo deslinde del chavismo (para dejar de parecer un caballo de Troya) y lo muestre como un cambio de 180 grados para Venezuela y, 2., armar una maquinaria para vigilar el proceso electoral en los centros de votación y cuidar los votos en las mesas. Para eso necesita a la Unidad, a los partidos de oposición y a las organizaciones sociales, esos a los que ha despreciado con tan abierta pedantería. Así, además de perder y hacer el ridículo, causará un enorme daño a la oposición y al país, y luego pretenderá victimizarse. Claro está, la oposición como un todo pasará otra vez por el trapiche. Los sempiternos buscadores de echarle la culpa a otro llenaran las redes con comentarios a cuál más paupérrimo. Por eso está bien que ante el desgaste de la MUD esté en proceso de creación el Frente Amplio. Pero a no confundirnos; Maduro «ganará» pero «arrasar» en este fantoche electoral no le reportará beneficio alguno ni a él ni a su régimen. Pasada la resaca de las celebraciones en templetes mojaditos de toneladas de «friitas» y ron, los «poderosos» se darán cuenta que la situación no sólo no habrá mejorado sino que vaya si empeorará. Económica, social, política e internacionalmente. Con millones de personas entendiendo que la farsa sigue, que nada hay en los estantes, que los estómagos gruñen de hambre, que hasta los basureros se han quedado sin nada que espulgarles, que aquí la gente muere por males que pueden ser vencidos, Maduro habrá de dar cara a un sonoro descontento. Millones, entendiendo que Maduro es el mayor hambreador del pueblo que se ha sentado en Miraflores, se convertirán en una masa incontrolable. Yerran quienes sueñan en sables que se desenvainan para restituir la dignidad a la tan mancillada ciudadanía. La verdad, la historia no muestra a los uniformados siendo constructores de nada, como no sea de su propia y perfecta felicidad. En todos estos años no sólo no se han rebelado sino que han acolitado todo. Están cómodos; son como el alacrán que pide a la rana que le ayude a cruzar el río. Y los oficiales decentes y honestos que pueda haber (de seguro los hay) no van a poner en riesgo su pellejo.
El juicio político ya comenzó. Los políticos allende las fronteras hacen cuentas y cuidan sus carreras. En las campañas electorales en proceso de Latinoamérica, los candidatos (de izquierda, centro y derecha) prometen abiertamente a sus votantes que no serán como Maduro; juran que sus respectivos países no se convertirán en un desastre como Venezuela. Los estrategas de las campañas advierten a sus candidatos que cualquier aproximación a Maduro y su modelo es perjudicial para la salud. Ningún aspirante en el hemisferio quiere fotografiarse con él. Y los mandatarios en ejercicio, salvo contadas excepciones, se lo piensan muy bien antes de aceptar sus llamadas y hacen todo lo posible por evitar toparse con él. Muchos ya abiertamente se deslindan. No hay en mi memoria una sola ocasión en la que un presidente democrático venezolano haya sido desconvocado a una Cumbre de las Américas. Maduro se ha convertido en un ente radioactivo, un ser del que hay que huir como de la peste. Es la mala noticia. Dio pena la cumbre presidencial del ALBA-TCP. Tómese el lector la molestia de hacer el ejercicio de sumar los PIB de los países asistentes. Y vea bien quiénes vinieron y quiénes no y por qué.
Luego del 20 de mayo, Maduro seguirá siendo el presidente de Venezuela. Desconocido por muchos países, ilegalizado, deslegitimado, seguirá hundiéndola, vejándola, robándola, manchándola, estafándola, matándola. ¿Hasta cuándo? La respuesta a eso no la tiene nadie. No le pregunten a Luis Vicente; él tampoco sabe. Las sanciones se convertirán en embargos, aislamiento, bloqueo. Los inversionistas y financistas brillarán por su ausencia. En síntesis, lo que viene pasada esta payasada electoral es algo que ningún ciudadano ha vivido jamás en nuestra Venezuela. Pero, la especie humana es resiliente. Ha enfrentado muchas calamidades y no se ha extinguido. Es más, ha conseguido ser mejor. Estamos en sombras. A no dudarlo. Pero vendrá la luz. Y esa luz significará un futuro muy oscuro para Maduro, aunque él hoy se sienta una suerte de rey sol.
Muchos me dirán que se necesita acción ya, solución ya, respuesta ya. Que no podemos esperar. Algunos, justificadamente desesperados, ansían ver llegar a nuestras costas a fuerzas militares extranjeras. Para qué tal cosa ocurriera Venezuela tendría que ser «importante». Si nos bajáramos del pedestal petulante entenderíamos que todo lo que Venezuela es y tiene es ya prescindible. Y precisamente eso es lo que le espera a Maduro y su régimen. El estar de sobra. El autócrata, al no haber montado un sistema autárquico, se hizo dependiente de aliados que ya no lo necesitan y lo ven por encima del hombro.
Los casi cuatro millones de venezolanos que han emigrado tienen un papel crucial. No sólo deben convertirse en una voz fuerte de protesta, sino que aquellos que ya hayan podido establecerse deben ayudar financieramente a sus familias que residen en Venezuela. Cincuenta o cien dólares enviados mensualmente pueden marcar la diferencia entre la supervivencia y la extinción. Esos dólares, que se traducen hoy en 10 o 20 millones de bolívares, permitirán que los que estén acá resistan, pongan algo de comida sobre la mesa, consigan un medicamento indispensable, paguen el condominio o carguen megas en el celu o la compu. No hay ninguna vergüenza en ello. De hecho, tengo muchos amigos que con notable orgullo me comentan que sus hijos les ayudan económicamente. Que eso ocurra significa haber hecho un buen trabajo como padres.
Para los que consiguen ver allá de los plazos cortos y entienden que el tiempo no se mide en días, semanas, meses o pocos años, hay cosas que deben saber. El borrador de la sentencia de Maduro y sus cómplices ya está escrito. No será por los horrorosos actos de corrupción. Ni por los densos delitos electorales o las constantes violaciones constitucionales. Tampoco por la destrucción de la estructura democrática o por la cadena de sucias mentiras que se montan unas sobre otras. Todo eso, que bastaría para varias condenas mayores, supondría un sistema judicial que no fuera lo que es: el epítome de la actitud delincuencial. La cooptación de los poderes públicos venezolanos garantiza a Maduro y a los ejecutores de sus órdenes y políticas total impunidad. Algunos delitos como el lavado de dinero y el narcotráfico son hoy objeto y sujeto de justicia extraterritorial. Los sobrinitos gozaban en Venezuela de total impunidad, no así afuera. Fueron cazados, capturados y procesados afuera.
Pero si en alguna materia ha progresado el mundo es en el asunto de la acción judicial extra territorio para perseguir, juzgar y penalizar a los perpetradores de crímenes de lesa humanidad. Cuando todo este tinglado se desplome, Maduro y sus cómplices huirán con alforzas repletas para esconderse quién sabe en qué guarida sórdida del mundo. Pero acabarán, tarde o temprano, reos, acusados penalmente, no por el aparato de justicia nacional, sino de la internacional, esa que los juzgará por los millones de víctimas de una hambruna absolutamente evitable, por el daño causado a la población por la falta de medicamentos a los que no se les permitió entrada al país a pesar de las muchas ofertas de ayuda humanitaria. Habrán de responder ante jueces por «La Tumba». Esos crímenes no prescriben. Y no están sujetos al accionar de la justicia local. ¿Tomará tiempo? Sí. Pero, por ejemplo, por estas épocas vemos en el brete judicial internacional a violadores de derechos humanos que cometieron crímenes en la guerra de los Balcanes que ocurrió en el siglo pasado. Pinochet se salvó de una sentencia definitiva porque tuvo el buen tino de morir. Pero Maduro tiene en su contra el ser un hombre joven y hay varios expertos que han dedicado y dedican largas horas al aburrido asunto de documentar todo y armar un expediente que contiene ya cientos de folios.
Hay sombra en Venezuela. Pero habrá luz.