Jean Maninat

¡Turistas, go home! – Jean Maninat

Por: Jean Maninat

El turista es uno de los bípedos más denostados de la fauna planetaria. Incluso quienes hacen turismo con frecuencia, lo hacen pretendiendo que no son turistas, con aire de parroquianos, de quien se crió en el barrio que se visita, fue a la escuela municipal de la esquina, cuando chico se bañaba los veranos en la fuente de la plaza y bajo los arcos romanos del centro besó a su novia por primera vez. (Sí, tiene usted razón, parece una canción de Serrat). Todo el recorrido “vital” se hace acompañado de un delatador acento porteño que ni Gardel, quien era uruguayo, by the way. Entre turistas te vea, es la nueva maldición gitana que recorre las ciudades que viven del… turismo.

(A ver, cuántas veces no hemos escuchado la recomendación del turista accidental que comparte con todo el que lo consulte: conozco un restorancito en París, mínimo, al que no van turistas, pero eso sí, no se lo digas a nadie, para que no se malogre. Tú sabes).

Madrid, Barcelona, Londres, Nueva York, Berlín, Florencia y otras tantas ciudades que vale la pena visitar han puesto en marcha medidas, hace ya un tiempo, para limitar la expansión de Airbnb,  o regular los llamados pisos turísticos en España, o cobrar un impuesto, como en Venecia, a quienes visitan la ciudad por solo un día. La culpa del aumento de los precios del alquiler de viviendas recae sobre los turistas que buscan escapar de las onerosas garras hoteleras o la mezquindad de las pensiones. Los turistas serían los nuevos hunos, bárbaros de paseo, destruyendo la paz de apacibles y ornamentadas ciudades. “La Condesa se la llevó la chingada güey, pinches turistas gringos lo encarecen todo”.

Si a una ciudad famosa por sus monumentos prehispánicos y coloniales -digamos Cuzco, es un decir y perdonen la tristeza- le proponen la construcción de un aeropuerto, se desencadenan  violentas protestas para impedir la deformación del paisaje histórico y el daño ecológico que la afluencia de más turistas implicaría para una ciudad que vive fundamentalmente del turismo. Según la leyenda negra del turista (yes, estamos leyendo tardíamente a María Elvira Roca Barea) mejor estaría Florencia desierta, sin extraños husmeando sus maravillas, o Venecia sin Tadzio mortificando hasta la muerte con su belleza al pobre de Ashenbach en la playa del Lido. O Roma, con tan solo los gatos pobres del Coliseo que mencionó Pasolini por huéspedes. ¡Las calles son del pueblo, no para los turistas!

El nuevo ludismo turisimofóbico todavía no ha empezado a destruir alojamientos Airbnb, pisos turísticos o zonas de acampada para penitentes, está en modo legislativo, promoviendo leyes para reglamentar, o prohibir el uso indiscriminado de los metros cuadrados para la renta a viajeros de paso, que son extranjeros al terruño aun habiendo nacido en el mismo país. Pero hay otro tipo de turismo, el de los okupas, que viene para quedarse, apropiándose de las unidades habitacionales vacías, o descuidadas, bajo el lema revolucionario de: ¡Las viviendas son del pueblo, no de los propietarios! Ah, estos sí tienen derecho a impactar la fisonomía histórica del barrio pues se trata, qué duda cabe, de una gentrificación inclusiva, la de los sin techo urbanitas y progres, la de los buenos. ¡Turistas, go home!

 

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