Ucrania: hay que lograr la paz – Trino Márquez

Publicado en: Polítika UCAB

Por: Trino Márquez

Durante lo que va de 2023, Volodímir Zelenski se ha anotado un amplio conjunto de triunfos diplomáticos. Se reunió con el presidente Joe Biden en la Casa Blanca. Ha sostenido encuentros con los principales mandatarios europeos, desde el canciller alemán, el socialdemócrata Olaf Scholz, hasta la primera ministra italiana, la ultraderechista Giorgia Meloni. Sostuvo una reunión cordial y productiva con el primer ministro inglés, el conservador Rishi Sunak.  El mandatario ucraniano ha sido recibido en distintos foros internacionales, incluido Unasur, presidida por el izquierdista Ernesto Samper. Todo el espectro político ha oído el mensaje de  Zelenski. Algunos líderes se sienten más identificados con lo que él representa y defiende. Otros toman una distancia discreta, pero todos lo escuchan y, al parecer, respetan sus posturas y, especialmente, el heroísmo de los ucranianos.

En la más reciente reunión del G7, que agrupa a los países desarrollados más importantes del planeta, con larga tradición democrática, Zelenski recibió un sólido apoyo político, financiero y militar. A ese encuentro asistió el primer ministro indio, Narendra Modi, quien a pesar de su cercanía con Rusia y Vladímir Putin, se reunió con el líder de Ucrania para manifestarle su acuerdo con preservar la unidad territorial de esa nación, aunque no condenó la invasión rusa. Modi, al parecer, quiere preservar el papel de India como mediador en el conflicto, tal como aspira Lula da Silva para Brasil.

De la cumbre del G7 no solo salió fortalecida Ucrania, también ocurrió lo mismo con la relación entre Estados Unidos, Europa y la OTAN. Putin equivocó completamente sus cálculos.  Pensó que el triunfo de la agresión militar sería tan rápido, que la unidad europea se resquebrajaría, las fricciones entre Europa y Estados Unidos aumentarían y la OTAN se  debilitaría. Ocurrió todo lo contrario. Los bloques cerraron filas para impedir que el autócrata ruso obtuviese una cómoda victoria que le sirviese de plataforma para expandir su dominio hacia el este de Europa.

Rusia, en cambio, se ha aislado aún más en medio del conflicto. El campo de acción de Putin es cada vez más restringido. Luego de la orden de captura  dictada por la Corte Penal Internacional en su contra, por crímenes de guerra, el autócrata solo se atreve a desplazarse hasta  Bielorrusia, donde gobierna su lugarteniente Alexander Lukashenko, y a algunos otros países con muy poca importancia  económica y militar. La respuesta del Kremlin frente a ese mandato de la CPI resulta patética: ordenó  capturar al fiscal Karim Kham. Incluso para China y para Xi Jingping, sus aliados tradicionales, la relación con Putin resulta incómoda. El hombre constituye un incordio en el tablero internacional.

El problema clave con este panorama que he descrito de manera muy reducida, reside en que la confrontación entre Ucrania y Rusia se ha mineralizado. A esta altura, a casi año y medio de la invasión, los rusos no han podido ni podrán aniquilar a los ucranianos; y estos no han podido recuperar sino una pequeña fracción de los territorios tomados por el ejército ruso en el este del país. Alrededor de Bajmud, una ciudad que ambos lados consideran estratégica, se han librado combates encarnizados, sin que ninguno de los dos ejércitos pueda proclamarse  vencedor.

Todo indica que la guerra se prolongará por mucho tiempo más. Que continuará la destrucción de las ciudades ucranianas, el asesinato de civiles y el desmembramiento de una población obligada a desplazarse hacia Europa del Este o a movilizarse hacia los territorios ucranianos menos peligrosos. En el horizonte no se vislumbra una solución que signifique la derrota aplastante de Putin, su ejército y sus mercenarios, ni una victoria categórica de  Zelenski y el pueblo ucraniano, lo cual significaría recuperar las regiones del Dombás y del Donetsk, y la península de Crimea, anexionada por Rusia en 2014.

La clave reside en encontrar un punto en el cual Zelensky y Putin puedan entenderse. Para el gobernante ruso, el reto resulta más fácil de afrontar: el esquema autocrático que ha armado permite pensar en que, de ser posible convencerlo de una solución, esta podría ejecutarse con relativa sencillez. El control que posee del Ejército, la Duma (Parlamento ruso), los medios de comunicación y el Poder Judicial, le harían posible crear la atmósfera para convencer al pueblo ruso y demás factores de poder, que él encontró la ‘mejor’ solución.

Algo diferente ocurre con Zelensky, quien es un gobernante democrático y, a pesar del estado de excepción que rige en Ucrania, tendrá que convencer a su ejército y a su pueblo, que han realizado esfuerzos inauditos, heroicos,  de que aunque no se obtuvo todo aquello por lo cual se luchó, vale la pena firmar un acuerdo de paz que permita la reconstrucción nacional. Zelensky ha probado ser un líder recio. Tendrá la oportunidad, en ese caso, de demostrar que es un jefe tanto para la guerra como para la paz.

En este complejo cuadro deberían actuar China, India, Brasil, Turquía y algunas otras  grandes naciones que no se han involucrado directamente en la conflagración, y han manifestado su interés en servir de mediadores. Llegó el momento de que se pongan en marcha todos los mecanismos diplomáticos que hagan posible conseguir la paz lo más pronto posible.

 

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