«Un dolor que no puedo resistir» – Soledad Morillo Belloso

Por: Soledad Morillo Belloso

Soledad Morillo Belloso

Craso error cometen quienes a voz en cuello exigen que en unas elecciones presidenciales Maduro no pueda ser candidato. No solo porque vencer electoralmente a Maduro sería un logro enorme, sino porque no es lo mismo enfrentar a Maduro que a figuras jóvenes y  frescas como Héctor Rodríguez o Rafael Lacava. Esos no serían huesos blandos de roer. Quizás hoy algunos argumenten que «esos ni siquiera están en el radar, ni pintan en las encuestas». Y, sí, eso es cierto. Pero tampoco están en el radar del rechazo y la impopularidad. Un equipo de fútbol que va ganando por varios goles puede perder en el tiempo reglamentario o en el de descuento porque el contrincante saque a la cancha un jugador fresco, con los músculos calientes, sin el desgaste de los largos minutos de partido y con feroces ganas de triunfar.

Además, exigir que Maduro no sea candidato es arrinconarlo, forzarlo a negarse a negociar. Si en la negociación  (y claro que hay tal proceso aunque no sea en la forma tradicional) hay tozudez y empecinamiento en que solo haya presidenciales y sin Maduro como candidato -o boto tierrita y no juego- pues Maduro se enconcha y ya. Y claro que la temperatura del conflicto aumentará, pero eso no es garantía de nada. Quizás suene a juego de palabras, pero tenemos que hacer un juego que no le haga el juego a Maduro, pero tenemos que montar un juego en el que Maduro juegue.

Que Guaidó exija presidenciales está bien, es lo correcto. Y debe insistir en ello tanto en el escenario internacional como aquí en casa. Porque nunca hay que olvidar la tremebunda ilegalidad e ilegitimidad de esa roncha de elección que montaron en 2018.  Y eso es una carta en la negociación y una pieza para la campaña.  Pero hay que estar preparados y trabajar para ambas elecciones. No para el desopilante escenario que pinta Henry Falcón, en un acto de la más mediocre impostura  y de oportunismo político francamente da grima. Esa agendita de Falcón hace que el pueblo cante  «es un dolor que no puedo resistir». Hay que insistir en ambas elecciones, ligaditas. Y no hay que dar por ganadas ni las parlamentarias ni las presidenciales. Para triunfar en  ambas hay que fajarse, duro. Es muy bueno ver ya en las calles (y no solo en las redes) a los partidos. Estos días en todo el país se desplegaron los equipos, con sus banderas e insignias, como debe ser. Bien, muy bien. 

El nuevo CNE es el «kick off» 

Todo indica que va a ser designado por la AN, con la participación del chavismo. Que se apliquen Hirudoid y tomen Ibuprofeno los que intentaron que fuera elegido por otra vía. Será en la AN por muchas y variadas razones, entre ellas una muy importante: los diputados rojitos no están en lo más mínimo dispuestos a dejarse ningunear por el TSJ, porque eso, además de ser para cada uno  «un dolor que no puedo resistir», debilita a cada rojito frente a los  próximos comicios en los que quiere ser reeelegido. Que el CNE sea designado por el TSJ  dejaría a los parlamentarios rojitos pública y abiertamente como peleles. 

Está, por supuesto,  el asunto nada accesorio de la restricción para el voto en el exterior, que es algo que está en la ley, no en la Constitución. Eso tiene remedio y, no importa cuánto dramaticen algunos, no es para nada complicado. Es fácil hacer una reforma en la ley; un cambio que propondría el nuevo CNE, sería discutido y aprobado por la AN. Y a seguir ese CNE hace también los cambios reglamentarios ad hoc.

Y eso no tiene por qué ser un cambio temporal. 

Hay muchísimos países cuyos nacionales que viven en el extranjero eligen parlamentarios. 

Es relativamente fácil, porque se puede hacer rezonificando por internet y votando por correo. El Saime y el CNE tienen suficientes instrumentos tecnológicos para ello. Y con una sana auditoría (nacional e internacional) se puede evitar truculencias. 

No habría ni tan siquiera necesidad de centros de votación como tales en el extranjero. Esos votos se envían por correo (si Ipostel no puede, pues que contraten un «courrier», como se hace para mil otros trámites). Y esos sobres con los votos de venezolanos en el exterior se empiezan a recibir unos días antes, para que se pueda  verificar que ese voto fue emitido por una persona que está efectivamente registrada como elector en el extranjero en x país, x ciudad, x población, y asegurar que ese elector no esté duplicado.

La verdad (puestos aparte los intereses turbios que hoy existan),  para Venezuela jamás fue importante lo del voto en el exterior por la sencilla razón que nunca en toda nuestra historia tuvimos tan abismal cantidad de emigrantes. De hecho, el número de votantes (potenciales) en el exterior hasta hace poco era «estadísticamente despreciable». Aducir que la ley no permite el voto de venezolanos en el exterior para elegir parlamentarios y plantearlo como un sino cincelado en piedra es de una simpleza intelectual  insoportable, «un dolor que no puedo resistir». Más allá que ahora sí esa enorme cantidad de electores en el exterior es  importante para los partidos, lo realmente relevante es entender que cuando se tiene unos tres millones y tanto de ciudadanos en edad de elegir en el exterior, eso no es «estadísticamente despreciable» y nos tiene que hacer entender que el concepto tradicional de Nación no va más, no aplica, pues hay nación fuera de los linderos del  territorio. No me digan que no se puede hacer. 5.600.000 italianos que viven fuera de Italia tienen derecho a votar. Y lo hacen por correo. 2.1 millones de españoles lo hacen; 1.3 millones de franceses también. 

Nosotros (tirios y troyanos) tenemos que entender que esto que tenemos no es un país, es la coincidencia geográfica de un gentío fuera o dentro de las líneas territoriales. Y eso no le sirve sino a unos dos mil y tantos vagabundos pendencieros a quienes no les interesa tener un país, les interesa tener un negocio. Pero el resto, los millones (tirios y troyanos), vivamos en Venezuela o en el exterior, necesitamos tener país. Y para eso requerimos tener institucionalidad. No se puede ser huérfano de país.

Aquí, en la cortedad de miras, hay muchos que dictan cátedra y pontifican, pero que parece que no ven lo que podría ocurrir si continúa esta situación: la desintegración de la nación, la ruptura en pedazos. Un trozo se une a Colombia, otro a Brasil, otro a Guyana, y un paisito en el medio. ¿Que no? Caray, vean África, vean los Balcanes, vean parte de Asia.

Tiempos de urgencia

Maduro está urgido. Necesita una asamblea que le apruebe las negociaciones de PDVSA, porque de lo contrario las empresas participantes (con fuerte contenido oficial de sus países) no van a cerrar unas negociaciones que eventualmente podrían ser retadas en su validez. Negocios son negocios. Y a los hombres de negocios no les gustan los papeles escritos a lápiz. 

Por supuesto que está bien criticar que en la comisión reestructuradora de PDVSA hayan puesto a esos tres que nada saben de petróleo. Pero hay que entender que esas son las caras políticas de una negociación con Rusia, China y otros países cuyos emisarios  en la negociación sobre PDVSA también van a ser políticos, aunque tras bastidores haya quien les haga los números, como es de suponerse tengan también los tres venezolanos. 

Maduro quiere deshacerse de la ANC, porque no le sirve para nada. Sabe que las aprobaciones del TSJ también son más inútiles que cenicero en moto. El invento ese de los diputados Clap llegando como corsarios a pretender apropiarse de la AN simplemente no cuajó. Y la Mesa de Acuerdo Nacional (o de la Casa Amarilla, o la mesita, como la quieran llamar) es un experimento fallido, un mamotreto rechazado por los ciudadanos y sin ningún tipo de reconocimiento nacional e internacional; no pasa de ser una caimanera con ínfulas de grandes ligas. Así sea porque crea que de este sofocón puede levantarse (tiene derecho a soñar) o porque la presión de sus panas rusos, chinos, cubanos, nicas, etc. para que «arregle el lío» es intensa, Maduro necesita a la AN, ésta de ahora. No puede esperar a tener una nueva que él supone puede ganar (de nuevo, soñar es gratis). 

Pero no es menos importante entender que por muchos y poderosos que sean los países  que reconocen a Guaidó y por mucho y creciente apoyo popular que tenga su figura,  el interinato no puede ser eterno. Y Venezuela no puede estar en esta zozobra permanente de estar bajo la égida de un régimen que no es reconocido por un montón de países y al cual su situación de ilegitimidad e ilegalidad le resulta cada día más farragoso.  

Todo entonces exige «volver a la Asamblea», es decir a un Poder Legislativo, sin el cual ni tirios ni troyanos sobreviven.

Y eso nos trae del vuelta al punto crucial del nombramiento de un nuevo CNE, designado por la AN, por todas sus fracciones, por acuerdo ojalá unánime, siguiendo al pie de la letra las indicaciones constitucionales. Si privare la pésima conseja de la repartidera de «tantos pa ti y tantos pa mí», que  produjo este desastre, un nuevo CNE en esos términos no solucionaría ninguno de los desmadres en materia electoral y sumaría unos cuantos nuevos. 

Los pasos están dándose. La comisión preliminar está haciendo su trabajo. Recibió 73 nominaciones para los diez puestos que se requiere para, junto con los 11 diputados ya nombrados,  integrar el Comité de Postulaciones. Que dejen la chilladera desafinada los que quieren un nuevo CNE de hoy pa mañana. Hay lapsos que se deben cumplir, que se tienen que cumplir. Y hay normas constitucionales muy específicas sobre los rectores a ser designados. De hecho, la Constitución (aprobada en 1999 y refrendada en 2007) basa la escogencia de las autoridades electorales en la aprobación de la mayoría calificada. Tiene toda la lógica. Así obligó a las diferentes fracciones a tener que ponerse de acuerdo; no dice en ninguna parte que la selección de los rectores es una fiesta en la que hay que repartirse unos puestos como si fueran tequeños.

El pueblo no quiere a ninguno de los rectores actuales. Ya les pasó cartica de despido y aviso de  liquidación. No quiere caras viejas. Los nuevos no pueden ser fotocopias del pasado. Abundan venezolanos de ley, preparados, con altura intelectual y moral,  conocedores de la materia electoral, capaces y con el guáramo necesario para ponerle un parao’ al más pintao’ si se pone con cómicas. Decantarse por el «peoresnada» es algo que el «soberano» rechazaría sin miramientos. Malandros, oportunistas, babiecas y demás especies favor abstenerse. Para el pueblo son ustedes «un dolor que no puedo resistir».

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