Una encuesta en la ultratumba – Elías Pino Iturrieta

“Se cumplían diez años de la muerte de Chávez: ¿no estamos ante un motivo suficiente para hacer la encuesta? A estas alturas del desastre venezolano, la simple sugerencia de la resurrección de Chávez es un agravio que no merece el pueblo partiendo de una pesquisa parecida a una peregrinación al Cuartel de la Montaña”.

Publicado en: La Gran Aldea

Por: Elías Pino Iturrieta

Si le piden una comparación con Nicolás Maduro, en relación con los mandatarios venezolanos que le han precedido, un entrevistado de nuestros días, si no pertenece a las filas fanatizadas del PSUV, pronunciará sentencias lapidarias en sentido negativo. Sin posibilidad de duda, porque nadando en la miseria y en la inseguridad, dependiente de un individuo que no considera el bien común ni sabe cómo atenderlo, y sin sentir la cercanía de una esperanza que lo saque del agujero mientras la corrupción reina en las alturas de la sociedad, solo un loco de esos que deambulan en la vía pública puede soltar una opinión favorable sobre el hombre que lo desprecia y burla. Parece que estamos ante una verdad de Perogrullo. Sin embargo, aun así y a pesar de los pesares, como si de veras hiciera falta una averiguación “científica” sobre la popularidad del mandón de turno, la encuestadora Datanálisis propuso a sus encuestados que metieran en el mismo cuadrilátero al actual mandatario con un difunto que está de cumpleaños, el presidente Hugo Chávez, para ver quien ganaba.

Datanálisis pudo proponer una comparación con cualquiera de los jefes de Estado precedentes, próximo o lejano, de la actualidad o del siglo XIX, y cualquiera hubiera ganado en el primer round. Un sujeto ignorante o sanguinario como Juan Vicente Gómez, o una oscurana llamada Julián Castro, por ejemplo, independientemente de que la gente tuviera noticia de ellos. Una comparación absolutamente inútil, totalmente prescindible y sujeta a la crítica que ahora se lleva a cabo, conocidas las clamorosas  limitaciones de quien hoy reina en el Palacio Presidencial. Según la acuciosa empresa, el difunto teniente coronel tuvo un 56% de aprobación, mientras para Maduro apenas quedó un esmirriado 22%. Lo mismo hubiera sucedido si sugieren un cotejo con transeúntes distinguidos con la banda tricolor en los tiempos del Liberalismo Amarillo, pero el punto radica en que seleccionaron a Chávez para una confrontación sobre cuyos resultados no se podía dudar de antemano.

¿Acaso el perdedor de la pelea no es hijo predilecto y heredero de quien le dio la tunda por invitación de los espiritistas de Datanálisis?

Pero se cumplían diez años de la muerte de Chávez: ¿no estamos ante un motivo suficiente para hacer la encuesta? Parece una contestación razonable, algo había que hacer alrededor de la fecha. Razonable para una agencia de festejos, o para un comité de conmemoraciones, pero cuesta arriba para un trabajo de numerólogos que pretenden ser objetivos cuando preparan los sondeos. Un difunto tan sonado no podía salir mal parado en la averiguación, especialmente cuando competía con una encarnación de la mediocridad y cuando mucha tinta y mucha plata se han gastado en su deificación, estatuaria incluida. De lo cual se puede deducir, sin forzar la barra, que el empeño de la encuestadora no fue por una investigación sobre la sensibilidad popular, sino por la búsqueda de una resurrección. No de un hombre que solo es eterno en los eslóganes y en el cliché de unos ojos cada vez menos repetidos en la fachada de los edificios públicos, pero sí de la causa que representó en el pasado y que puede representar  mañana mientras el perdedor de la encuesta se siente cada vez más desolado en el boxeo de la popularidad. Un tránsito que excluye a las figuras de la oposición que todavía no duermen el sueño de los justos, por supuesto, pero que para los esmerados investigadores de la opinión pública apenas merecían una atención colateral.

Datanálisis puede hacer las encuestas que considere convenientes, o que los clientes le soliciten, inclusive el intento de un periplo hacia ultratumba con bola de cristal y cirios en la mano, para averiguar si un cadáver vestido de verde oliva deja de serlo y puede  convertirse en eternidad y en faro del porvenir, como proclaman sus deudos naturales desde hace una década, pero también merece de sobra los dardos que queramos disparar. ¿Por qué? Porque la baldía averiguación no parece inocente. Porque a lo sumo aquí estamos ante un problema de moribundos, o de personas que todavía respiran. A este regreso al cementerio se le ven las costuras. Tiene de todo menos de inquisición equilibrada. Y porque, a estas alturas del desastre venezolano, la simple sugerencia de la  resurrección de Chávez es un agravio que no merece el pueblo partiendo de una pesquisa parecida a una peregrinación al Cuartel de la Montaña.

O también partiendo de lo que muchos respondieron, seguramente, lo cual, como si nos faltaran las preocupaciones, convierte a la encuesta de marras en una oscura señal de nuestros tiempos. ¿Acaso el perdedor de la pelea no es hijo predilecto y heredero de quien le dio la tunda por invitación de los espiritistas de Datanálisis?

 

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