Por: Fernando Mires
Hay que aceptarlo, es normal, es lógico y puede que hasta sea necesario: La oposición venezolana se encuentra dividida. Más aún, soy de los que sostienen que la unidad tiene que surgir de la no-unidad (¿de dónde si no puede surgir?). Luego, el momento de la no-unidad es imprescindible para alcanzar el momento de la unidad.
Casi no hay nada peor en la política que tratar de mantener una unidad a todo precio. Cuando en nombre de la unidad son ocultados antagonismos y debates, estamos hablando de una unidad anti-política y por lo mismo, de una unidad que nunca despertará entusiasmos. La unidad política no puede ni debe ocultar las diferencias. Se puede, por el contrario, marchar juntos sin necesidad de ser idénticos.
La unidad política surge de las diferencias. Si no es así, la unidad pierde su carácter político y se convierte en un conglomerado de grupos ligados por simples intereses inmediatos. Por lo tanto, este artículo no debe ser interpretado, como tantos que se han escrito dentro y fuera de Venezuela, como un piadoso llamado a la unidad. Pero sí debe ser entendido como una constatación, a saber, que las fracciones contendientes no han dejado muy claro el verdadero carácter de sus desacuerdos, de modo que estos aparecen, sobre todo en los medios internacionales, como un producto de luchas caudillescas entre dirigentes personalistas que buscan ejercer liderazgo sobre toda la oposición.
Para decirlo de modo terminante: ni Capriles es un colaborador de Maduro ni López/Machado son golpistas. Mucho menos Ledezma. Si no aceptamos esas premisas, cualquiera discusión será imposible.
Hay que precisar, además, que la unidad electoral de la oposición venezolana no está por el momento en juego. El indiscutido líder electoral fue Capriles. Cuando llegue de nuevo la hora de enfrentar al régimen en el plano electoral, tendrán lugar primarias y tal como ocurrió en el pasado reciente, el pueblo opositor sabrá elegir sus candidatos. Ahí no está puesto el problema. El problema ocurre debido al hecho de que la no-unidad que hoy presenciamos tiene lugar en un escenario no-electoral. Precisamente, ese es el tema. ¿Cómo enfrentar al post-chavismo en un escenario no-electoral?
La respuesta más fácil parece ser la de Leopoldo López y María Corina Machado: llevar la lucha política a la calle. La calle, si atendemos a los discursos de López –quien pronuncia la palabra calle en cada frase que emite– se ha transformado no solo en una táctica o estrategia sino en el punto central que aparentemente diferenciaría a López/Machado de Capriles. Así lo han querido entender muchos. Pero si vemos el tema con cierta detención, no es así.
Henrique Capriles jamás ha estado en contra de la calle. Más aún, de todos los dirigentes políticos de la oposición, Capriles es el que tiene más experiencia de calle, no solo por kilómetros recorridos, sino porque durante tres campañas electorales consecutivas fue capaz de quitarle la calle al chavismo. En materia de calle ni López ni Machado pueden darle lecciones a Capriles. Luego, tenemos que deducir que el problema no está en la calle. El problema es otro, y es el siguiente: ¿Cuál es el objetivo de la lucha en las calles?
López/Machado lo han planteado en términos inequívocos: Se trata de “La Salida”. En otras palabras, ambos dirigentes (repito, dirigentes, no líderes) están planteando una salida insurreccional, todo lo pacífica, democrática e institucional que se quiera, pero insurreccional al fin. No otra cosa puede ser una “salida”.
La situación inmediata parecería dar la razón a la opción López/Machado. ¿Hasta cuando Venezuela va a seguir siendo el juguete de un grupo ideológico cuyos dirigentes no paran de insultar de modo horrible a todo quien se les opone? ¿A ese grupo que ha llevado a la nación a una crisis económica sin parangón en la historia del país? ¿A la mentira sistemática, a la calumnia, a la persecución ideológica? ¿A la entrega de la dirección política de “la revolución” a la dictadura militar cubana? ¿A la monopolización de la prensa y de la Televisión? ¿A la violencia desatada en las calles?
Aún no estando de acuerdo con la voz valiente de María Corina Machado, no se puede sino sentir comprensión cuando ella exclama: “¿Hasta cuando, hasta cuando vamos a esperar?” El detalle, y quizás María Corina lo sabe, es que, como escribió Max Weber, “la política se hace con la cabeza y no con otras partes del cuerpo”.
Digámoslo muy claro: López/Machado están levantando en estos instantes la misma alternativa que propuso Capriles antes del 8-D si se daba el caso –en esos momentos muy probable– de que la oposición hubiese ganado con amplitud las elecciones municipales a las cuales Capriles y López/Machado otorgaron –no podían hacer algo distinto después de la pírrica victoria de Maduro en las presidenciales– un carácter plebiscitario. La diferencia es que Capriles planteaba la insurrección constitucional en el caso de una victoria y no en el caso de una derrota plebiscitaria, como hoy intentan hacerlo López /Machado.
El resultado de las elecciones del 8-D gracias, entre otras cosas, al despliegue casi sobrehumano de Capriles, fue excelente para la oposición. Excelente, pero no suficiente para levantar desde ahí una salida insurreccional. La oposición en efecto, conquistó las regiones más pobladas e importantes del país, pero no ganó, al menos no formalmente, el plebiscito. La insurrección constitucional, eso fue lo que captó entre otros Capriles, debía ser necesariamente postergada para una mejor oportunidad. Había llegado en cambio el momento de reunir las fuerzas acumuladas para enfrentar en un periodo no-electoral a un gobierno sumido en la más catastrófica crisis económica y social que es posible imaginar. Ese era el momento de pasar de la lucha política-electoral a la lucha política-social. Las condiciones estaban dadas.
En Venezuela lo que más abunda son manifestaciones sociales. Pero ponerse al lado de ellas exige bajar el perfil publicitario de las acciones políticas, analizar cada huelga, cada paro, cada síntoma de descontento, y convertirse en abogado político de los manifestantes. En otras palabras, y eso es lo que captó Capriles, había llegado el momento de crecer desde abajo hacia arriba, ganar con paciencia y trabajo gris a trabajadores aún adictos a Maduro, buscar modos de comunicación con la masa indecisa y cerrar filas alrededor de los bastiones regionales arrebatados al gobierno. En fin, todo indicaba que la dirigencia de la oposición iba aprovechar el lapso no-electoral para configurar una mayoría social, democrática y popular en contra de la oligarquía militar-civil enquistada en el poder.
Las luchas en la calle, en efecto, no tienen sentido si antes no ha sido librada una ardua lucha al interior de los sindicatos, de las organizaciones populares y civiles, en las universidades y en las escuelas, en los pueblos y en las aldeas. El poder de la calle –ese es el punto– surge del poder social y no al revés. Eso forma parte del ABC de la política: Un poder de la calle sin sustento en un sólido poder social es algo así como intentar construir el techo de una casa sin haber puesto sus cimientos.
Nadie pone en duda de que López/Machado pueden lograr grandes manifestaciones callejeras. En las calles gritarán en contra del gobierno e incluso enfrentarán heroicamente a sus esbirros armados. Pero ahí estarán los mismos, los que de tanto manifestar juntos ya se conocen entre sí. ¿Cuántos trabajadores dejarán a un lado las banderas del chavismo para sumarse a las de López/Machado? ¿Cuántos hasta ahora indecisos irán a engrosar las fuerzas manifestantes y arriesgar el pellejo en las calles para seguir a una oposición que no solo no tiene a una mayoría nominal detrás de sí, sino que, además, se presenta dividida en las calles? Creo que no serán muchos más que los de siempre.
No hay que ser ingenuos. El 8-D Maduro aumentó su grado de legitimidad y su gobierno mantiene todavía una mayoría nominal, sobre todo en las provincias agrarias. Maduro controla la prensa, el parlamento, la justicia. El gobierno no solo cuenta con el apoyo de los militares, es, además, un gobierno militar. Y sus militantes organizaciones de masas están mucho mejor organizadas que las de la oposición.
Quizás será necesario agregar que en toda la larguísima historia de las insurrecciones sociales no ha habido jamás un solo caso de levantamiento social exitoso inducido por los partidos o siguiendo el llamado de determinados dirigentes políticos, por muy carismáticos que estos sean.
Los grandes levantamientos sociales han ocurrido cuando el pueblo organizado ha decidido salir a las calles y los partidos políticos no tienen otra alternativa sino acompañarlos. Nunca ha ocurrido al revés. Incluso los más grandes líderes políticos como fueron Gandhi, Walesa y Mandela, entre otros, pasaron más tiempo frenando a los radicales que llamando a ocupar las calles.
Capriles no es ni Gandhi ni Walesa ni Mandela, pero ha sabido reconocer al menos cuando un momento puede ser insurreccional y cuando no lo es. Tal vez también sabe que un periodo no-electoral es el más adecuado para esclarecer las diversas posiciones políticas, pues nadie discute sobre eso en medio de una campaña electoral. El problema es que él todavía no lo ha hecho, por lo menos no de modo explícito. Al parecer le falta todavía aprender que las amistades políticas no son amistades personales. En ese sentido, ni López/Machado han traicionado a Capriles, ni Capriles traicionará a López/Machado. Son las reglas del juego determinadas por la disputa de un poder que no solo es de ellos.
Pienso que la oposición venezolana se beneficiaría enormemente si sus promisorios dirigentes discutieran abiertamente sus estrategias y no con frases indirectas y mucho menos por twitter. Aunque solo sea para marcar la diferencia con un régimen para el cual toda divergencia es un delito.
Un comentario
Un enfoque esclarecedor, afirmativo y definidor de caminos. Para tomar en cuenta.