Soledad Morillo Belloso

Venezuela: un cuento horrible – Soledad Morillo Belloso

Por: Soledad Morillo Belloso

Érase una vez, en la tierra de majestuosos paisajes y gente vibrante, un país que prometía ser el ejemplo a seguir en América Latina. Venezuela, bendecida con riquezas naturales y una cultura de suyo igualitaria, se sumergió en un sueño profundo, atrapada en una pesadilla de corrupción, desesperanza y desolación. Pero,  ¿cómo se destruyó un país con tanto potencial?

Imagina un país donde cada esquina es una oportunidad para el beneficio personal. La corrupción endémica ha sido como una hiedra venenosa que se ha enredado en las instituciones, asfixiando la justicia y el progreso. Los recursos que debieron alimentar el crecimiento y el bienestar de la nación se evaporaron, llenando bolsillos privados y vaciando los de la ciudadanía.

En este cuento sombrío, las políticas económicas equivocadas funcionaron como el minotauro en su laberinto, devorando la industria petrolera, la gallina de los huevos de oro de Venezuela. Con la nacionalización y las expropiaciones, el minotauro asustó a los inversionistas y derribó los pilares de una economía próspera. PDVSA, la joya de la corona, se convirtió en un gigante torpe, atrapado en la maraña de la ineficiencia y la corrupción.

Cual castillo de naipes, las instituciones democráticas de Venezuela se desplomaron bajo el peso de la concentración de poder. El régimen devoró al legislativo, al judicial y al electoral, convirtiéndolos en meros títeres. La persecución de opositores, la censura y la manipulación electoral destruyeron la confianza en el sistema democrático, sumiendo al país en una oscuridad autoritaria.

En el corazón de esta tragedia, la gente común sufre. La falta de alimentos y medicinas ha creado un valle de sombras humanitarias, donde la vida diaria se convierte en una lucha titánica por la supervivencia. La pobreza hoy en Venezuela no tiene referencias en el pasado, salvo en los tiempos de la posguerra de independencia y en los años luego de la Guerra Federal. Y está la migración. Millones de venezolanos  han dejado su hogar en busca de un horizonte con las oportunidades que Venezuela ya no ofrece, convirtiéndose en nómadas modernos en tierras lejanas.

El discurso del odio y la polarización han fragmentado a la sociedad venezolana. Como un espejo roto, las piezas se han esparcido, reflejando desconfianza y resentimiento en cada fragmento. La cohesión social se ha desintegrado, y en su lugar, han florecido la violencia y la inseguridad, sembrando terror en las calles. Y el narcotráfico y el consumo de drogas se han enseñoreado.

El sistema educativo, antaño fuente de esperanza, yace en ruinas. Maestros desmotivados y mal pagados, estudiantes sin recursos, y una infraestructura deteriorada han condenado a las futuras generaciones a un futuro incierto. La falta de inversión en educación ha destruido las oportunidades de desarrollo personal y profesional, perpetuando un ciclo de pobreza y desigualdad. Los jóvenes, que deberían ser los pilares del futuro, se encuentran atrapados en un sistema que no les ofrece las herramientas necesarias para prosperar.

El sistema de salud, igualmente devastado, es una sombra de lo que fue, incapaz de atender las necesidades básicas de la población. Profesionales de la salud han emigrado en busca de mejores oportunidades, dejando hospitales sin personal adecuado ni insumos básicos. La vida de los venezolanos pende de un hilo, con enfermedades tratables que se convierten en sentencias de muerte debido a la falta de atención médica.

Venezuela no necesita cambio, necesita una transformación profunda, una reestructuración ética y moral que restablezca los valores de honestidad, equidad, justicia y solidaridad. Sólo con transparencia en la gestión pública y una economía libre y justa, podremos despertar de esta pesadilla y construir un futuro digno y lleno de esperanza para todos los venezolanos.

En este relato de desolación, la educación emerge como la clave para el renacimiento de la nación. La formación de ciudadanos críticos, informados y éticos es esencial para construir una sociedad justa y equitativa. Sin una educación de calidad, los jóvenes no tendrán las herramientas necesarias para enfrentar los desafíos del futuro y contribuir al desarrollo del país.

Invertir en la educación es poner el dinero en el futuro de Venezuela. Se deben instaurar políticas que fortalezcan el sistema educativo, proporcionen los recursos necesarios a maestros y estudiantes, y garanticen un acceso equitativo a la educación para todos. Sólo así podremos romper el perverso ciclo de pobreza y desigualdad y sentar las bases para un progreso sostenido y duradero.

La inversión en educación debe ser una prioridad, proporcionando a los jóvenes las herramientas necesarias para ser los arquitectos de un nuevo amanecer.

Una cosa tenemos que entender, si queremos tener una nación de ciudadanos: sin ética no hay paraíso. Ética no es un vocablo bobalicón. La ética es el pilar fundamental que sostiene a una sociedad. La corrupción y la impunidad no sólo destruyen la economía y las instituciones, sino también la moral colectiva. Recuperar la ética implica restablecer la confianza, la transparencia y la justicia. Es necesario fomentar una cultura de integridad y responsabilidad, donde cada individuo actúe con rectitud y contribuya al bienestar común. Y que la moral y las buenas costumbres sean el ABC de cada venezolano.

¿Se puede? Sí, se puede. Podemos escribir un nuevo cuento. Pero hay que cambiar de editorial y de editores.

 

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