Publicado en: El Nacional
Por: Fernando Rodríguez
Existe algo que se puede llamar decencia política, decencia o ética mínima, que supone respetar la lógica más elemental que permite convivir civilizadamente. Claro que es deseable una ética con mayúscula que aúpe una lucha gallarda, con densidad ideológica y respeto claro y distinto de las reglas del juego, eso que llaman Constitución. Sí, después de estos veinticinco años de tragedia nacional es mucho pedir, vamos por el mínimo con harta reticencia. No por elecciones limpias, competitivas y todos esos adjetivos que las hacen al menos digeribles en no pocos países de este mundo sino no demasiado sucias, bárbaras y siga usted con los adjetivos oscuros que pueden sintetizarse en fraudulentas. Por eso nos batimos hoy para el 28 de julio los que aupamos a Edmundo y a María Corina o mejor por la restitución de la democracia en esta tierra de gracia, que nos permita ver el mundo de otra manera que en esta larga noche de piedra. El futuro es siempre una tarea y una apuesta que supone una atmosfera de libertad. Por ella vamos.
El diálogo de Barbados suponía un pacto entre gente decente. El pacto murió casi al nacer y hemos quedado a la deriva, a torear cualquier cantidad de atrocidades gubernamentales. Tenemos la tarea complicadísima de tratar de ser lo suficientemente bien portados para que el gobierno despótico y cargado de pecados no nos arrebate un posible triunfo electoral y a la vez responder para sobrevivir a sus estocadas cada vez más sangrientas. Edmundo parece mandado a hacer, así su candidatura sea cosa del azar, para tratar de demostrar que la buena educación, la prudencia y el respeto al prójimo, pueden ser armas contra la violencia descarada gubernamental de cada día. A lo mejor lo logra. A lo mejor.
No vamos a echar un cuento reciente y público que pudiera comenzar con la inhabilitación de María Corina que desbordaba todas las encuestas. O el rechazo, sin necesidad de justificar, de los candidatos opositores en aquella oscurísima, casi increíble, jornada en que se pateó a voluntad los mínimos derechos de una contienda electoral. Vengamos más acá, saltémonos de paso los presos y asilados políticos más recientes. Uno, que ha visto tanto, le cuesta creer que los hoteles y ventas de comida, a veces bastante humildes en el interior profundo, que le prestan sus servicios a la lideresa que mueve multitudes y que el gobierno tiene que parar. ¿No es excesivamente miserable, infantil casi, irracional? Bueno, pero es. Y qué pensar del veto a la observación de la Unión Europea, nada acertada en la ocasión, porque le suspendió las sanciones al inhabilitador de María Corina y otros cómplices y no a toda la pandilla de cleptómanos y violadores de los derechos humanos sancionados. Vamos pues hacia unas elecciones donde la muy compleja y vasta observación va a ser insignificante, con las puertas que eso abre para cualquier marramucia, esas que todos conocemos. Basten estos ejemplos de la sinrazón y el abuso, mucho dicen de quien los usa.
Y por allí se oyen barbaridades en cocción que es de temer puedan ser realidades. Tan bestiales que mejor no nombrarlas, es pavoso. En síntesis, que todo es posible en el país en que el presidente vuela (sic) apoyado en las masas, vuela dije, y éste se ha confeccionado una oposición propia destrozando los partidos que realmente lo adversan. Algunos hablan mucho de los siniestros seis meses entre la elección y el sentarse en la silla. ¿Hasta dónde podrá resistir el liderazgo de la arrolladora inhabilitada y las tácticas diplomáticas y corteses de Edmundo? Es el rollo mío y de una franca mayoría de los habitantes de este país destrozado, masacrado.