Por: Carlos Raúl Hernández
Una de las expresiones más perfectas del pensamiento aberrante es Noam Chomsky. Entre los más brillantes exponentes de la semiología actual, -si no el más- su tesis de la gramática generativa la conocen todos los sociólogos del mundo. Por el contrario, sus planteamientos políticos, -como los de tiranos que amó- son lugares comunes, disparates de radicalismo extremo, falsedades escandalosas. Discutirlas es un irrespeto a la inteligencia, pero a veces no queda más remedio que pelear en el barro.
No publicó libros con su teoría política, sino colecciones de artículos, entrevistas, declaraciones, discursos en los que no existe una lógica disciplinada y castigada, sino monstruosas simulaciones y errores, iguales desde Stalin a Mao. Un resumen de esos extravíos conseguimos en su artículo de 2010, Las diez estrategias principales de la manipulación mediática, en el que pretende enjuiciar los medios de comunicación de la sociedad democrática, pero paradójicamente pareciera hablar de Cuba o China.
Después de su esplendor durante los sesenta y setenta, época en que era un mimado del NYT, Chomsky se sumergió en la oscuridad, de la que salió con su apoyo al derrocamiento de las Torres Gemelas de Nueva York tal como «la abuelita» de Plaza de Mayo. En su reaparición mintió de nuevo, como acostumbra, con el intento de justificar semejante horror con el argumento de que en la operación había muerto un número de personas «similar al del bombardeo de laboratorios en Sudán por el gobierno de Clinton» (sólo murió el conserje del sitio donde se producían armas químicas).
La opinión pública lo había olvidado porque, además de su justificación militante de Mao y Pol Pot, los dos principales genocidas del siglo XX, practicó ambigüedades frente a la negación del Holocausto y llegó a apoyar las acciones de Hitler, al que exculpa a partir de las supuestos crímenes cometidos por los judíos. La ciudadanía había descubierto que sus opiniones políticas eran banalidad, arrogancia y mentira, que harían imposible cualquier discusión razonable de ellas, exactamente como ocurre con las de cualquiera de esos monstruos que poblaron el siglo XX.
Dice que: … hacer uso del aspecto emocional es una técnica clásica para causar un cortocircuito en el análisis racional y, por ende, al sentido crítico de los individuos. Por otra parte, la utilización del registro emocional permite abrir la puerta de acceso al inconsciente para implantar o injertar ideas, deseos, miedos y temores, compulsiones o inducir comportamientos…
Los líderes totalitarios cuando hablan solo mienten. Así se incrustan en la emocionalidad. Por eso su discurso es redentorista. El totalitarismo de izquierda se basa en «la defensa de los desvalidos», para producir efervescencia del resentimiento por las más diversas frustraciones. Es el «mito de las clases oprimidas» del marxismo, el anarquismo y las ideologías de esa familia. El totalitarismo de derecha cultiva la ficción de la raza humillada por otras inferiores. El «mito de la sangre».
Mienten con alevosía y permanentemente, porque conocen que la credulidad es ilimitada a veces. En 1827 un sujeto decía que Napoleón nunca había existido y en la actualidad en California la Sociedad Tierra Plana sostiene que lo de su nombre no es una teoría sino un hecho. El grupo trostkysta neoyorquino conocido como los Marlenistas, aseguraba que la Segunda Guerra Mundial había sido una estrategia de los aliados y la URSS para afincar la explotación del proletariado.
Cuando el cura izquierdista Francois Ponchard, horrorizado por el genocidio de Pol Pot, que exterminó al tercio de la población camboyana, unos dos millones de personas, escribió su famoso libro de denuncia (Camboya, año cero), Chomsky y su ayudante Edgard Herman, dijeron que aquel «juega con las citas y los números, esta sesgado hacia el anticomunismo» y que «si había crímenes en Camboya, eran el equivalente a los que hubo después de la liberación en Francia». También que «si no practicar el terror… hace que los campesinos permanezcan como los filipinos, bienvenido sea el terror».
Superadas tales pesadillas por la Humanidad, hoy sabemos que Camboya, China, la URSS -sobreviven Cuba y Norcorea- han sido los regímenes más espantosos creados por el Hombre, y superados también por él, gracias al impulso del amor a la libertad y la democracia. Los razonamientos de Chomsky, paradójicamente, nos permiten comprender el funcionamiento del totalitarismo que tanto ha defendido.