El pistolero sin nombre – Sergio Dahbar

Por: Sergio Dahbar

En menos de un mes se cumplirán cincuenta años del nacimiento de unasegiodahbar-reducido leyenda, la del aventurero sin nombre y misterioso, que se juega la vida en el lejano oeste entre asesinos renegados y militares sin piedad. Así comenzó la gloria de Clint Eastwood.

Corría 1964 y este actor en ciernes que protagonizaba una serie de televisión en Estados Unidos, Rawhide, aprovechó unas vacaciones para viajar desde California a Roma y Almería. Iba a protagonizar una película de un director gordo, que no sabía escribir y que no hablaba una palabra en inglés.

El director se llamaba Sergio Leone, y la película Por un puñado de dólares. Se estrenó en un cine de la ciudad italiana de Florencia, en pleno mes de agosto, cuando los italianos huyen del calor de las ciudades hacia la playa.

Para disfrazar aquella producción filmada en estudios de Roma y en los valles de Almería, pero que pretendía ser una ficción estadounidense, Leone pasó a llamarse Bob Roberti, el autor de la música Ennio Morricone fue rebautizado como Dan Savio, y el único comunista del grupo, Gian María Volonté, John Welles.

Semejante camuflaje no surtió efecto ni en Florencia ni en Sorrento, donde había un mercado cinematográfico con distribuidores que compraban producciones. Nadie se interesó.

Todo empezó mal: el mes, el día, una sola ciudad. Lo único que ayudaba era que el cine quedaba cerca de una estación de trenes y la gente pasaba por el frente de la sala en las mañanas y las noches. Justo cuando iban a retirarla del cine, las localidades se vendieron. Y así al día siguiente.

Sólo en Italia Por un puñado de dólares se convertiría en los que los americanos llaman un un sleeper (batacazo):acabaría recaudando 4 millones de dólares. En otras ciudades europeas ocurriría lo mismo. Fue la revelación inesperada de ese año 1964.

Todo era muy extraño. Una película clase B, filmada en escenarios españoles, que remedaban las historias de acción de la fundación de Estados Unidos, y que además había tomado el argumento de una película de Akira Kurosawa (Yojimbo, 1961). Lo que era curioso, y en ese momento absolutamente desconocido aún, es que de esta manera tan particular nacía el western spaguetti.

Cuando Kurosawa se enteró que habían tomado su guión de Yojimbo sin su permiso, demandó a los productores. Esto trajo una disputa que se solucionó más tarde con una tortuosa negociación: todos los ingresos de taquilla de la película en Japón debían quedarse en las arcas de Kurosawa.

En ese momento la crítica seria destrozó a Leone, porque no era existencialista ni reflexionaba sobre la incomunicación. Cincuenta años después, estas películas y sus directores (Sergio Leoni, Sergio Sollima, Sergio Corbucci, Damiano Damiani) se convertirían en clásicos.

Leone siempre ha caminado por una extraña frontera. Hay quienes piensan que terminó de enterrar el género, que ya hacía aguas en los años sesenta. Otros discuten esta postura, porque piensan que no sólo revivió sus mitos, sino que además la ironía de sus tramas volvieron a interpretar el oeste americano.

Leone conoció a Eastwood a través de un capítulo de la serie de televisión Rawhide(Cuero crudo), “el incidente de la oveja negra’’. Se la mostraron para que se fijara en otro actor, Eric Fleming. Pero este italiano obsesivo se detuvo en Clint Eastwood.

“Lo que más me fascinó de Clint, por encima de todo, fue su aspecto externo. Reparé en la parte indolente y despreocupada que tenía de aparecer en la pantalla y robar todas las escenas de Fleming. Su indolencia era lo que más destacaba’’.

La interpretación del personaje sin nombre ya había sido rechazada por otros actores, James Coburn, Charles Bronson, Richard Harrison y Rory Calhoun. Eastwood acepto en el momento indicado, tal vez porque como anota uno de sus biógrafos, Patrick McGilligan, aunque estaba casado había embarazado a la actriz Roxanne Tunis. Y deseaba alejarse de ese conflicto cuando su amante estaba por dar a luz.

Le ofrecieron quince mil dólares, un pasaje en turista y los gastos pagos durante 11 semanas de filmación. Eso bastó para que se subiera al avión y viajara a Roma. Podía ser una premonición o una jugada del azar, pero su vida cambiaría para siempre, porque esta incursión inauguraría una trilogía que se completa con Por unos dólares más y El bueno, el malo y el feo.

Por un puñado de dólares, como Yojimbo, recrea la historia de un delincuente solitario que va a parar a una ciudad fronteriza mexicana, donde dos bandas se disputan el poder. El personaje sin nombre interactuará en el medio de las ambiciones de los bandidos, que al final mueren todos acribillados. Sólo el hermético forastero queda con vida.

Los malos de Leone eran muy malos. Los héroes se parecían a Leonel Messi, por inescrutables. Las mujeres, vírgenes o prostitutas. La codicia era la dueña de todas las pasiones. La violencia desplegada, brutal, y las acciones criminales, despiadadas.

Leone hizo famosa una frase que se quedó a vivir en el cine: “Si un actor tuviera que decir ‘Te quiero’ a una mujer, no sabría donde poner la cámara’’.

Cincuenta años atrás nació con Por un puñado de dólares, y con esta película la leyenda del pistolero hosco y justiciero, que libera a los inocentes del yugo de los despiadados, y que es en el fondo un ser místico. Un personaje que habla poco, aparece siempre vestido de poncho, y tiene un cigarro colgado de los labios, entre los dientes apretados.

Después ese personaje, que parecía una máscara, evoluciona hacia el jinete pálido y hacia una reconversión sorprendente, primero del propio western (Los imperdonables) y después de su propia imagen de hombre violento (Gran Torino).  A veces los mitos maduran bien.

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