La cola meneando al perro – Carolina Espada

 

Publicado en: Tal Cual Digital

Por: Carolina Espada

Es la traducción exacta de la expresión The tail that wags the dog, que no es otra cosa que crear una cortina de humo “pufff”. A partir de 1997, la frase fue recortada: Wag the dog (“Menear al perro”). En política significa: fabricar una distracción ficticia, presentar una mentira emotiva para distorsionar deliberadamente una realidad en concreto.

“Mover la cola” para que una entidad pequeña y aparentemente irrelevante controle una realidad mayor, poderosa y de terribilísima importancia. ¿Con qué fin? Lograr que la gente no preste atención a un problema real muy grave, y que se maree facilito y pierda el foco al dedicarle toda su atención a una farsa ofrecida como una verdad inquietante y colosal.

Esta expresión está totalmente emparentada con la definición de posverdad (del inglés post-truth): “Distorsión deliberada de una realidad, que manipula creencias y emociones con el fin de influir en la opinión pública y en actitudes sociales” (Real Academia Española).

El origen de esa “cola que menea al perro” se remonta al año de 1858 según el lingüista Ben Zimmer; el dramaturgo inglés Tom Taylor la escribió en su Our american cousin. ¿Le suena el nombre de la pieza teatral? ¿Será porque sabe que el 14 de abril de 1865 se llevó a cabo la representación más infausta de este “primo americano” en Teatro Ford de Washington, D.C.? Esa noche, en la oscuridad de uno de los palcos, John Wilkes Booth hirió mortalmente de un pistoletazo al presidente Abraham Lincoln. Hay un chiste cruel que dice: “Bueno, señora Lincoln, pero apartando eso, ¿qué tal la obra?”.

Lord Dundreary, uno de los personajes de Taylor, hace una advinanza: “¿Por qué el perro menea la cola?… Porque la cola no puede menear al perro. ¡Ja! ¡Ja!”. El razonamiento es obvio: el perro es más fuerte y más inteligente que su cola, de no ser así, sería la cola la que menearía al perro. Pero eso no sucede en política en donde un toconcito de rabo es capaz de jamaquear a todo un mastín.

El director de cine Barry Levinson, en 1997, acortó la expresión en su film Wag the dog (HBO) y le dio un significado adicional: “Una acción (militar) superflua con el fin de distraer la atención de un escándalo doméstico”. En la película, un fixer, un agente encargado de reparar la imagen del presidente de su país, orquesta la invasión ficticia a Albania para así desviar la atención del suceso verdadero: el escándalo sexual que le puede costar la reelección al primer mandatario. Para ello contrata al mejor productor de Hollywood, un pez en el océano del show business de enorme ego “artístico”. Todo esto en clave de humor negro, pues es una sátira política acidísima con las actuaciones portentosas de Robert de Niro y Dustin Hoffman (y los jóvenes Anne Heche, Kirsten Dunst y Woody Harrelson). Y como a veces la realidad supera la ficción, un mes después del estreno de la cinta, estalló el affaire Clinton-Lewinsky.

Con ese estallido tan vergonzoso para el pueblo estadounidense (porque otros pueblos le celebraron la gracia a Bill), unos días más tarde el presidente envió misiles a Afganistán y a Sudán. Y, cuando se realizó su proceso de destitución, Iraq fue bombardeado y el impeachment no prosperó. Para rematar y ya que estaban en eso, en 1999 bombardearon a la antigua Yugoeslavia. La cola por poco mata al perro de tanto zarandearlo es lo que es.

Desde ese entonces, la sociedad de los EE. UU. ha estado muy pendiente de las colas y de sus perros. Sin ir muy lejos, en 2017 estaban investigando a Trump por haber propiciado una presunta “interferencia” rusa para que él ganara las elecciones de 2016 (presunta, pero como que sí). ¿Y qué ordenó sin que le temblara la corbatota roja ni se le despeinara el gato Garfield que tiene en la cabeza? Ataques aéreos en contra de Siria.

Luego, el 3 de enero de 2020, el general iraní Qasem Solimani fue asesinado por un drone siguiendo instrucciones directas del presidente Make America Great Again según el comunicado del Departamento de Defensa de los Estados Unidos. El Congreso no tardó en desaprobar el ataque y en las Naciones Unidas se llegó a la resolución de que ese atentado mortal había violado la Ley Internacional de los Derechos Humanos. Y mientras tanto… ¿que era “lo otro” que estaba sucediendo? The Donald estaba enfrentando el primero de sus procesos de destitución y este impeachment tampoco prosperó. Wag the dog, wag the dog, wag the dog…

El jueves 24 de este mes, en altas horas de la madrugada, sangre fue derramada en Ucrania y comenzó la tragedia sin marcha atrás. Hasta ese día muchos se preguntaban: ¿será solo una amenaza de guerra “a salto de mata”, “¿de cuándo acá?” y de lo más TikTok?; ¿en serio que habrá invasiones o la cosa es “a lo mejor, de repente y tal”?; ¿nos estarán bombardeando con puras fake news y estamos presenciando un gran espectáculo internacional?; ¿es un show con dos tremendos personajes: Vladimir, un miembro de la KGB de 69 años, y Volodímir, un comediante de 44 añitos?; ¿nos encontramos frente a una nueva cortina de humo de lo más teatral con bambalinas, ciclorama y todo?; ¿cuáles serán los escándalos domésticos –por allá y por acá– que quieren ocultar?; ¿esto es realidad veraz o acaso estamos amarrados en el fondo de una caverna de lo más entretenidos con las sombras manipuladas que vemos reflejadas en la pared? Y lo cierto es que provocaba exclamar: “¡Ay, divino Platón, sácanos de la cueva o pásanos las cotufas!”.

Con la jauría desatada y la posverdad, la gente dudaba de todo y era incapaz de precisar cuál era el perro y cuál era la cola… pero Putin reconoció –a “ojo de águila”– la independencia de dos repúblicas: Donetsk y Luhansk (que contaron con el beneplácito inmediato de Cuba, Venezuela, Nicaragua, Siria y… de Donald Trump, sí, Trump, y esa ya es otra historia) y pocos días después se derramó sangre.

En las tragedias griegas, cuando esto sucedía, se desataba la ira de los dioses y lo que venía era castigo y horror para los míseros mortales. Pues igualito en Ucrania. Misiles, drones y tanques rusos en territorio ucraniano y el presidente Zelenski que decreta la ley marcial, «un régimen de excepción mediante el cual el poder es cedido a las instituciones militares con el fin de contrarrestar escenarios extremos como guerras o rebeliones; un escenario en donde los derechos de los ciudadanos quedan extremadamente mermados». Ya no hay dudas: es una catástrofe, tenemos la certeza.

Conclusión: Perros y colas hay por todo el mundo. Los Estados Unidos, Rusia y Ucrania no tienen la exclusiva. La próxima vez que usted se quede pegado a un tema colorido pero de poca monta (algo así como un huesito con carnita, aunque no mucha), dígase: ¿qué es lo que no quieren que yo vea? ¿qué es lo que está pasando de verdad-verdad? Y entonces espabílese y busque las pulgas y las garrapatas. Se sorprenderá.

Compartir

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Post recientes