Soledad Morillo Belloso

La música: el sonido de lo que aún permanece – Soledad Morillo Belloso

Por: Soledad Morillo Belloso

*A Josefina Benedetti, con mi eterna gratitud

En los primeros días del duelo, el silencio ocupa cada rincón. Se instala en las habitaciones, en los pasillos, en los objetos que antes tenían un sonido propio. Es un silencio espeso, tangible, que se convierte en un recordatorio constante de la ausencia.

No hay peor enemigo del duelo que la quietud absoluta. Porque en ese vacío, los pensamientos se agolpan, los recuerdos se repiten, el dolor se multiplica. El silencio no consuela. Sólo enfatiza lo que falta.

Pero entonces, la música.

La música llega sin pedir permiso, sin hacer ruido, sin imponerse. Se cuela en la rutina de maneras sutiles: en la radio que suena de fondo, en una melodía que alguien tararea en la calle, en un acorde que nos recuerda que el amor sigue existiendo aunque la persona amada ya no esté.

Y entonces, nos damos cuenta de algo.

La música no borra la ausencia, pero la acomoda. No reemplaza lo perdido, pero nos ofrece un lugar para sostenerlo de otra manera. No exige que dejemos de sentir, pero nos permite sentir con otros colores, con otros matices, con una intensidad diferente.

En algunos días, cada nota es un refugio.

Hay canciones que se convierten en compañía, en un abrazo sonoro que no pregunta, que no juzga, que sólo está. Melodías que nos envuelven sin exigir explicaciones, sin pedir que estemos bien, sin obligarnos a avanzar a un ritmo que no es el nuestro.

La música nos permite recordar de una forma distinta. Nos enseña que el amor sigue resonando en cada acorde, que la tristeza puede encontrar su propio ritmo, que el corazón puede latir con una melodía que no necesita palabras.

Porque el duelo transforma la manera en que escuchamos. Nos vuelve más sensibles a los silencios entre notas, a las pausas que antes no percibíamos, a los significados ocultos en cada acorde. La música nos devuelve fragmentos de luz, nos ofrece instantes en los que, aunque el dolor sigue siendo parte de nosotros, también lo es la vida que continúa.

Y así, sin darnos cuenta, la música nos devuelve al mundo.

Sin presiones. Sin exigencias. Sin reglas.

Sólo con el sonido de lo que aún permanece.

Al principio, escucharla es difícil. Hay canciones que duelen, que llevan consigo momentos demasiado vivos, demasiado cercanos. Melodías que pertenecen a una historia que ahora tiene huecos, notas que nos devuelven imágenes de tiempos que ya no volverán.

Nos resistimos. Pensamos que escuchar es aceptar, que permitir que la música nos envuelva es dar un paso hacia algo que no estamos listos para enfrentar.

Hasta que un día sucede.

La música llega como un susurro, como una compañía silenciosa que no exige respuestas. No obliga a olvidar, no impone felicidad, no dicta tiempos. Simplemente está ahí, como estuvo siempre.

Descubrimos que la música no borra la ausencia, la abriga. Le da hogar. Le permite respirar. Nos enseña que el dolor no necesita encerrarse en el silencio, que puede encontrar su propio ritmo, su propia manera de existir sin consumirnos.

Hay días en los que la música se siente como un abrazo.

Hay canciones que se vuelven mí refugio, que me envuelven sin pedir explicaciones, sin exigir que esté bien, sin juzgar mi tristeza. Hay notas que me recuerdan que el amor no desaparece, que sigue resonando en cada acorde, en cada pausa, en cada sonido.

La música no me obliga a avanzar, pero me permite moverme.

Me devuelve pequeños fragmentos de luz, momentos en los que, aunque el duelo sigue siendo parte de mí, también lo es la vida que continúa.

Y así, sin darme cuenta, la música me devuelve al mundo, a la vida.

La música es el hilo invisible que une mi dolor con mis memorias, que transforma la ausencia en presencia sonora. No sustituye lo perdido, pero me ofrece un espacio para sostenerlo de otra manera, para darle forma sin temor a que se desvanezca. Me recuerda que el amor no se mide en tiempo ni en distancia, sino en las melodías que nos abrazan, en los acordes que nos devuelven lo que creíamos irrecuperable. Y en cada pausa, en cada nota que resuena en el aire, encuentro el eco del amor. Y entiendo que la música es el sonido de lo que aún permanece.

Yo tengo una muy querida amiga, Josefina Benedetti. Ella es músico (y por lo tanto genio). Ella no lo sabe, porque no se lo he dicho, pero su música me ha rescatado en múltiples oportunidades. Ha sido la rama de la que me he agarrado cuando todo se sentía perdido.

 

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