Soledad Morillo Belloso

Si a los 40 años hubiera sabido lo que hoy sé – Soledad Morillo Belloso

Por: Soledad Morillo Belloso

A los 40 años, muchas personas sienten que han alcanzado una cierta claridad sobre la vida. Han acumulado experiencias, han tomado decisiones, han cometido errores y han aprendido de ellos. Pero con el tiempo, descubren que la verdadera sabiduría no está en lo que se cree saber en un momento determinado, sino en lo que se sigue aprendiendo con cada año que pasa.

Si a los 40 hubiera sabido lo que hoy sé, habría entendido que la vida no es una sucesión de metas que hay que alcanzar, sino una serie de momentos que hay que vivir con profundidad. Que la prisa por lograr lo que creemos importante muchas veces nos hace perder lo verdaderamente valioso: los pequeños instantes de felicidad inesperada, las conversaciones sin urgencia, el placer de estar presente sin pensar obsesivamente en el próximo paso.

Si a los 40 hubiera sabido lo que sé hoy, habría comprendido que la paz interior no depende de eliminar el conflicto, sino de aprender a navegarlo sin que nos consuma. Que la vida nunca es completamente estable, que siempre habrá incertidumbre, y que el equilibrio no se logra evitando los problemas, sino entendiendo que somos más fuertes de lo que creemos cuando enfrentamos lo que tememos.

Si a los 40 hubiera sabido lo que hoy sé, habría soltado antes el peso de la culpa. Habría entendido que los errores no son condenas, sino oportunidades de crecimiento. Que el pasado no puede cambiarse, pero sí puede resignificarse. Que la vida no se trata de ser perfectos, sino de ser reales, de aprender a perdonarse por lo que no salió bien, por lo que no se supo entonces, por las decisiones tomadas con el conocimiento limitado del momento.

Habría aprendido que la felicidad no está en lo que acumulamos, sino en lo que compartimos. Que no se mide en logros profesionales ni en posesiones materiales, sino en conexiones humanas, en la capacidad de amar sin reservas, en la disposición de estar para quienes realmente importan.

También habría entendido que el amor no es solamente emoción, sino compromiso. Que no basta con sentir, sino que hay que demostrar. Que no siempre es intenso, pero sí debe ser constante. Que las relaciones cambian, evolucionan, y que no se trata de mantenerlas exactamente como eran, sino de aceptar que el amor se transforma sin perder su esencia.

Y habría aprendido que la opinión ajena tiene menos poder del que creemos. Que vivir buscando aprobación es perder la oportunidad de ser auténticos. Que la única validación realmente necesaria es la que sentimos cuando estamos en paz con nuestras decisiones.

Pero la vida no nos da todas las respuestas de golpe. Nos las entrega poco a poco, a través de los años, en momentos de claridad, en conversaciones inesperadas, en libros que llegan en el momento preciso, en noches de insomnio en las que comprendemos lo que antes parecía incierto.

Y así, en retrospectiva, no queda el lamento por lo que no se sabía antes, sino la gratitud por haberlo aprendido en el momento en que se necesitaba. Porque el mayor regalo de la vida no es recibir certezas desde el principio, sino llegar a ellas con la profundidad que el tiempo puede dar.

La vida es un viaje, y cada etapa nos enseña algo que sólo en ese momento estamos preparados para entender. Y si algo he aprendido con los años, es que siempre habrá más por descubrir, más por aprender, más por vivir. Porque la verdadera sabiduría no está en lo que sabemos, sino en la disposición de seguir aprendiendo.

 

 

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