Por: Boris Muñoz
Cuando The Paris Review le preguntó a Carlos Fuentes si era posible escribir una historia de la influencia de los editores en la literatura del mundo hispánico, como era posible hacerlo en la de Inglaterra y Estados Unidos, el novelista mexicano contestó con sarcasmo: “Imposible… Si intentarás editar el texto de alguien en América Latina, aunque fuera el de un gacetillero, renunciaría inmediatamente, acusándote de censurarlo o insultarlo”.
Estas palabras llevan rato rondándome. Las recordé de nuevo tras la muerte del legendario editor estadounidense Robert Gottlieb, la semana pasada. El obituario de la Associated Press mencionaba que Gottlieb, quien ya le había cambiado el título a la novela de Joseph Heller de Catch 18 a Catch 22, pasó varias semanas podando un manuscrito del biografo Robert Caro hasta cortarle cerca de 300 mil palabras, del más de millón que ya tenía. “The Power Broker”, que cuenta la vida de Robert Moses, constructor del Nueva York desde mediados siglo XX, terminó con más de 1200 páginas, pero le dio a Caro el premio Pulitzer convirtiendo su mamotreto en un clásico instantáneo.
La anécdota me hizo pensar que la tradición latinoamericana denunciada por Fuentes sigue lastrando una colaboración más productiva entre editores y autores, cuyos beneficiarios esenciales deben ser los lectores. Esto es más cierto todavía en el campo del periodismo de opinión, donde muchos autores siguen esgrimiendo que sus palabras son sagradas y sus opiniones, intocables. Lo sé porque lo viví muchas veces en mis años como editor de opinión del The New York Times en Español. Y desde entonces me parece que es ese uno de los factores que más incide en la baja calidad de las opiniones que publican nuestros medios.
Mientras el periodismo informativo ha vivido una gran explosión con la creación de centenares de medios informativos y de investigación especializados en diversos temas, muy poco ha sucedido en el campo de la opinión. En términos de enfoques y prácticas editoriales, el periodismo de opinión sigue firmemente anclado en el siglo XX. Para renovarlo hay que abandonar esa perspectiva absurda y emocional y centrarse en cerrar la enorme brecha que lo separa del periodismo informativo más actual e innovador.
Pero antes de poder cerrar esa brecha, hay que entender en qué consiste. En su corazón se combinan una tradición autorial desfazada con la falta de visión editorial de los propios medios. Las secciones de opinión en América Latina han sido creadas como apéndices de las redacciones informativas para responder a la dinámica política y los temblores en la economía. Su oferta suele basarse en artículos con puntos de vista partidistas polarizados, que carecen de argumentos razonados y discutidos a fondo. En muchos países, la línea editorial de opinión es una caja de resonancia de la posición política de los dueños del medio.
Uno de los hallazgos centrales de mi investigación “El estado del periodismo de opinión en América Latina”, que desarrollé entre junio de 2022 y enero de 2023 como becario del Wilson Center y con el apoyo de Luminate, fue que las secciones de opinión latinoamericanas carecen de una línea editorial autónoma con sus propios intereses y temas. Analicé 207 medios y 552 artículos de 12 países pero, salvo excepciones, la falta de visión editorial fue el elemento común. La conclusión a la que arribé es que el periodismo de opinión latinoamericano enfrenta serias deficiencias en cuanto a edición y grandes desafíos de visión editorial.
Para salvar la opinión de esta mediocre deriva, lo medios deben pensar integralmente en cuál es su visión y desarrollarla estratégicamente en función de las agendas temáticas que quieran presentar a los lectores. Y esto, forzosamente, implica publicar mejores artículos de opinión, es decir, artículos con argumentos originales, inteligentemente razonados y defendidos con evidencia e información, pues los lectores necesitan estos elementos para reflexionar. Ninguna de estas dos cosas se lograra sin editores innovadores y autores con conocimiento y experiencia que trabajen juntos para nutrir secciones de opinión con ideas imaginativas y provocadoras.
Una curaduría de este tipo es indispensable en un momento en que nuestras democracias están amenazadas por los Bukele, los Maduro, los Kast y los Milei de turno. Sin contar con que los poderes fácticos y las clases políticas pronto comenzarán a utilizar modelos generativos de inteligencia artificial para diseñar mensajes y argumentos que harán quedar mejor sus intereses en la discusión pública. De no reconocer la importancia de transformar el periodismo de opinión latinoamericano, las secciones de opinión se condenarán a la irrelevancia. Otro patrón preocupante es que los autores de opinión en toda Latinoamérica son abrumadoramente hombres, en una proporción va de 68 por ciento, en el mejor de los casos, a 90 por ciento en el peor. Esto lleva a preguntarse si tópicos que son particularmente relevantes para las mujeres, como la violencia doméstica y sexual, la igualdad en la remuneración laboral y los derechos reproductivos, son suficiente y adecuadamente cubiertos.
Mientras estos son problemas comunes en la región, mi investigación muestra que cada país presenta retos distintos para elevar la calidad de su periodismo de opinión.
En Argentina, país con una fuerte tradición de comentario político, el periodismo de opinión se caracteriza por una relación de dependencia entre los autores y las figuras con información privilegiada en la fuente política. Por ejemplo, los opinadores suelen comentar con detalle las luchas intestinas de los partidos y principales actores del poder, pero pocas veces atribuyen el origen de esas informaciones. Los opinadores protegen sus fuentes, lo que es lógico, pero también las esconden en detrimento de los lectores.
Adriana Amado, una experta en medios argentina, considera que la polarización restringe el acceso a las fuentes exacerbando esta dependencia. El resultado es que los autores de opinión se ven forzados a responder a las agendas del poder, limitando su autonomía e impidiendo que las secciones de opinión propongan sus propias agendas.
Más aún: aunque Argentina está clasificada como el segundo país latinoamericano en libertad de presa, según Reporteros Sin Fronteras, esa libertad no se traduce en una opinión más diversa. La mayoría de los medios mantienen su reflector firmemente apuntado a la política y la economía. Solo unos pocos le prestan atención a la tecnología, los estilos de vida, la cultura o las discusiones alrededor de los temas de género y derechos LGBTQ+. Aunque hay mucho comentarismo, se publican pocos ensayos personales, con la excepción de publicaciones como Anfibia o Seúl.
En la esquina opuesta a Argentina está Venezuela con una de los peores índice de libertad de prensa en Latinoamérica. La brutalmente hostil dictadura de Nicolás Maduro y el prolongado colapso económico, han devastado lo que alguna vez una vibrante escena periodística. No hay acceso a la información pública y la censura campea. Es casi imposible abordar temas de amplio interés público con opiniones sólidas basadas en argumentos bien investigados y fundados. En su lugar, predominan comentarios impresionistas basados en rumores acerca de los exabrutos del gobierno o las pifias de la oposición. Muchos de los columnistas de opinión más prominentes se han visto obligados a marchar al exilio.
El paisaje de la opinión mexicana es complejo. Los temas de los artículos son más variados y tiene buen nivel, pero las secciones de opinión tienden a ser inconsistentes y convencionales. Los medios más importantes no muestran una línea editorial que distinga la línea editorial de la cobertura noticiosa. Y México no solo es el país de Latinoamérica con más periodistas asesinados, sino que también tiene un presidente que ataca sistemáticamente a medios y periodistas, incluyendo muchos columnistas de opinión. Esto genera un ambiente hostil que traba la libertad de expression y el pensamiento crítico fomentando el miedo, la censura y la autocensura.
En Colombia hay una variedad de medios digitales, incluyendo medios bien establecidos y otros más recientes, que han hecho contribuciones notables al periodismo colombiano, como La Silla Vacía y Cuestión Pública. El periodismo de opinión, sin embargo, no está al nivel de su contraparte. Mientras medios históricos como El Espectador, Semana y El Tiempo –y más recientemente, Cambio– tienen numerosos colaboradores de opinión, solo un puñado de ellos tiene impacto relevante en la discusión pública. Otro detalle no menor: como México, Colombia tiene un presidente hostil a la prensa.
Cuando se considera el ataque del populismo autoritario contra la democracia a lo largo de Latinoamérica, la pregunta sobre qué hacer para apuntalar el discurso público se vuelve crucial. Una de las formas es desarrollar un periodismo de opinión enfocado en servir a los lectores y no al estamento politico-económico o las barras bravas de la polarización.
Los diarios estadounidenses descubrieron hace una década que el periodismo de opinión estaba perdiendo lectores por haberse vuelto convencional y predecible. Algunos editores apostaron por una vigorosa renovación con buenos resultados. A la prensa de opinión latinoamericana le pasa algo parecido: está pecando por falta de imaginación para alimentar la curiosidad de lectores cada vez cosmopolitas e informados. Y esto no se limita al enfoque temático. Los medios latinoamericanos tampoco están aprovechando en modo alguno el enorme potencial que ofrece lo digital para potenciar la opinión.
No hay que esperar que los lectores se desinteresen todavía más de los asuntos públicos y abandonen las secciones de opinión de una vez y para siempre. Editores profesionales y autores con conocimiento y experiencia deben unirse para nutrir secciones de opinión imaginativas y provocadoras. En un ambiente intoxicado por las noticias falsas y la desinformación, es indispensable es adoptar prácticas editoriales de verificación y referenciación que eleven y fortalezcan la calidad de las opiniones. Al mismo tiempo, las secciones de opinión deberían aprovechar las herramientas digitales para mejorar la experiencia de los lectores.
No hay un antídoto perfecto para el discurso tóxico y la peste del populismo autoritario, pero ofrecer a los lectores un periodismo de opinión más creativo, diverso y pluralista ayudará no solo a cerrar la brecha entre dos formas indispensables de periodismo, sino también a fortalecer la libertad de expresión y un pensamiento crítico independiente, ambas cosas esenciales para la defensa de la democracia en nuestra región. Carlos Fuentes saludaría este esfuerzo con un guiño aprobatorio. Aún no es demasiado tarde.
Boris Muñoz (@borismunoz) es cronista y editor independiente. Ha sido becario de la Fundación Nieman y del Wilson Center. Fundó y dirigió la sección de opinión del The New York Times en Español.
*Versiones anteriores de este artículo fueron publicadas por The Wilson Center y El País.