Jean Maninat

El hígado y José Alfredo – Jean Maninat

Por: Jean Maninat

Yo sé bien que estoy afuera

Pero el día que yo me muera

Sé que tendrás que llorar

(Llorar, llorar y llorar)

El Rey, José Alfredo Jiménez.

Vamos a ver, con una mano en el pecho y la otra en su copa favorita, ¿quién no ha musitado, tarareado, gritado, moqueado o estornudado una estrofa u otra de El Rey, el himno del despecho  que celebran binarios y no binarios por igual. Piénselo bien antes de contestar, pues si responde que no… que en su vida, se abrirá ante sus pies una tremenda grieta, que lo engullirá y luego lo escupirá en el décimo círculo del infierno donde purgan condena eterna los fastidiosos, los peinaditos, los escasos de sentimiento según La Telecomedia, la obra magna de Dante Camacho el afamado escritor marabino. (Sí, sí, lo sabemos, pero nuestro Dante inventó 10, no nueve).

Recién se cumplen 50 años de la muerte del más grande compositor mexicano, José Alfredo Jiménez, quien junto a otro grande, Agustín Lara surtieron lo mejor de eso que llamaban en la radio fundacional: el “cancionero mexicano”. Fueron, además, los mejores intérpretes de sus propias composiciones, a pesar de que sus voces nunca fueron potentes, o aterciopeladas, o charras como

Jorge Negrete y Pedro Infante. Simplemente manejaban una suerte de feeling ajeno a los malabarismos vocales. (Estos paréntesis conforman un buzón donde puede usted consignar  cualquier reclamo en contra de arbitrariedades de juicio como las arriba ocurridas).

El diario El País de España publicó a título conmemorativo un trabajo sobre el compositor y cantante, repasa los tópicos que lo han rodeado: machista, bebedor, inestable, enamorado, generoso y querendón, en fin… el estereotipo -que no lo asume el diario español- que cultivó la industria del cine mexicano, sus telenovelas, y sus personajes, todo tan folclórico, tan “mágico”, tan de mercado de artesanía de los sábados, tan lejos del Llano en llamas, de las películas del indio Fernández o de los balazos que acaban con la vida del excónsul británico beodo en un burdel de Quauhnahuac. La industria disquera lo ha querido más mariachi que charro.

Afortunadamente, previsores, en esta columna hemos enterrado a los pies de un Ahuehuete allá en el Desierto de los Leones un cofre con las grabaciones originales de todas las canciones de José Alfredo y las de Agustín Lara y -así somos de arbitrarios- agregamos a Javier Solís, para resguardar la obra de las tres divinas personas del “cancionero mexicano” (se abre este paréntesis para incluir las madreadas de rigor) y protegerla de los zelotes de lo correcto, de la eventual poda sacramental de sus líricas, de la fumigación de sus lamentos, sus reclamos, sus brindis. Su bendición políticamente incorrecta.

Así, esperamos, en un futuro sentimentalmente distópico, grupos de jóvenes clandestinos, desgreñados y peleones se reunirán para brindar en secreto los brindis de José Alfredo:  ¡cantinero sírvame otra copa! ¡Por ellas aunque mal paguen !Yo lo que quiero es que vuelva, que vuelva conmigo, la que se fue! Como un servicio público al futuro, les dejamos también una advertencia: el hígado graso también se mide por la cantidad de José Alfredo Jiménez que se consume.

No tengo trono, ni reina

Ni nadie que me comprenda

(Pero sigo siendo el rey)

 

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