Soledad Morillo Belloso

Gerardo Blyde es el emisario – Soledad Morillo Belloso

Por: Soledad Morillo Belloso

Todo es más fácil si hablas en segunda o tercera persona del singular o el plural. Si evitas el «yo», si te sales del «nosotros». Si vuelves todo frío, distante,  impersonal. Si pones terreno de por medio. Si te sientas en la butaca del espectador. O si haces como los tres monitos. Si te abstraes. Si te sales de la ecuación. Eso crees. Pero no es así. Te paras frente al espejo y entiendes que eso simplemente no es posible, que estamos todos metidos  en este juego perverso. Con o sin darnos cuenta. Con o sin aceptarlo. Encerrados en este estado de sitio físico y/o mental. Estamos tras rejas. Y no nos sirve ya intentar hacer como el papá de «La vita e bella».

Yo no tengo la menor duda que a los buenos venezolanos nos duele intensamente Venezuela. Es tanto y tan grande y dolor que reaccionamos con rabia, con intolerancia. Aparcamos la empatía fuera, bien lejos, donde no exija, no moleste. Alguien pide ayuda y ya no le oímos. El dolor se ha convertido en parte del paisaje. La vida es eso en nuestro pequeño patio. Los perros de la calle ya ni cuentan con las sobras. Los gatos se disputan con las personas lo que hay en los basureros.

Es terrible habernos convertido en testigos y víctimas de la destrucción del país. Y no, no es un asunto de frases hechas, de clichés gastados que no sirven para anestesiar el dolor. Basta de pretender rellenar con naderías lo que no hay cómo calificarlo sino de tragedia.

El Caso Venezuela es una serie de horror que en unos años será un «Blockbuster», una de esas producciones que ganarán montones de premios.

Gerardo Blyde se monta en un avión. Va de gira por el mundo. Para explicar en qué consiste el Acuerdo de Salvación Nacional. Para decirle al mundo que nos estamos muriendo, que el país se está muriendo. De allí que la palabra salvación sea la clave en el título que se le ha puesto a esta propuesta.

Alguien dirá que todo es un desperdicio. Que todo está perdido. Que ya nada tiene remedio. Alguno, en profundo desdén, dirá que Gerardo va de turismo. De paseíllo, pues. El país está tan adolorido que le cuesta creer en algo, o en alguien.

Irá Gerardo a oficinas a explicar este triste mal del que nos estamos muriendo. Hablará sin gritos. Lo conozco bien. Usará el lenguaje de la serenidad para intentar que se entienda por qué estamos aún a tiempo de la salvación.

Enterrar el espejo no sirve. Encerrarnos en una nube tampoco. Gerardo lo sabe. Lo sabe bien. Es emisario de millones que no queremos morir. Tiene plasmada en la frente la frase «hay que salvar a Venezuela».

Suerte, mi buen y querido amigo. Tu suerte será nuestra suerte.

 

 

 

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